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Libro décimo: desde Maximino y Severo hasta la muerte de Joviano

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A continuación tienes el libro décimo del Breviario de Eutropio, traducido al español por Francisco Navarro y Calvo y transcrito, revisado y corregido por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.

Reparto del imperio entre Constancio y Galerio, quienes nombran dos césares, Maximino y Severo

Habiendo abdicado Diocleciano y Maximino, fueron nombrados augustos Constancia y Galerio, dividiéndose entre los dos el mundo romano de la siguiente manera: Constancio recibió la Galia, Italia y África; Galerio, Iliaria, Asia y Oriente.

Al mismo tiempo se asociaron dos césares, pero Constancio se contentó con la dignidad de augusto y rehusó la inquieta administración de Italia y África. Era este un príncipe excelente, por extraordinario modo humanitario, economizador del dinero de los pueblos y de los particulares, poco entusiasta de los intereses del fisco y persuadido, como decía él mismo, de que es mejor dejar la riqueza pública en manos de los particulares que encerrarla en un arca sola; era además tan modesto en sus costumbres, que los días festivos, cuando tenía que dar de comer a más amigos que de ordinario, enviaba a pedir de puerta en puerta a los particulares la vajilla necesaria para el servicio de la mesa.

No solamente le amaron, sino que le veneraron los galos, a quienes libertó su reinado de las suspicaces precauciones de Diocleciano y de los sanguinarios furores de Maximiano. Murió en Britania, en la ciudad de Eboraco, en el decimotercer año de su reinado, y fue colocado en el rango de los dioses.

Galerio, varón eminente por sus virtudes y conocimientos militares, viendo que Constancio abandonaba Italia a sus cuidados, nombró dos césares: Maximino, a quien dio el gobierno de Oriente, y Severo, a quien dio el de Italia, permaneciendo él en Iliria.

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Constantino es elegido emperador en Britania, y en Roma lo es Maxencio

Pero después de la muerte de Constancio, su hijo Constantino, nacido de un oscuro matrimonio, fue elegido emperador en Britania y reunió todos los votos como sucesor de su padre.

Pero los pretorianos se sublevaron en Roma y dieron el título de augusto a Maxencio, hijo de Maximiano Hercúleo, que habitaba cerca de Roma en el palacio público. Al enterarse de esto Maximiano Hercúleo, excitado por la esperanza de recobrar el poder soberano, que renunció a pesar suyo, acudió a Roma desde lo último de Luca, donde habitaba desde su abdicación, pasando la vida en una campiña deliciosa.

Hasta escribió a Diocleciano invitándole a recuperar la autoridad a la que había renunciado, pero fue en vano.

Severo, enviado contra Maxencio, es abandonado por sus soldados y muerto

El césar Severo, enviado a Roma por Galerio con un ejército contra los pretorianos sublevados y contra Maxencio, puso sitio a la ciudad, pero sus soldados le abandonaron enseguida.

Esta deserción aumentó las fuerzas de Maxencio y rebusteció su autoridad. Severo, obligado a huir, fue muerto en Ravena.

Maximiano Hercúleo

Entretanto, Maximiano Hercúleo trató de destronar a su hijo, y con tal objeto se dirigió a los soldados, que le contestaron con injurias e indignación.

Entonces partió para las Galias, meditando otra traición: pretendía que su hijo le había expulsado, y quiso reunirse con su yerno Constantino, aunque no te nía otro propósito que el de matarlo a la primera ocasión.

Este príncipe reinaba en las Galias, siendo muy querido de los soldados y de los habitantes de la provincia, después de haber exterminado a los francos y los alemanes, y aprisionado a sus reyes, que fueron arrojados a las fieras en un espectáculo magnífico que dio para celebrar la victoria.

Viendo que su hija Fausta había descubierto sus proyectos y que se los había revelado a su esposo, Maximiano no tuvo otro recurso que la fuga; pero le alcanzaron en Marsella, cuando iba a embarcarse para reunirse con su hijo, y su muerte fue castigo justo de sus crímenes.

Era hombre naturalmente duro y cruel, sin fe, peligroso y, en una palabra, desprovisto de todo sentimiento humanitario.

Licinio

Por este mismo tiempo, Galerio hizo emperador a Licinio, oriundo de la Dacia, y que desde muy antiguo estaba ligado con este príncipe, a quien había prestado grandes servicios en la guerra que hizo a Narsés.

Galerio murió poco después.

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Reinan a la vez cuatro emperadores: Constantino, Maxencio, Licinio y Maximino

Entonces se vio gobernada la república por cuatro emperadores: Constantino y Maxencio, hijos de dos augustos, y Licinio y Maximino, cuya notoriedad comenzaba en ellos mismos.

Constantino derrota a Maxencio

Pero Constantino, en el quinto año de su reinado, promovió una guerra civil contra Maxencio, poniendo a sus soldados en fuga en muchas batallas y, venciéndole al fin a él mismo cerca del puente Mulvio, deteniendo de esta manera el curso de las sangrientas crueldades que realizaba en Roma contra los nobles, y quedando dueño de Italiano.

Muerte de Maximino

Poco tiempo después en Oriente, Maximino, que quería derribar también a Licinio, fue a morir a Tarso, de muerte casual que le liberó de la que le amenazaba.

Muerte de Licinio

Entretanto Constantino, hombre de enérgica voluntad que no retrocedía ante ningún medio para alcanzar sus propósitos, y que aspiraba entonces al imperio del mundo entero, hizo la guerra a Licinio, a pesar de los lazos de familia y de amistad que les unían, porque su hermana Constancia estaba casada con este emperador.

Le derrotó primeramente en Panonia; después, cayendo sobre él de improviso en el momento en que hacía en Cibalis inmensos aprestos de guerra, le venció de nuevo, se apoderó de toda la Dardania, de Mesia y de Macedonia e invadió otras muchas provincias.

Otras muchas guerras hubo todavía entre ellos, y diferentes veces ajustaron y rompieron la paz. Al fin, vencido Licinio por tierra y mar, se rindió a Constantino en la ciudad de Nicomedia y, contra la fe de los juramentos, fue muerto en Tesalónica, adonde se había retirado como particular.

Constantino

Entonces quedó administrado el imperio romano (cosa nunca vista hasta entonces) por un augusto y tres césares, habiendo encargado Constantino a sus hijos el gobierno de la Galia, del Oriente y de Italia.

Pero el orgullo del éxito cambió las buenas cualidades del emperador, que, escogiendo en su familia las primeras víctimas, hizo perece primeramente a su hijo, a pesar de su mérito, y al hijo de su hermana, joven de muchas esperanzas; después, a su esposa, y enseguida, a considerable número de amigos suyos.

Comparable a los mejores príncipes en los comienzos de su imperio, se pareció a los más medianos en los últimos años. Muchas eran sus excelentes prendas de espíritu y de cuerpo. Era muy ávido de gloria militar, y, si en sus guerras la fortuna le proporcionó victorias, no las debió menos a su habilidad.

Después de la guerra civil, derrotó a los godos en muchas batallas, les concedió la paz y mereció por sus beneficios la gratitud de las naciones bárbaras.

Mostró gusto por las bellas artes y por las letras; deseo de conquistar el cariño de los pueblos, que no dejó de buscar por medio de generosidades y afables modales; indiferencia para algunos amigos suyos, pero mucho celo por otros, no perdiendo ocasión para aumentar su fortuna o su fama.

Dictó muchas leyes, de las que algunas eran buenas y justas, la mayor parte, inútiles, y muchas, severas. Fue el primero que ambicionó dar a la ciudad que lleva su nombre poder que la hiciese igual a Roma.

Meditaba una expedición contra los partos, que ya habían atacado Mesopotamia, cuando murió cerca de Nicomedia, en el palacio público, a los setenta años de edad y treinta y uno de reinado.

Anunció su muerte una estrella cabelluda y prodigiosamente grande, astro que los griegos llaman cometa y que brilla durante algún tiempo. Le pusieron en el rango de los dioses.

Sucesión de Constantino, Constante y Constancio

Dejó por sucesores a sus tres hijos y a un hijo de su hermano. Pero el césar Dalmacio, dotado de excelentes cualidades y muy parecido a su tío, pereció poco después en una sublevación militar, con el consentimiento más bien que por orden de su primo hermano Constancio.

Constantino declaró la guerra a su hermano Constante y, habiéndole dado batalla imprudentemente cerca de Aquilea, fue muerto por los generales de este emperador. De esta manera quedó con dos augustos la república.

El gobierno de Constante fue por algún tiempo vigoroso y justo, pero enseguida el disgusto de mala salud y los consejos de amigos depravados le arrastraron a vicios abominables. Entonces se hizo insoportable a sus pueblos, odioso a los soldados, y le mataron los partidarios de Magnencio.

Pereció en un fuerte llamado Heleno, cerca de Hispania, en el año decimoséptimo de su reinado y a los treinta y uno de edad. Se había distinguido por numerosas hazañas militares y, sin mostrarse cruel, supo hacerse temer por los soldados durante su vida.

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Constancio

Constancio experimentó fortuna varia. Los persas le hicieron sufrir numerosas y sangrientas derrotas, le cogieron muchas plazas fuertes, sitiaron ciudades de su gobierno y destruyeron sus ejércitos.

No fue afortunado en ningún combate contra Sapor; y una vez que, cerca de Singara, tenía segura la victoria, la necia y furiosa impaciencia de sus soldados amotinados, que pidieron el combate cuando declinaba el día, le hizo perder todas las ventajas.

Después de la muerte de Constante, y mientras Magnencio tomaba posesión de Italia, África y las Galias, estalló una nueva revolución en Iliria, donde proclamaron las tropas a Vetranión: este era ya anciano, y sus largos servicios, al mismo tiempo que la fortuna de sus armas, le habían hecho querido por los soldados, que lo nombraron emperador para la defensa de Iliria.

Era varón honrado, de costumbres puras a la antigua, extraordinariamente afable, pero tan ignorante que no aprendió las primeras letras hasta la vejez y cuando ya era emperador.

Pero Constancio, que había promovido una guerra civil para vengar la muerte de su hermano, quitó el imperio a Vetranión; y, lo que no se había visto hasta entonces, por unánime voluntad de los soldados tuvo que despojarse de las insignias del poder.

Nepociano

También hubo turbulencias en Roma, donde Nepociano, hijo de la hermana de Constancio, quiso apoderarse del trono al frente de un grupo de gladiadores. Pero su empresa tuvo un resultado digno de sus violentos principios: vencido por los generales de Magnencio, a los veintiocho días de la usurpación fue castigado con la muerte y paseada por la ciudad su cabeza clavada en una lanza.

De aquí resultaron proscripciones y horribles matanzas entre los nobles.

Poco tiempo después fue completamente derrotado Magnencio cerca de Mursa, y estuvo a punto de caer prisionero. Aquella batalla costó al imperio romano sus principales fuerzas, que hubieran podido emplearse contra las naciones extranjeras y contribuir a la seguridad y triunfos de la patria.

Constantino y Galo

Constancio dio enseguida el gobierno del Oriente, con el título de césar, a Galo, hijo de su tío. Magnencio, vencido en muchos combates, acabó por darse muerte en Lugduno, después de tres años y siete meses de reinado.

Su hermano, a quien había nombrado césar, y enviado a las Galias para defenderlas, se mató también en Senonis.

Por el mismo tiempo hizo matar Constancio al césar Galo, culpable de muchas crueldades. Fue en verdad hombre naturalmente feroz, y de carácter a propósito para ejercer la tiranía, si hubiese podido mandar en absoluto.

Silvano

Por otra parte, Silvano, habiendo intentado una sublevación en la Galia, fue muerto antes de los treinta días, quedando desde entonces Constancio único dueño del imperio romano con el título de augusto.

Constantino y Juliano

Poco después envió a las Galias, con el título de césar, a su primo hermano Juliano, hermano de Galo, después de darle su hermana en matrimonio.

Los bárbaros habían forzado muchas ciudades de esta provincia y sitiaban otras; por todas partes llevaban la devastación y amenazaban al imperio romano con próxima ruina.

La cólera de Aquiles: la novela juvenil

Tras nueve años de asedio y no mucha actividad guerrera, los griegos aún confían en tomar la ciudad de Troya. Todo se precipita con la famosa cólera de Aquiles: el gran rey Agamenón deshonra al mejor de los griegos, que entonces se niega a luchar contra el enemigo. Sin su lanza, el ejército griego no es rival para los soldados de Héctor, el gran comandante troyano. Comienzan los duelos de los héroes de ambos bandos y las hazañas de héroes como Áyax, Diomedes y Odiseo. Sin embargo, los griegos solo podrán conquistar Troya cuando Aquiles deponga su cólera y regrese al campo de batalla. 👉 Seguir.

Juliano es aclamado augusto por los soldados

Juliano con pocas tropas deshizo, cerca de Argentorato, ciudad de la Galia, los numerosos ejércitos de los germanos; hizo prisionero a su rey más ilustre y restableció el orden en las Galias.

Más adelante el mismo Juliano consiguió grandes ventajas sobre los bárbaros; rechazó a los germanos al otro lado del Rin y devolvió sus límites al imperio romano.

Viendo poco después los ejércitos de Germania que los retiraban de la custodia de las Galias, de común acuerdo dieron el título de augusto a Juliano, que un año después partió para apoderarse de Iliria, mientras ocupaba a Constancio la guerra de los partos.

Constancio

A la noticia de este acontecimiento, lo abandonó todo Constancio para combatir a Juliano, pero murió en el camino, entre Cilicia y Capadocia, a los treinta y ocho años de reinado y cuarenta y cinco de edad. Le pusieron en el rango de los dioses.

Fue príncipe de carácter dulce y moderado, pero demasiado confiado en sus amigos y cortesanos y, al final, demasiado esclavo de sus mujeres.

En los comienzos de su reinado mostró suma moderación; colmó de bienes a sus amigos, y nunca dejó sin recompensa a aquellos de quienes recibió servicios difíciles; pero era implacable con los sospechosos de aspirar al trono.

Por lo demás, fue bastante bueno y pudo alabarse más de su fortuna en las guerras civiles que en las extranjeras.

Juliano contra los persas

Juliano, dueño del imperio, hizo inmensos aprestos de guerra y marchó contra los partos, expedición en la que tomó parte.

Recibió con condiciones algunas ciudades y fortalezas y tomó otras a viva fuerza. Después de talar Asiria, mantuvo por algún tiempo acampado su ejército cerca de Ctesifonte.

Regresaba victorioso cuando, arrastrado a nuevos combates por su impetuoso valor, cayó bajo los golpes de un enemigo el VI de las kalendas de julio, en el séptimo año de su reinado y treinta y uno de edad. Le pusieron en el rango de los dioses.

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Juliano fue príncipe eminente y, de permitirlo el destino, habría labrado la felicidad y gloria de la república. Era muy versado en bellas letras y especialmente en la lengua griega, que poseía mucho mejor que la latina; estaba dotado de varonil y rápida elocuencia y de memoria extraordinariamente fiel; era muy aficionado en ciertas cosas a la fama de filósofo y fue liberal con sus amigos, pero menos vigilante de lo que convenía a un príncipe como él. Por esta razón no faltaron censores que atacasen su gloria.

Mostró mucha equidad con los habitantes de las provincias, y mucho celo por la disminución de tributos; extraordinaria afabilidad con todos, mediana atención por los intereses del tesoro, avidez por la gloria, y a veces inmoderado ardimiento por alcanzarla. Persiguió la religión cristiana, pero sin derramar la sangre de los que la profesaban. Se parecía mucho a Marco Antonio, a quien había tomado por modelo.

Joviano

Después de él, el ejército proclamó a Joviano, empleado de la casa de Juliano, proclamación debida al mérito de su padre más que al suyo.

En el enojoso estado en que se encontraban los negocios, y con tropas que carecían de víveres, Joviano, derrotado por los persas en dos batallas, ajustó con Sapor una paz, necesaria sin duda, pero vergonzosa.

Abandonó las fronteras y cedió algunas partes del imperio, cosa que no había sucedido en los mil ciento dieciocho años transcurridos desde la fundación de Roma.

Telesino había hecho pasar nuestras legiones bajo en yugo en Caudio; y si experimentaron igual ignominia en Numancia, en Hispania, y en Numidia, al menos a estos vergonzosos descalabros no acompañó pérdida alguna de territorio.

Menos censurable habría sido Joviano si hubiese tenido el propósito, después de reparar sus fuerzas, de romper la paz impuesta por la necesidad, como hicieron los romanos en las circunstancias que acabo de recordar, porque declararon enseguida la guerra a los samnitas, a los numantinos, a los númidas, y no ratificaron los tratados hechos con estos pueblos.

Pero el temor de verse oponer un rival si permanecía más tiempo en Oriente le hizo olvidar el interés de su gloria. Se puso, pues, en marcha, y cuando llegaba a Iliria murió repentinamente en los confines de Galacia. Este príncipe no carecía de valor y prudencia.

Algunos atribuyen su muerte a una indigestión, causada por excesos en la comida; otros, al olor de la cal con que recientemente habían blanqueado su habitación, y que es muy peligroso durante el sueño; y otros, en fin, a la considerable cantidad de carbón que habían encendido a causa del frío.

Murió el XIV de las kalendas de marzo, a la edad de treinta y tres años, después de siete meses de reinado. Debió a la bondad de los príncipes que le sucedieron los honores de la apoteosis.

Era muy afable y naturalmente liberal. Tal era la situación del imperio bajo el consulado del mismo Joviano y Varroniano en el año de Roma mil ciento diecinueve.

Pero, ya que hemos llegado al reinado de nuestros preclaros y venerables príncipes, terminaremos aquí este trabajo, porque lo que nos queda que decir pide estilo más elevado, y queremos, lejos de renunciar a ello, escribir con mayor cuidado.

«Libro décimo: desde Maximino y Severo hasta la muerte de Joviano» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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