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Idilios de Mosco

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Mosco de Siracusa floreció hacia el año 150 a. C. No se sabe prácticamente nada de su vida.

A continuación tienes la traducción, dispuesta en verso, de José Antonio Conde y García (1766-1820) publicadas en 1796, en dominio público. Me limito a transcribir tal cual, solo modernizando ortografía y puntuación y si acaso alguna mínima modificación. Escaneado original disponible en Google Books.

Idilio I: amor fugitivo

Venus a su hijo Amor con altas voces
buscándole gritaba: si vio alguno
entre caminos al amor errante,
de mí se huyó. Cualquier que le enseñare
tendrá su hallazgo: de Citere un beso
será su premio; tú, si le trajeres
no solo un beso, sino más, amigo.
Es asaz señalado el pequeñuelo,
y le conocerás aun entre veinte.
No es blanco de color; parece fuego:
sus ojos son agudos y fulgentes;
es de mala intención y hablar suave;
ni lo mismo que entiende es lo que dice:
es como miel su voz; y, si se enfada,
es de ánimo cruel, es engañoso,
nada veraz, doloso rapazuelo,
y de pesadas burlas. Bien trenzadas
su frente, y de mirar feroz y osado.
Son sus manos pequeñas, pero tira
lejos y asaetea hasta el Erebo,
y hasta al monarca del escuro Dite.
Lleva desnudo el cuerpo, y encubiertas
las mientes. Como pájaro es alado,
y de unos a otros vuela como quiere
varones y mujeres, y se sienta
en las mismas entrañas. Tiene un arco
muy pequeño, y en él, una saeta
sutil, pero con ella al cielo llega.
Tiene a los hombros su dorada aljaba,
y dentro de ella las doradas flechas,
con las cuales a mí también me hiere.
Todo, todo es cruel, y más la tea
pequeña, más al mismo sol enciende.
Tú, pues, si lo cogieses, tráelo atado,
y ni te compadezcas aunque llore.
Guárdate no te engañe y, aunque ría,
tú tráele; y si besar también te quiere,
huye: su beso es malo, y en sus labios
tiene veneno; y si por caso dice
«Toma, todas mis armas quiero darte»,
¡ay!, no las toques, engañosos dones,
todas en vivo fuego están bañadas.

Idilio II: Europa

Venus un tiempo a la doncella Europa
envió un dulce y apacible sueño,
a la tercera parte de la noche,
cerca ya de la aurora, cuando el sueño
sentado en las pestañas es más dulce
que miel, los miembros laxos, y los ojos
ata con blando lazo, cuando viene
la tropa de los sueños (1) verdaderos.
Durmiendo entonces en las altas casas,
Europa, hija de Fénix, aún doncella,
parecíale ver las dos regiones
por ella contender. Asia la una,
y la otra la de enfrente. Su figura,
cual de mujeres, una parecía
extraña; mas la otra semejante
a las de aquella tierra, y más pugnaba
por su doncella, y como la pariera,
decía, y ella misma la criara.
La otra con fuertes manos forcejaba,
y la llevaba, bien que no a desgrado,
decía ser dispuesto por el hado
de Júpiter Egioco, que fuese
por premio suyo Europa. Entonces ella
saltó del blando lecho amedrentada,
palpitando su pecho, pues vio el sueño
como verdad, estúvose callando
un buen rato sentada, pues tenía
delante las mujeres, bien que abiertos
sus ojos ya; pero después ya tarde
así la voz alzaba la doncella:

«¿Quién (2) de los celestiales ha enviado
tales visiones, y en el blando lecho,
cuando dormía yo suavemente,
qué sueños me asustaban? ¿Y quién era
la forastera que durmiendo vía?
¡Ay, cuál hirió su amor el pecho mío!
¡Ella cuán dulcemente me abrazaba
y me miraba como a su hija propia!
Mas los dioses en bien el sueño tornen».

Diciendo así, se levantó y buscaba
sus dulces compañeras, sus iguales
en ánimo y querer y bien nacidas,
con las que solazarse acostumbraba,
ya en sus placientes juegos y ya cuando
la danza disponían o sus miembros
bellísimos en baños deliciosos
bañaban en corrientes del Anauro;
o bien cuando del prado recogían
los olorosos lirios: ellas vienen
al punto, y en las manos cada una
para flores llevaba un canastillo:
con sueltos pies andaban por los prados
a par del mar, donde venir solían
juntas, y recrearse con las rosas
y el fragor estruendoso de las ondas (3).

Llevaba Europa un canastillo (4) de oro
muy bello y admirable, gran trabajo
de Vulcano, que en don a Libia diera
cuando al tálamo vino de Neptuno.
Ella lo dio a la bella Telefesa,
porque era de su sangre, a la doncella
Europa, este don ínclito su madre
Telefesa donó, en el cual labradas
había muchas cosas muy preciosas:
de oro esculpida estaba Ío, de Ínaco
siendo novilla aún, sin forma humana.
Enfurecida por sus pies corría
los salados caminos cual nadante:
estaba el mar azul, y dos varones
juntos estaban sobre la alta playa
viendo la vaca traspasar los mares.
También estaba Jove, que halagaba
con su divina mano blandamente
la marina novilla, y junto al Nilo
de siete bocas, de cornada vaca
en mujer otra vez la trasformara.
De plata era del (5) Nilo la corriente;
de bronce, la novilla; de oro, Jove.
Bajo del cerco del redondo cesto,
y en derredor también Mercurio estaba,
y a par del extendido Argos ornado
de veladores ojos, y nacía
de su purpúrea sangre una gran ave,
ufana del color muy floreado
de sus plumas, sus alas extendiendo
como una veloz nave, y encubría
con sus plumas los labios del cestillo.
Tal era el cesto de la bella Europa.

Ellas, después que a los floridos prados
vinieron, con las flores recreaban
variamente sus ánimos, algunas
con narciso oloroso, o con violas;
otras, con el jacinto; otras cogían
el serpol, y caían por el suelo
de los prados que crían primavera
muchas hojas: algunas contendían
para coger las olorosas hebras
de azafrán colorado; en medio de ellas
la reina estaba, cual la Cipria Venus
entre las Gracias brilla, y con sus manos
el esplendor de la purpúrea rosa
cogía; pero ya no mucho tiempo
su corazón de flores cuidaría,
ni guardar puro el cinto (6) de doncella.

Luego que la vio Jove, ¡cómo herido
su corazón, y cómo fue domado
de Cipria con las flechas improvisas!
Que sola domar puede al mismo Jove.
Él por huir de la celosa Juno (7)
la saña, y engañar las tiernas mientes
de la doncella, su deidad oculta
el cuerpo muda, y se convierte en toro,
no cual en los establos se apacienta,
ni cual abre los sulcos, arrastrando
el corvo arado, o cual paciendo vaga
en los rebaños, o domado lleva
el muy cargado carro. Era su cuerpo
todo rojo, y en medio de la frente
resplandecía (8) un círculo de plata.
Fulguraban de amor sus ojos garzos;
iguales entre sí de la cabeza
los cuernos le salían, cual parecen
los cuernos de la luna a medio cerco.
Al prado vino, ni asustó asomando
a las doncellas, y tuvieron todas
deseo de llegarse más de cerca
y de halagar al amoroso toro,
cuyo divino olor, aunque de lejos,
aventajaba al dulce olor del prado.
Paró a los pies de la inocente Europa,
y el cuello le lamía y halagaba
a la doncella, y ella blandamente
le acariciaba y con sus blancas manos
mucha espuma limpiaba de sus labios;
y besó al toro, y él suavemente
mugió, que oír dirías de la flauta
migdonia el dulce son; dobló las manos
delante de sus pies; miraba a Europa
volviendo el cuello, y descubriole el lado
de sus anchas espaldas; y ella dijo
a las otras doncellas bien trenzadas:

«Venid, dulces amigas, mis iguales,
subamos en el toro a recrearnos
asentadas en él, que ciertamente
nos llevará tendiendo sus espaldas
como nave. ¡Qué manso y apacible
es al mirar! En nada es semejante
a otros toros, y tiene intención buena
como de hombre, y la voz le falta solo».

Así dijo y, sentada en las espaldas,
reía, y a subir iban las otras;
pero el toro saltó con gran presteza,
robando a quien quería, y velozmente
al mar llegó; mas ella se volvía
y a sus caras amigas voceaba
y extendía sus manos; pero aquellas
seguirla no podían. De la playa
entrando al mar como delfín corría,
y del mar las Nereidas asomaron
sentadas en espaldas de ballenas:
iban todas en orden, y Neptuno (9),
que rodea la tierra y causa estruendo
encima de las aguas, allanaba
las ondas, y en los húmedos caminos
a su hermano guiaba; y dél cercanos
se congregaban todos los tritones,
que la hondura del mar contino moran,
con anchas y torcidas caracolas
una nupcial canción iban cantando.
Ella sentada en la boyuna espalda
de Jove, el largo cuerno en una mano
tenía, y con la otra los purpúreos
pliegues del manto alzaba, que la orilla
aun así levantada humedecían
del cano mar las ondas infinitas.
De Europa el ancho velo por los hombros
se hinchaba como vela de una nave,
y muy más leve a la doncella hacía,
y de su patria tierra ya lejana,
cuando ni vía las marinas playas
ni alto monte, y mirando solamente
abajo el hondo mar, y arriba el cielo,
mirando de sí en torno así decía:
«¿Dónde me llevas, ¡oh, divino toro!?
¿Quién eres? ¿Cómo vas este camino
con graves pies? ¿Ni temes el mar bravo?
A las naves ligeras el mar se halla
abierto, mas los toros siempre temen
los caminos del mar. ¿Cuál será ahora
tu suave bebida? ¿Y de las ondas
cuál será la comida? Si por caso
eres un dios, ¿cómo haces lo que a dioses
no conviene? Ni vagan por la tierra
los marinos delfines, ni los toros
en el mar; pero tú tierras y mares
enjuto pasas, y te son las manos
remos, y acaso por el aire glauco
en alto alzado volarás cual ave
veloz. ¡Ay mí! ¡Ay mí, desventurada!
Que, dejada la casa de mi padre
y siguiendo este buey, sola y perdida
navegación extraña voy haciendo.
Mas tú, Neptuno, rey del cano ponto,
socórreme propicio, y bien espero
verte mi guía en el marino curso:
no ando sin dios los húmedos caminos».

Así dijo, y el buey de grandes hastas
así hablaba: «Buen ánimo, doncella,
y no temas del mar las bravas ondas.
Yo soy Jove, y de cerca ser parezco
toro, y parecer puedo lo que quiera.
Forzome, pues, tu amor a que midiese
tanto mar, semejante a un rojo toro.
Recibirate Creta, que a mí mismo
me crio: allí serán las bodas tuyas
y parirás de mí gallardos hijos (10),
que reinarán sobre los hombres todos».

Dijo así, y acabó lo que dijera.
Apareciose Creta, y otra forma
Jove tomó, y el cinto desatole
y las Horas el lecho aderezaron:
y la que antes doncella, al punto esposa
de Jove fue, pariole dulces hijos
al mismo Cronio, y ya llamose madre.


Continuará…

Notas

Me limito a transcribir (casi) tal cual las notas de Conde, algunas de las cuales hay que coger con pinzas.

Idilio II

(1) Los sueños de la mañana se creían verdaderos, y no así los del principio de la noche.

(2) Dice Homero que los sueños son enviados de dios, y esta opinión era común entre los orientales.

(3) Ya hemos notado cuánto agradaba el ruido del agua a los griegos y, sin duda, es un placer que encanta, el estruendoso fragor de algunas cascadas y derrumbaderos, y más si las aguas que bajan despeñadas caen entre álamos y hiedras.

(4) La voz τάλαρος he traducido «canastillo» o «cestillo»; puede decirse «vaso».

(5) El nombre del Nilo quieren algunos decir que significa color índico; es cierto que los árabes y nosotros los españoles llamamos «añil» al color índico, y que los antiguos nombres de este río eso significan […].

(6) Ya se ha dicho del cinto o banda virginal.

(7) Juno es llamada en griego Hera, que en su origen significa ‘celosa’.

(8) El toro Serapis dice Heródoto que tenía una estrella en la frente: el nombre oriental era Sor-Ah, toro de la cesta o del agua, atendida la lengua pérsica; son de la misma radical que Theraf y Seraf, voces más conocidas.

(9) El nombre griego de Neptuno es Poseidón, que en su origen significa ‘el que bate con violencia’; bien sabido es el continuo embate del mar sobre la tierra.

(10) Lo mismo dicen las bendiciones de Ephraim.

«Idilios de Mosco» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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