Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Una vez que Darío había muerto, Alejandro tomó el título de rey de reyes y se hizo dueño de todo el imperio que había estado sometido al monarca persa.
Estaba tan orgulloso de su nuevo título y sus vastas conquistas que olvidó por completo que lo debía todo a sus valientes generales y soldados, y se volvió tan obstinado que no quería escuchar consejo alguno, y creía que solo él tenía razón en cualquier cosa.
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El general de su padre, Parmenión, que siempre le había dado los mejores consejos, ya no tenía su favor, porque había tratado de refrenar las extravagancias del rey. Y es que la naturaleza una vez generosa y noble de Alejandro había cambiado tanto que, cuando sus consejeros acusaron a Parmenión de traición, él les hizo caso y lo mandó ejecutar.
Casi todos los días Alejandro celebraba fiestas y banquetes en los que cada vez bebía más, y esto afectaba a su salud tanto como a su carácter. Clito, el hermano de su vieja nodriza, trató de contener sus excesos, pero lo único que consiguió fue provocar su cólera.
Una vez, tales protestas enfurecieron tanto a Alejandro que mató a Clito atravesándolo con una lanza. Cuando lo vio muerto a sus pies, el rey se dio cuenta del terrible crimen que acababa de cometer y sintió un gran remordimiento por algún tiempo.
Se recompuso y, en lugar de abandonarse enteramente a los placeres, pasó los dos siguientes años gobernando Persia, donde fundó varias ciudades a las que puso su nombre.
Como toda la parte central de Asia ahora reconocía su mandato, lo siguiente que hizo fue ir a la India, donde se enfrentó al rey Poro, el más valiente adversario hasta el momento. Este rey, cuyo reino estaba en la parte noroeste de la India, fue contra Alejandro con un enorme ejército. Entre sus filas contaba con muchos elefantes, entrenados para aplastar al enemigo bajo sus enormes pies, y con torretas de madera montadas sobre la espalda, desde donde disparaban varios arqueros.
A pesar de estos elefantes, que al principio despertaron gran miedo entre los soldados griegos, la falange macedonia obtuvo su acostumbrada victoria, y Poro fue hecho prisionero. Lo llevaron ante Alejandro, que le preguntó altivamente cómo quería que lo trataran.
—¡Como a un rey! —respondió Poro orgullosamente.
Esta respuesta gustó tanto a Alejandro que no solo liberó a Poro, sino que incluso le permitió conservar su reino después de jurar lealtad a aquel que lo había derrotado.
Alejandro, habiéndose ganado de esta forma la ayuda y el afecto de Poro, continuó la guerra contra otros reyes indios y continuó su avance hacia el sur. En una de estas batallas perdió a su querido caballo Bucéfalo, con el que había cabalgado en tantas batallas.
El rey lloró aquella triste pérdida y no solo le construyó un monumento para que descansaran sus restos, sino que también fundó una ciudad cerca, a la que llamó Alejandría Bucéfala.
«Derrota de Poro» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com