Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Alejandro se ganó la buena disposición de los babilonios al permitirles reconstruir el templo de Marduk, que había sido destruido hacía tiempo. También se aseguró el afecto de los prisioneros judíos, pues los liberó de trabajar en la reconstrucción cuando se enteró de que lo consideraban otra torre de Babel, por lo que se negaban de ayudar.
El joven conquistado pasó un mes en Babilonia y entonces prosiguió hacia Susa. Allí encontró una estatua de bronce de Atenea que Jerjes se había llevado a Persia; entonces, Alejandro la envió de vuelta a Atenas, que la recibieron con mucha alegría.
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La reina persa enfermó gravemente y, a pesar del mejor de los cuidados, finalmente murió. Durante su enfermedad, Alejandro fue muy atento con ella y, cuando murió, dio órdenes de enterrarla con toda la pompa correspondiente a su rango.
También reconfortó a Sisigambis y envió noticias de la muerte de la reina a Darío, que había huido al norte de su reino, donde estaba tratando de reunir otro ejército a toda prisa. Conmovido por el gesto de Alejandro, ahora Darío le escribió a él ofreciéndole la paz y proponiéndole compartir el trono de Persia con él.
Al joven conquistador se le subieron a la cabeza sus muchas victorias, por lo que rechazó la propuesta diciendo que el mundo no podía tener dos amos, igual que no tenía dos soles.
En su soberbia, Alejandro ahora tomó el atuendo de un rey oriental, se rodeó de lujos y empezó a pasar buena parte de su tiempo en banquetes y de parranda. Sus compañeros le animaban a ello, y pronto se olvidó de las sabias lecciones de Aristóteles.
Varias veces el joven rey bebió tanto que no sabía lo que hacía, y una vez, en un arrebato de cólera, prendió fuego al hermoso palacio de Persépolis y lo quemó hasta los cimientos.
Como había rechazado la oferta de paz de Darío, consideró necesario continuar la guerra, por lo que, dejando a un lado sus lujosas ropas, se volvió a poner la armadura y se dirigió al norte. Estaba a punto de dar caza al rey persa, cuando Darío fue traicionado por uno de los suyos, un tal Beso, que lo hirió mortalmente.
El traidor pensaba que se ganaría el favor de Alejandro mediante este crimen, por lo que acudió a él tras cometerlo. Sin embargo, Alejandro estaba tan furioso que hizo que su guardas apresaran a Beso y lo ejecutó de una forma terrible.
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Cuando el rey macedonio finalmente llegó ante Darío, lo encontró cubierto en su propia sangre y a punto de morir. Tuvo tiempo de asegurarle que su familia quedaría a salvo y que seguiría protegiéndola, y finalmente Darío murió.
Por orden de Alejandro, embalsamaron el cuerpo y se lo llevaron a Sisigambis para que pudiera enterrarlo apropiadamente en la hermosa tumba de los reyes persas. Esta última muestra de generosidad se terminó de ganar el corazón de la anciana reina, que se sintió tan agradecida que admiró a Alejandro mientras vivió.
«Muerte de Darío» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com