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«Cosmética del rostro femenino», de Ovidio

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A continuación tienes la transcripción (revisada y algo modificada) de la traducción de la Cosmética del rostro femenino de Ovidio de la mano de don Germán Salinas (1847-1918); más información.

Aprended, lindas jóvenes, los solícitos cuidados que reclama un rostro seductor y los medios que contribuyen a conservar su belleza. El cultivo fuerza al suelo estéril a producir los dones de Ceres, destruyendo las malezas dañosas; el cultivo endulza el áspero sabor de los frutos, y el árbol adopta los jugos que le transmiten las yemas injertadas. El arte lo hermosea todo. Los soberbios artesones deslumbran con el oro, y la tierra desaparece bajo los árboles que la abruman; la púrpura de Tiro tiñe la lana con frecuentes inmersiones en la caldera de bronce, y la India nos ofrece el marfil que, cortado, sirve a la fabricación de caprichosos objetos.

Tal vez las antiguas sabinas, en la época del rey Tacio, preferían trabajar los campos de sus padres a cuidarse de sí mismas; cuando la matrona de cara encendida oprimía el alto asiento, hilaba sin cesar los vellones con los dedos, metía en el redil los corderos apacentados por su hija, y echaba al fuego las ramas y la leña partida; pero vuestras madres dieron a luz jovencitas muy tiernas, gozáis en adornaros el cuerpo con trajes recamados de oro, os deleita variar el artificio del cabello perfumado, queréis que vuestras manos deslumbren con la profusión de piedras preciosas, y rodeáis el cuello con las sartas de piedras que el oriente nos envía, tan gruesas que gracias si las orejas pueden soportarlas.

No seríamos justos reprobando tan nimia solicitud por agradar, ya que los hombres del día lo gastan en acicalarse; siguen los maridos los usos femeniles, y sus esposas apenas tienen que añadir nada al lujo del tocador. En resumen: cada cual se atavíe como mejor le plazca, no importa el modo de seducir, a nadie disgusta el aseo elegante. Las que habitan en la soledad de los campos peinan con gracia sus cabellos, y, si las alturas del Atos las robasen a todas las miradas, el Atos las vería compuestas y airosas. Experimentan cierta satisfacción en agradarse a sí mismas, y en el alma de toda virgen se anida el afán de sorprender con su hermosura.

Al oír las alabanzas del hombre, el pavón de Juno despliega las plumas de la cola y, bien que mudo, se enorgullece de sus tesoros. Así nos abrasa el amor con más intensidad que con las hierbas mágicas que elabora la mano temible de una hechicera. No deis crédito a las plantas ni a los filtros de ellas extraídos, ni recurráis al nocivo hipómanes de una yegua en celo. No se parten las culebras por mitad con los ensalmos de los marsos, ni las aguas del riachuelo vuelven atrás hacia su fuente, y, aunque alguien haga resonar los bronces de Temesa, no conseguirá que la luna descienda de su carro. Doncellas, poned el mayor empeño en la dulzura de las costumbres; un bello carácter presta mil atractivos al rostro. El amor fundado en las prendas morales es siempre firme; la edad menoscaba la belleza, y las arrugas surcan al fin la cara que tanto sedujo. Llegará el día en que os arrepintáis de haberos contemplado al espejo, y el dolor grabará nuevas arrugas en vuestras frentes. La virtud fortalece y perdura hasta el fin de la existencia, soporta en calma los años y mantiene la constancia del amor.

Ea, ven y aprende en mi arte de qué modo brillará tu cuerpo con blancura deslumbrante, así que tus miembros delicados sacudan el sueño. Limpia de paja y cascarilla los granos de la cebada que los labriegos de Libia cargan en nuestras naves, reúne de ellos hasta dos libras y añádeles igual peso de granos de algarroba humedecidos por una docena de huevos, y, luego que el viento seque estos ingredientes, haz que una calmosa borrica los triture con la muela de piedra. Machaca el cuerno que se le cae al ciervo a la llegada de la primavera, pon la sexta parte de una libra en la masa y, cuando la hayas reducido a finísima harina, ciérnela enseguida en el cóncavo tamiz, añadiendo doce bulbos de narciso sin corteza, que una mano vigorosa desmenuce en el mortero de mármol, y dos onzas de goma y espelta de Toscana mezcladas con una cantidad nueve veces mayor de miel. La que pula su cara con este cosmético la pondrá más resplandeciente que un espejo.

No vaciles en tostar los pálidos altramuces y las habas que hinchan el cuerpo, y de unas y otras toma seis libras por partes iguales y échalas en la muela que las reduzca a polvo. Tampoco olvides el albayalde, la espuma del nitro rojo y el iris que procede de Iliria, que deben macerar brazos fuertes y robustos sin que pesen más de una onza después de triturados, y, mezclándolos a la materia con que el alción quejumbroso traba su nido y que se llama alcionea, conseguirás que desaparezcan las manchas del semblante. Si me preguntas qué cantidad estimo necesaria, te contestaré que basta la mitad de una onza, y para ligarlas y que se adhieran a la piel conviene que las aderece la miel de Ática, como se coge de los áureos panales.

Aunque el incienso complace a los dioses y aplaca sus iras, no todo se ha de consumir quemado en los altares; cuando lo revuelvas con el nitro, a fin de secar las granulaciones de la tez, emplearás un peso igual a cuatro onzas del uno y del otro, menos de una cuarta parte de goma arrancada a la corteza del árbol, con el volumen de un dado de crasa mirra, y, después que tritures la confección, pásala por espeso tamiz y traba su polvo con un poco de miel. Así da gran resultado revolver el hinojo y la mirra bien oliente; nueve escrúpulos de esta piden cinco de aquel, con un puñado de rosas secas, sal de amoníaco e incienso macho; rocía la mezcla con la crema de cebada, y que el peso del amoníaco y el incienso iguale al de las rosas. Frota breves momentos tu cara con tal cosmético, y enseguida la hermoseará un brillante color. Yo vi a una muchacha que humedecía las adormideras en agua fresca, las reducía a polvo y suavizaba con ellas sus tiernas mejillas…

Falta el resto.


Notas

Verso 30. Athos.― Península montañosa que se extiende desde la Calcídica hasta la Macedonia, en la que Jerjes abrió el canal que asegurase el tránsito de su flota; hoy la pueblan multitud de edificios religiosos y monasterios, donde se ha descubierto buen número de códices antiguos.

V. 38. Nocens virus amantis equae.— El virus dañoso de una yegua en celo. Alude al hipómanes, que, según la versión más autorizada, consistía en el virus que destilaban las yeguas en celo por las partes genitales; pero no faltan quienes lo consideraban como una excrecencia nacida en la frente de los potros, que las madres devoraban al darlos a luz, y el mismo Ovidio acepta esta opinión cuando escribe en el Arte de amar: datque quod a teneri fronte revellet equi.

V. 41. Temeseia… aera.— En Temesa, ciudad italiana del Abruzo, se trabajaba el bronce con suma habilidad, y los supersticiosos golpeaban con violencia los vasos y utensilios de este metal durante los eclipses de luna hasta que descubría su disco.

V. 53. Libyci… coloni.— La Libia exportaba a Italia tal cantidad de trigo, cebada, etc., que se la consideraba como uno de sus principales graneros.

V. 78. Halcyonea.— Según Plinio, los nidos del alción eran tan duros y resistentes que solo se rompían golpeándolos con el hierro.


Fuente, créditos, etc.

Esta traducción fue publicada en la Biblioteca clásica de Luis Navarro, concretamente en el tomo I [de Ovidio], «Los poemas eróticos de Ovidio», que incluye Los amores, El arte de amar, El remedio del amor, Los cosméticos (nombres tal y como aparecen en la edición).

Mi versión para AcademiaLatin.com está basada en esta edición de 1917 disponible en Google Books. Más allá de transcribir, he modernizado algo la ortografía y la puntuación; también he tratado de aligerar los párrafos dividiendo los más largos cuando tenía sentido.

La imagen destacada es Arreglo pastoral, de François Boucher (1703-1770).

««Cosmética del rostro femenino», de Ovidio» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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