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Pítica IV

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A continuación tienes una de las odas de Píndaro, traducidas en verso (1883) por Ignacio Montes de Oca y Obregón (1840-1921).

A Arcesilao, rey de Cirene

Al amado varón que de Cirene,
rica en caballos, ciñe la corona,
acompañar, ¡oh, musa!, hoy te conviene
en su marcha triunfal: la suave lona
de tu dulce bajel céfiro llene
al cantar a los hijos de Latona,
y a Delfos, do, veraz sacerdotisa,
vaticinó la augusta pitonisa.

Entre las áureas águilas sentada
de Jove salvador, llena la mente
del numen que allí tiene su morada,
al gran Bato mandó que a Libia ardiente,
dejando su natal isla sagrada,
de colonia veloz marchase al frente,
a fundar sobre cándido collado
un pueblo por sus carros celebrado.

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Después de siete y diez generaciones,
llegaba —dijo— la anhelada hora
de cumplirse las sabias predicciones
que Medea, de Cólquide señora,
a Jasón y los ínclitos varones
que llevaba en su nave voladora,
sobre las rocas dirigió, de Tera,
con inspirada voz, de esta manera:

«¡De magnánimos héroes y deidades
progenie celestial, prestadme oído!
Sabed que honda raíz de almas ciudades,
de esta tierra que el mar ha desleído.
para asombro de todas las edades,
la hija feliz de Épafo esclarecido
hará brotar, en el fecundo seno
del que es de Jove Amón templo y terreno.

»Delfines de brevísimas aletas
se trocarán en rápidos corceles
y en cuadrigas, veloces cual saetas,
y suaves bridas, remos y bajeles;
grandes ciudades quedarán sujetas
a Tera cual metrópoli: así fieles
augurios anunciaron su fortuna
en torno a la Tritónide laguna.

»Allí, de un numen con disfraz humano,
a recibir hospitalaria gleba
Eufemo desembarca: el soberano
Jove con su tronar el don aprueba;
del marinero la incansable mano
el áncora pesada en tanto leva,
cuyo diente de bronce enfrena grave
el raudo vuelo de la armada nave.

»Sobre los hombros ya por doce días
el casco enjuto de la rápida Argo,
fuera del mar (por sugestiones mías)
cruzando el arenal desierto y largo,
llevábamos: tras tantas travesías
de lanzar se acababa en el amargo
lago Tritonio, cuando el genio vino
bajo el aspecto de varón divino.

»Con frases amistosas, hospedaje
nos ofreció cortés, y lauta cena:
ser Eurípilo dice, y su linaje
a Neptuno deber, que el mundo llena.
Mas la ansiedad por continuar el viaje
permanecer ya más en playa ajena
no nos permite: nuestra prisa mira
el dios, y a detenernos ya no aspira.

»Gleba pequeña de la playa arranca,
y como prenda que la acepte ruega,
de su hospitalidad cordial y franca:
el héroe a recibirla no se niega,
y a tierra salta; el dios la mano blanca
pone en la suya, y el terrón le entrega.
Mas, ¡ay!, el don precioso de la nave
cayó de noche al mar, según se sabe.

»Mil veces a los útiles sirvientes
recomendé guardarlo. Todo en vano;
que lo olvidaron sus vulgares mentes.
De la espaciosa Libia así temprano
el germen se perdió. ¡Cuán diferentes
sus destinos serían, si la mano
de Eufemo lo llevara a la sagrada
Ténaro, do del Orco está la entrada!

¡Oh, rey, a quien Neptuno dio la vida
(deidad que en los corceles alta impera),
y Europa (del gran Ticio hija querida)
del rápido Cefiso en la ribera!
Hasta tus cuartos nietos difundida
tu ilustre sangre, conquistado hubiera
con la micenia y con argiva gente,
y la espartana, el vasto continente.

»Pero el fatal terrón quedó deshecha
antes de tiempo; y vástago tardío
de extranjera mujer te dará el lecho
en esta isla sagrada. Poderío
recibirá del cielo, y el derecho
de sujetar el litoral sombrío:
Bato su nombre; y pisará su planta
de Febo augusto la morada santa.

»Por medio de su oráculo sagrado,
allí le dará Apolo el mandamiento
de aprestar, cuando la hora haya sonado,
rápida escuadra, de bajeles ciento,
y el que Jove le tiene preparado
del Nilo en la ribera, ilustre asiento,
osado sujetar a su dominio».
Así fue de Medea el vaticinio.

Los héroes con silencio respetuoso
escucharon la sabia profecía.
¡Hijo de Polimnesto venturoso!
La délfica doncella en ti veía
de Cirene al monarca poderoso;
y «¡salve!» por tres veces te decía,
cuando, postrado ante el altar, la cura
solicitabas, de tu lengua oscura.

Cual rosa en la purpúrea primavera,
de la heroica raíz octava rama
hoy floreciente Arcesilao impera,
y en los píticos juegos lo proclama
Apolo vencedor en la carrera.
Quiero a las musas entregar su fama,
del vellocino de oro con la historia,
para los minias manantial de gloria.

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¿Cómo se abrieron por el mar camino?
¿Quién los ató con lazos de adamante
a peligros sin fin? Era el destino
de Pelias, por la espada fulminante
o las maquinaciones de un divino
eólida morir. Con palpitante
seno, escuchó la infausta profecía
que en el centro del mundo así decía:

«De Yolcos al llano
verás un guerrero
que baja del monte
con doble lanzón.

»¿Será ciudadano?
¿Será forastero?
No importa: tú ponte
en guardia, ¡oh, varón!,

»y está preparado
a rudo combate
en tanto que se ate
un solo calzado».

El semidiós que predijera el bardo
llega por fin, vibrando doble lanza:
graciosa veste ciñe su gallardo
cuerpo, de los magnesios a la usanza,
y una manchada piel de leopardo,
que hasta las plantas a cubrirlo alcanza,
de los hombros anchísima desciende,
y de la escarcha y lluvia lo defiende.

Jamás el filo de cruel navaja
osó tocar la blonda cabellera,
que en bellos rizos refulgente baja
la espalda acariciándole ligera.
Entra al foro el garzón; el paso ataja
plantándose con bélica manera,
en tanto que al real desconocido
mirando, el pueblo exclama conmovido:

«¿Quién es este gallardo mancebo?»
¿Es acaso el dulcísimo Febo
que basta Yolcos se digna bajar?
Si es el dios de fulgente loriga,
¿dónde está la dorada cuadriga
en que Marte acostumbra volar?

»Ni Oto ser, ni Efïaltes podría;
que a sus hijos miró Ifimedía
en los campos de Naxos morir;
y de Ártemis, a Ticio difunto
enseñaron las flechas, a punto
menos alto su amor dirigir».

Mientras en confusísima algazara
así la muchedumbre confabula,
llegando Pelias, de su carro para
con manos fuertes una y otra mula;
en el extraño paladín repara,
y su terror en vano disimula
la sandalia fatal cuando descubre
que el pie derecho solitaria cubre.

Tranquilidad el mísero aparenta,
y así se expresa: «A la mentira ajeno,
¡oh, peregrino!, díme: ¿qué opulenta
patria produjo lidiador tan bueno?
¿Cuál es la madre que en el mundo cuenta
que hijo tan grande cobijó su seno?
Sin vacilar revélamelo todo».
Se anima el joven, y habla de este modo:

«Oíd: de la caverna
de Cariclea vengo
(sostén de mi edad tierna),
y a dicha grande tengo
haber sido discípulo
del centauro Quirón.

»Cuidáronme las puras
hijas del varón sabio;
ni palabras impuras
decir supo mi labio,
ni en cuatro lustros mi ánima
manchó perversa acción.

»En mis patrios hogares
mayor de edad, penetro
a recobrar mis lares
y el usurpado cetro
que al gran Eolo, Júpiter,
y a sus hijos donó.

»Según veraz noticia,
robó Pelias insano,
contra toda justicia,
el reino soberano
de que dueños legítimos
somos mi padre y yo.

»No bien mis tristes ojos
vieron la luz primera,
sabiendo los antojos
del jefe que hoy impera,
mis padres ocultáronme
a su ambición fatal.

»Me proclamaron muerto,
y con fingido luto
fue mi alcázar cubierto;
y diéronme el tributo
de femeniles lágrimas
y duelo funeral.

»Entretanto, al abrigo
del silencio nocturno,
al antro del amigo
vástago de Saturno,
en pañales de púrpura,
lleváronme a educar.

»De Quirón a las manos
mi salvación yo debo:
y basta, ¡oh, ciudadanos!,
lo que narrado llevo,
las preguntas que atónitos
me hicisteis, a llenar.

»A la morada mía
llevadme ahora fieles,
do mi padre nutría
sus cándidos corceles,
pues hijo primogénito
soy del anciano Esón.

»Vuestra tierra no huello
cual triste peregrino:
de mi linaje el sello,
el centauro divino
en mí imprimió, legándome
el nombre de Jasón».

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No bien penetra en la mansión paterna,
corre a abrazarlo el conmovido anciano;
vierte a torrentes su pupila tierna
llanto sin fin de gozo sobrehumano:
procura el héroe la emoción interna
que lo domina reprimir en vano,
al ver que su hijo excede en gallardía
a cuantos hombres Yolcos contenía.

Al palacio de Esón atrae la fama
a sus hermanos. Pronto Feres viene
de la vecina fuente, que se llama
Hiperia, y Amitaon de Mesene:
de ver a su pariente, a Admeto inflama
deseo irresistible; ni detiene
lazo alguno en su hogar al fiel Melampo,
que llega ansioso del laconio campo.

Con afable ademán a sus parientes
acoge el buen Jasón; a lauta cena
los convida y los colma de presentes.
Cinco noches duró la fiesta amena;
cinco días los juegos diferentes;
pero al sexto, Jasón el gozo enfrena
y les hace saber su intento serio
de recobrar el usurpado imperio.

Lo aplauden, y con planta presurosa
los héroes van, llevándolo en el centro,
de Pelias a la casa suntüosa.
Sus pisadas no bien resuenan dentro,
cuando el hijo de Tiro (la de undosa
cabellera) cortés sale al encuentro.
Lo saluda Jasón y, con süave
voz que parece miel, le dice grave:

«¡De Neptuno Petreo hijo robusto!
Del mísero mortal la mente ciega
aplaude con furor el lucro injusto,
y a regresar a la equidad se niega;
mas la hora de rendir a árbitro justo
cuenta de lo pasado, al fin se llega.
Enfrenemos tú y yo nuestros afectos
y caminemos por senderos rectos.

»Un mismo seno (sabes lo que digo)
a tu abuelo Creteo, y al osado
Salmoneo prestó materno abrigo:
primos somos, por tanto, en tercer grado;
y a todo hombre, las parcas enemigo
del consanguíneo ser tienen vedado.
Ni flecha, pues, ni espada fratricida
de nuestros padres la heredad divida.

»Yo te propongo ventajoso pacto:
cuenta en el campo las lanudas greyes
y las pingües manadas; el exacto
número cuenta de pintados bueyes.
Todo te doy, y el territorio intacto,
que, atropellando del honor las leyes,
a mis padres robaste, y hoy tu renta
con tu cultivo y tu cuidado aumenta.

»No envidio la riqueza de tu casa;
mas quiero, sí, mi trono y monarquías.
Fiero dolor el pecho me traspasa
el cetro al ver de la familia mía.
Vuélvemelo; o de la ira que me abrasa
contener los arranques no podría».
Su discurso Jasón así concluye,
y con urbanidad Pelias arguye:

«Haré lo que quieras; mas oye mi ruego:
la vejez inútil mis miembros circunda;
en ti rubicunda,
con célico riego,
sus flores derrama feliz juventud.

»Aplacar piadoso podrás con empeño
de los infernales dioses a la turba:
de Frixo perturba
mi plácido sueño,
la sombra, privada de patrio ataúd.

»Que saque, me pide, del alcázar de Etas
su espíritu triste, y el vellón dorado
por que fue salvado,
ya de las saetas
de infame madrastra, ya del ronco mar.

»Gusté de Castalia la límpida fuente
a Apolo pidiendo su luz veneranda;
y el numen me manda
que el ponto inclemente
en rápida nave me atreva a cruzar.

»La empresa difícil que yo no acometo
porque de los años el peso me doma,
tú atrevido toma,
que fiel te prometo
el cetro en tu diestra sin falta poner.

»A Júpiter sumo, que origen proclamo
del lazo de sangre que me une contigo,
cual santo testigo
de mi voto llamo.
¡Él mira mi franco, leal proceder!».

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Queda firmado el pacto; y al momento
la expedición que se prepare ordena
el ínclito Jasón. No bien el viento
con la trompeta del heraldo suena,
llegan tres héroes de divino aliento:
el uno es hijo de la bella Alcmena;
Leda fue de los otros dulce madre;
todos tienen a Júpiter por padre.

Quizá temiendo que los pueblos duden
de su valor, si en tiempo inoportuno
llegaren, velocísimos acuden
los dos audaces hijos de Neptuno.
Su larga cabellera ambos sacuden;
del cabo de Tenaro viene el uno,
de Pilo el otro: Eufemo aquel se llama;
este, Periclimeno, de alta fama.

¡Semidioses, salud! ¡Cuánto trofeo
os va a alcanzar la expedición marina!
Llega el poeta y citarista Orfeo,
de Apolo inspirador prole divina;
y Mercurio, señor del caduceo,
a gloriosas empresas encamina
a Equito y a Equïón, hijos mellizos,
de la flor de la edad con los hechizos.

Júntanse los que pueblan los cimientos
del Pangeo; veloces cual saetas,
porque Bóreas, monarca de los vientos,
a sus dos hijos, Calaín y Zetas,
infunde con su soplo más alientos,
agitando en sus hombros las aletas;
y el impulso final, con su oportuno
auxilio, da la irresistible Juno.

Infunde la deidad tal atractivo
a la forma gentil del bajel Argo
que hace a los héroes del hogar nativo
huir, y del doméstico letargo.
De navegar les viene ardor tan vivo
que las aguas beber del ponto amargo
y, de gloria cubiertos, al Averno
bajar, prefieren al hogar materno.

Cuando la flor de heroicos navegantes
para lanzarse al mar se encuentra lista,
elogiando sus ánimos constantes
a sus filas Jasón pasa revista.
Ve Mopso las entrañas humeantes;
sigue atento a los pájaros la pista:
feliz viaje al ejército revela,
y hace que sin tardar se dé a la vela.

No bien levan el áncora dura,
cuando sube del Argo a la popa,
de oro puro ostentando una copa,
de los nautas el gran capitán.
De los dioses al padre tonante,
vibrador de la lanza de fuego,
por los héroes dirige su ruego,
que en la nave a sus órdenes van.

Pide al dios que les abra camino
a través del feroz elemento:
que los lleve con próspero viento
y sujete al furioso Aquilón;
y que el sol los alumbre de día,
y en las noches la espléndida luna;
ni les niegue por fin la fortuna
de volver a la patria mansión.

Trueno fausto replica en las nubes
y su luz el relámpago arroja;
y sumerge en funesta congoja
a los héroes la atroz tempestad.
Mas el augur declara que anuncian
feliz viaje los dioses supremos;
y respiran, y él grita: «A los remos,
a los remos, marinos, bogad».

Y bogan apresurados,
obedientes al piloto,
y empiezan del fresco Noto
las auras a respirar;
y al llegar los denodados
a la boca del Axino,
a Neptuno, dios marino,
erigen templo y altar.

En el ara sacrifican,
implorando su alta gracia,
rojo toro, que de Tracia
les da la copiosa grey;
y que los libre, suplican,
del ímpetu de las rocas
que entre sí se hieren locas,
de los bajeles al rey.

Giran raudos como viento
los dos islotes flotantes:
parecen vivos gigantes
que luchan con frenesí.
Mas termina el movimiento
al pasar la nave fuerte.
A las Simplégades muerte
dieron los héroes así.

Llegan por fin a Fasis,
y a los negros derriban
de Cólquide, no lejos
de donde Etas habita.

Allí por vez primera
la gloriosa Ciprina,
que dardos amorosos
agudísimos vibra,

trae del excelso Olimpo
la tornasol pezpita,
que a los hombres afectos
frenéticos inspira,

y con indisolubles
lazos, el ave liga
a la rueda, que en cuatro
rayos, veloce gira,

y enseña al sabio Esónides
cantos y oracioncillas,
cuyo mágico influjo
no hay fuerza que resista.

Harán tales encantos
que Medea lo siga,
a sus deberes sorda
y a los afectos de hija,

Y arda de ver a Grecia
en ansiedad tan viva
que su pasión la azote
cual tempestad horrísona.

La reina inspírase
de amor tan tierno
que el arte quiere,
con que el paterno
lazo supere,
dar a Jasón.

Mezcla un antídoto
con suave aceite,
que los dolores
torna en deleite,
y con mil flores
forma una unción;

Y jura a Esónides
que el himeneo
de sus certámenes
será el trofeo,
y en cambio pídele
su corazón.

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Etas al fuerte arado de adamante
unce los bueyes de nariz ardiente.
Es su aliento de llama fulgurante;
son sus pezuñas de metal luciente.
Sin sentir el ardor, solo el gigante
el yugo pone a su inflamada frente,
y, la tierra al labrar, va tan violento
que una yugada sulca en un momento.

«Que venga —exclama arrogante—
y ejecute igual tarea
el rey, quienquiera que sea,
de ese bajel comandante.
Será de sus pies alfombra
el celeste vellocino,
cuya lana de oro fino
a los mortales asombra».

Del manto purpúreo Jasón se desnuda;
y a Venus pidiendo y a Jove su ayuda,
las áridas glebas empieza a labrar.
Merced a la maga su amante, no teme
que el fuego de aquellas narices lo queme:
sus filtros y mañas lo saben librar.

Arrastra el arado, forzudo y sereno,
y pone a los toros el mágico freno,
que sufre mugiendo la indómita grey.
Con vara punzante los urge sin tregua,
y en breves instantes va, legua tras legua,
abriendo los sulcos que impúsole el rey.

Del joven las fuerzas observa con ira
burlado el tirano, y oculto suspira,
y apenas reprime su inmenso estupor.
La mano querida del jefe valiente
los nautas estrechan; y ciñen su frente
con hierbas, y elogian su inmenso valor.

Entonces la selva, do fúlgida brilla
la piel que de Frixo cortó la cuchilla,
indica a los héroes el hijo del Sol.
Abriga su pecho la infame esperanza
que vana del joven será la pujanza,
pasando la empresa por nuevo crisol.

En medio de un bosque de espesa maleza,
terrífico monstruo, de inmunda cabeza
y fauces horrendas, custodia el vellón.
De remos cincuenta bajel bien armado
angosto y pequeño juzgárase al lado
de aquel vigilante furioso dragón.

Mas ¿cómo dejo al estro que me lleve
lejos de la trillada carretera?
¿Sus propias reglas a violar se atreve
mi musa, para todos tan severa
tornaré a mi deber por senda breve,
y diré que con maña al fin supera
a la hórrida serpiente, de la nao
el divino patrón, ¡oh, Arcesilao!?

Con el dorado vellocino, embarca
en el Argo a Medea, que perdida
de amores sigue al héroe; y del monarca
de Yolcos pone término a la vida.
Por el Índico océano la barca
llega a la isla de Lemnos; do homicida
falange de viudas, a los griegos
cortés invita a funerales juegos.

Premio de sus espléndidas proezas
son ellas mismas y el bordado manto.
En tierra extraña a relucir empiezas,
¡de Cirene real linaje santo!
¿Fue germen de tus ínclitas grandezas
de una noche o de un día el dulce encanto?
Lo ignoro; mas en Lemnos el supremo
tallo brotó del inmortal Eufemo.

La peregrina prole hasta Laconia
sigue del padre la sagrada pista,
y de Esparta conduce una colonia
A Tera (entonces isla de Calista);
en ella la gentil prole Latonia
de Libia ordena la fatal conquista,
y el trono da de la feliz Cirene
a raza ilustre que su pueblo ordene.

¡Óyeme, Arcesilao!, y tu talento,
que al mismo Edipo avergonzara, aviva.
¿Vistes acaso al roble corpulento
cuyo alto tronco la segur derriba?
No torna a florecer; pero alimento
da al invernal hogar, o en él estriba,
trasformado en columna, el arquitrabe
que del templo sostiene la áurea nave.

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Médico regio, Febo está contigo:
en las llagas, señor, bálsamo vierte.
Trastorna la ciudad vil enemigo;
mas restituir la paz, ni el varón fuerte
podrá, si un numen no le presta abrigo.
Gloria, fuerza, saber, te dio la suerte:
sigue, ¡oh, rey de Cirene venerando!,
la dicha de tus súbditos labrando.

Pondera atento el inmortal axioma
del grande Homero, que leer te agrada:
«De hábil embajador el arte doma
hasta la oposición más obstinada».
Mi musa, ¡oh, rey!, la libertad se toma
de llevarte benéfica embajada,
y viene a interceder por Demofilo,
a quien mi Tebas hoy ofrece asilo.

De Bato sabe bien la casa regia
y toda la ciudad, de mi clïente
cuál ha brillado la conducta egregia.
De joven es su brazo armipotente;
de viejo de cien años su estrategia:
jamás su lengua ha sido maldiciente;
a odiar la sedición, y a ser amigo
de los virtuosos, le enseñó el castigo.

Lo que puede hacer hoy, su mano activa
no acostumbra dejar para mañana:
sabe que la ocasión es fugitiva
y, aunque no corre con pasión insana,
cual esclavo, en su pos, nunca la esquiva.
A quien fue tal desde la edad temprana,
considera, señor, qué pena oprime
hoy que tan lejos de la patria gime.

Al desdichado numen semejante
que sostiene las célicas regiones,
el destierro lo acosa, nuevo Atlante,
privado de su patria y posesiones.
A los titanes perdonó el Tonante.
¿Posible que su yerro no perdones?
¡Señor! El tiempo todo lo cancela:
cesando el huracán, se cambia vela.

Por volver al hogar triste suspira,
y por beber de la Apolínea fuente:
odio su corazón ya no respira,
la enfermedad pasó; vida inocente
quiere llevar, al eco de su lira.
Que torne a tu ciudad, ¡oh, rey!, consiente.
Verás qué manantial de versos puros
halló en tu honor, en los tebanos muros.

Notas a la Pítica IV

Dedicada a Arcesilao, rey de Cirene, vencedor en las carreras de carros el año 3.º de la Olimpiada 78, 466 a. C. Cantada en un banquete en Cirene.

  • Entre las áureas águilas.— Para saber cuál era el centro (umbilicus) de la Tierra, Júpiter envió al mismo tiempo dos águilas de Oriente y Occidente, y se encontraron en Delfos. En memoria de este fausto acontecimiento, se erigieron en el templo de Apolo dos águilas de oro, entre las cuales se sentaba la sacerdotisa.
  • Bato, fundador de la dinastía Batida, a que pertenecía Arcesilao, parece ser el asunto principal de esta oda, escrita con el objeto de lisonjear el amor propio del rey de Cirene, para que perdonase al rebelde Demofilo.
  • Llegaba —dijo—, etc.— Este vaticinio confirma el de Medea, que pocas líneas más abajo refiere íntegro el poeta. Fue dirigido a Bato, al consultar este el oráculo délfico, acerca del modo de curarse del defecto que tenía en la lengua y lo hacía tartamudo.
  • Honda raíz de almas ciudades.— Refiérese al terrón milagroso de que se habla más adelante. Libia (la ninfa) fue hija del argivo Épafo, y Libia (el continente) estaba consagrada a Júpiter.
  • Tenaro do del Orco está la entrada.— Era el Tenaro un promontorio en la costa de Laconia, donde había en la tierra una abertura que los antiguos creyeron ser una de las puertas del Infierno.
  • Hijo de Polimnesto.— Es decir, Bato, el tartamudo progenitor de Arcesilao.
  • Para los minias.— Llama el poeta minias a los argonautas, quizá porque muchos de ellos descendían de las hijas de Minias, hijo de Neptuno.
  • Ni Oto ser ni Efialtes podría.— Eran hijos de Aloeo e Ifimedía, y a los nueve años tenían ya nueve varas de largo y nueve codos de ancho. Declararon guerra a los dioses y lograron encadenar a Marte, pero fueron muertos por Apolo.
  • De Ártemis las flechas, etc.— El gigante Ticio requirió de amores a Latona y fue castigado con la muerte por Diana.
  • Que el pie derecho solitaria cubre.— Perdió Jasón una sandalia al cruzar el río Anauro, cerca de Yolcos.
  • De Cariclea, etc.— Era la esposa de Quirón.
  • De Neptuno Petreo, etc.— Vínole este epíteto de Petra, ciudad de Tesalia, donde era honrado con juegos.
  • A mi abuelo Creteo.— Una errata de imprenta hizo poner tu abuelo en vez de mi abuelo.
  • Que saque me pide.— Frixo, hijo de Atamante, perseguido por Ino, su madrastra, huyó con su hermana Hele sobre un carnero de vellón de oro, y se refugió cerca de Etas, rey de Cólquide, por quien fue muerto. Finge Pelias que el oráculo délfico le manda aplacar los manes de Frixo y rescatar el vellocino de oro. Los antiguos tenían cierta idea de que el alma se enterraba con el cuerpo.
  • A la boca del Axino.— Antiguo nombre del Ponto Euxino, por su fama de inhospitario (ἄξεινος).
  • A las Simplégades.— Eran dos rocas botantes, en el estrecho del Ponto Euxino. Envueltas en continua niebla y agitadas por los vientos, se juntaban a menudo aplastando cuanto entre ellas se encontraba. El Argo pasó por en medio, aunque con algunas averías, y desde entonces los islotes quedaron inmóviles.
  • Iinge era una ninfa, hija de Eco, que con sus encantos hizo enamorar a Júpiter de Ío. La celosa Juno la transformó en el bullicioso pajarillo llamado pezpita.
  • Homicida falange de viudas.— Las mujeres de Lemnos asesinaron a todos los hombres con excepción de Toante, padre de su reina Hipsípila, en castigo de la infidelidad de aquellos. Celebraban los funerales de Toante, muerto después, cuando llegaron los argonautas; y se aprovecharon las viudas de la ocasión para que no se despoblara la isla. La que se unió a Eufemo fundó así la dinastía real de Cirene.
  • Y viene a interceder por Demofilo.— Si hemos de creer al escoliasta, la oda agradó tanto al rey que levantó el destierro al rebelde Demofilo.

«Pítica IV» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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