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El último ateniense

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Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.

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Antípatro, aunque dueño de toda Grecia, no trató a la gente de forma cruel, pues estaba deseoso de asegurarse amistades que fueran a ayudarlo a mantener si parte del reino de Alejandro.

Su hijo se enteró de que Pérdicas estaba marchando hacia casa con el rey niño, cuyo nombre era igual que el de su padre: Alejandro; sabía que el general quería colocarlo en el trono de Macedonia. Ese plan le venía muy mal a Antípatro: no es que le tuviera miedo al niño, sino que sabía que Pérdicas actuaría de regente, y esa posición la quería Antípatro para sí mismo.

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En lugar de ceder su autoridad, Antípatro decidió luchar, y, como muchos de los generales de Alejandro tampoco estaban satisfechos, todos se levantaron en armas a la vez, como hemos visto.

Pérdicas estaba rodeado de enemigos, pero se enfrentó a todos ellos con valentía e incluso llevó un ejército a Egipto para someter a Ptolomeo, su mayor rival. Para llegar hasta allí, los soldados de Pérdicas se vieron obligados a cruzar a nado el Nilo. En eso muchos de ellos acabaron comidos por enormes cocodrilos, hasta el punto de que los demás, enfadados con su general por llevarlos por tan gran peligro, se lanzaron sobre él y lo mataron.

Casi al mismo tiempo murió Antípatro, dejando a su hijo Casandro y a su general Poliperconte para que se pelearan por el trono de Macedonia. Cada uno reunió un ejército y trató de ganarse la mayor cantidad de aliados posible, especialmente entre los griegos.

Los atenienses trataron en vano de permanecer neutrales durante la disputa, pero durante la guerra Poliperconte fue allí y dijo que Foción y muchos otros grandes ciudadanos se estaban posicionando con Casandro y los condenó a muerte bebiendo cicuta.

Sin embargo, parece que no había suficiente veneno para matarlos a todos, por lo que el carcelero hizo que Foción le diera dinero para comprar más. El noble anciano, sin más remedio que obedecer, se lo dio, mientras decía:

—Parece que en Atenas uno no puede ni morirse gratis.

Como era el último político realmente célebre en la ciudad, se le ha llamado el último ateniense. Nadie volvió a atreverse a defender el poder de la ciudad tras su muerte o trató de ayudar a recuperar su antigua libertad.

En cuanto Pérdicas murió, Roxana y su hijo llegaron a Macedonia, donde finalmente recibieron la protección de Poliperconte. Cuando Olimpia, la madre de Alejandro Magno, vio al niño, quiso asegurar el trono para él, por lo que mató a Arrideo y a toda su familia.

De esa forma, doce años después de la muerte de Alejandro, toda su familia estaba muerta, y su vasto imperio era presa de las disputas, que lo acabarían fragmentando en diversos Estados.

«El último ateniense» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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