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El último griego

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Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.

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Cuando Arato murió, el hombre más importante del ejército aqueo era Filopemén, un joven valiente y virtuoso. Era extremadamente patriótico y tan sencillo y modesto que nadie podría haber sospechado que era quien era.

En una ocasión, cuando lo nombraron general, lo invitaron a cenar a una casa cuya anfitriona no lo conocía. Al llegar a la puerta, ella lo tomó por un sirviente a causa de sus ropas sencillas y lo mandó a cortar leña.

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Sin decir nada, Filopemén se quitó la capa, cogió un hacha y se puso a trabajar. El anfitrión, al llegar unos minutos más tarde, se sintió mortificado al ver a su honrado huésped cortando leña y se deshizo en disculpas por un error que tan solo hizo reír a Filopemén.

Cuando se enteró de la crueldad de Nabis, quiso liberar Esparta de su tiranía, por lo que fue a la ciudad al mando de un ejército, confiscó los tesoros en beneficio del pueblo expulsó al tirano.

Los espartanos al principio fueron muy agradecidos con los aqueos, pero poco después empezaron a sentir envidia de su poder, por lo que volvieron a sublevarse contra ellos. Esta vez Filopemén trató a los espartanos con tremenda severidad, incluso destruyendo las murallas de la ciudad, que ya nunca volvieron a reconstruir.

Filopemén era un visionario, por lo que desde el principio vio que la alianza con los romanos acabaría siendo negativa para Grecia. Poco tardó en descubrir que los romanos tenían la intención de someter el país y, para conseguirlo de la forma más fácil posible, se esforzaban por hacer pelearse entre ellas a las ciudades griegas.

Por tanto, dirigió todos sus esfuerzos en mantener la paz, y por un tiempo le fue bastante bien; pero los romanos, cuando vieron que no les era posible instigar más disputas por las buenas, finalmente sobornaron a los mesenios para que se sublevaran.

En el curso de la guerra, Filopemén cayó en una astuta emboscada y fue llevado como prisionero a Mesenia, donde, a pesar de sus grises cabellos, fue expuesto para mofa y escarnio del pueblo.

Tras humillarlo de esa forma, se lo llevaron para torturarlo, pero, cuando oyó que su ejército había escapado de la emboscada, gritó fervientemente:

—Muero feliz, pues los aqueos están a salvo.

Aquello solo precipitó el final del valiente patriota, que fue llamado el último de los griegos porque fue el único que intentó mantener la independencia de su país.

Los aqueos, poco después, tomaron Mesenia, lapidaron a los asesinos de Filopemén sobre su tumba y se llevaron sus cenizas a Megalópolis, su ciudad natal, donde lo enterraron con gran pompa.

«El último griego» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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