A continuación tienes uno de los capítulos de Los vikingos, de Alfonso Nadal.
Sin más medios de navegación que los que hemos descrito, pero con una constancia, una pericia y un arrojo a toda prueba, mientras unas bandas de normandos asolaban las costas bálticas, devastaban las francesas, conquistaban Inglaterra, asaltaban la península ibérica y penetraban al fondo del Mediterráneo, otros se dirigían a las nebulosidades del mar Ártico y arribaban a costas hasta entonces desconocidas.
Corría el año 861 cuando el pirata noruego Naddod, que navegaba hacia las islas Feroe, fue sorprendido por una tormenta que lo arrastró a gran distancia de las costas de Noruega, hasta una isla cubierta de nieve, que llamó Snjoland.
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Dos años después, un sueco, Gardar Svafarson, se dirigió a esta isla, exploró su litoral y desembarcó e invernó en ella, iniciando la colonización de la isla, que adoptó el nombre de Iceland (Islandia), «tierra del hielo».
Las comunicaciones y el comercio entre Islandia y los países escandinavos fueron haciéndose estables. Un colono de la isla, que navegaba en 920 hacia el oeste, no sabemos si arrastrado por una tempestad o movido simplemente por espíritu de aventura, divisó tierras nuevas a las que puso el nombre de Gunnjarnskere, «arrecifes de Gunnjar», y regresó a Islandia, donde dio la noticia de su descubrimiento: la Groenlandia estaba descubierta, pero habían de pasar años hasta que se efectuara la toma de poseesión por los vikingos.
Hacia el año 986, un islandés, Eurico el Rojo, fue condenado por homicidio y proscrito de la isla, y, como a causa de anteriores delitos le estaba también prohibido dirigirse a Escandinavia, resolvió salir en busca de la tierra entrevista medio siglo antes y así lo hizo en compañía de parientes y compañeros que quisieron seguirle.
Después de tocar el cabo de Farewell, viró primero al oeste y enseguida al norte, y abordó en la costa occidental groenlandesa, en una ensenada que le pareció de mejor suelo y de más suave clima que el norte de Islandia, donde había vivido. Allí se instaló y bautizó toda aquella tierra con el nombre de Groenlandia, «tierra verde», sin duda porque la descubrió en verano y estaba reverdeciendo.
Su hijo Leif Ericson descubrió casualmente, entre los años 999 y 1000, otras tierras pertenecientes ya al continente americano. Mientras navegaba de Groenlandia a Noruega, una violenta tempestad lo desvió de su ruta y lo arrastró muy lejos, hacia una tierra donde había campos de trigo y viñas salvajes. De regreso a Groenlandia hizo grandes elogios de lo que había visto, e, incitado por estos relatos, otro vikingo de los instalados en Islandia, Torfin Karlsefni, organizó una expedición compuesta de tres barcos e integrada por ciento cuarenta hombres, que se dirigió a las costas descubiertas por Leif y las exploró durante tres años.
La primera costa a que abordaron recibió el nombre de Helluland, «tierra de las rocas», por las muchas que en ella se alzaban. Se cree que esta costa es la del Labrador o Terranova.
Más al sur, a dos días de navegación, hallaron los exploradores otra costa que denominaron Markland, «tierra de bosques», a causa de las muchas selvas que la cubrían, pobladas de animales salvajes, tierras que suelen localizarse en la Nueva Escocia, rica en maderas.
Prosiguiendo la exploración más al sur, después de dejar atrás grandes dunas y estrechas playas, hallaron una tierra que prometía, y dos de la expedición, llamados Hake y Hekia, se internaron por aquel punto en la región y regresaron cargados de espigas de trigo silvestre y de racimos de uva. De aquí viene el nombre de Vinland, «tierra de la vid», que dieron a aquel país.
No por eso se detuvieron los navegantes, sino que siguieron explorando las costas y encontraron una bahía y, junto a ella, una isla, difícilmente abordable por las fuertes corrientes. Trabajo les costó a los normandos tomar tierra, pero allí se establecieron para invernar y reconocer los alrededores, correspondientes, sin duda, al terreno por donde se extiende hoy la ciudad de Nueva York.
Durante su permanencia recibieron la visita de los indígenas salvajes a los que dieron el nombre de skraelinges y con los que entraron en pequeños tratos comerciales o cambio de objetos. Eran de tez muy oscura, de cabellos erizados, de pómulos salientes y feo y hosco semblante. Viajaban en familias compuestas de muchos miembros y navegaban en canoas hechas de pieles de focas.
A los tres años de permanecer en Vinlandia, las relaciones de los normandos con los indígenas se hicieron difíciles y degeneraron en querellas, viéndose al fin atacados por los salvajes y obligados a abandonar la región, por lo que determinaron regresar a Groenlandia haciendo escala en Markland.
No se tiene noticia segura de otras visitas hechas por los escandinavos a tierras americanas, pero puede haber mucho de verdad en las leyendas que hablan de otras excursiones, aun anteriores a las de Leif Ericson y Torfin, y confirmaría esto el hecho de que, entre un pequeño grupo de skraelinges con que los compañeros de Torfin toparon en Markland a su regreso a Groenlandia, había uno que era barbudo, lo que no se explicaría de no haber habido mezcla de la raza blanca con la indígena americana. Siglos después, el cronista castellano Antonio Herrera, en sus célebres Décadas, nos refiere que, cuando la conquista de Panamá y Darién, en 1516, los españoles «prendieron dos hermanos del cacique Escolia, grandes como gigantes y el uno con barba, como el más barbudo castellano». Y esto para Herrera era «cosa nueva entre indios». Tan espesa barba y, más aún, tan elevada estatura, no se comprende en un indio del Darién, en los primeros años del siglo XVI, sino por un atavismo y por una aportación de sangre europea, en el caso forzosamente escandinava.
Para dar idea de lo inmenso del territorio designado con el nombre de Vinlandia, bastará citar el texto de un manuscrito del siglo XIV, que dice:
«Más allá (de Noruega), el territorio que sigue está inhabitado hasta llegar a Groenlandia. Al sur de Groenlandia se extiende el Helluland y después el Markland. A distancia no muy grande de este último país se halla Vinland, que algunos creen que se dilata hasta el África».
Esto se escribía más de un siglo antes del descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón.
En aquella época estaban los europeos muy lejos de tener una idea exacta de la geografía y creían que Vinlandia, prolongación de Groenlandia, era una continuación del territorio europeo, sin sospechar que se trataba de otro continente; pero el texto citado nos da una buena idea de la que tenían respecto a su extensión.
Podemos asegurar, sin duda alguna, que las relaciones escandinavas con las tierras americanas se abandonaron durante el siglo XI. Pero no sucedió lo mismo con Groenlandia, que fue poseída y colonizada por los normandos durante mucho tiempo.
Las colonias medievales escandinavas en Groenlandia estuvieron casi exclusivamente situadas en la parte occidental, que es la más cercana a las regiones septentrionales de América. Más de diez mil habitantes llegó a contar Groenlandia en la Edad Media. El principal de los centros urbanos, llamado Gardar, fue erigido en sede de una diócesis episcopal en 1126 y hasta se sabe que su primer obispo se llamó Arnoldo. Contaba dieciséis iglesias y algunos monasterios. Los colonos se dedicaron a la agricultura y, especialmente, al pastoreo.
En el último tercio del siglo XV empezó la decadencia de Groenlandia y se precipitó rápidamente, por obra de las invasiones de tribus esquimales venidas del Norte, muy probablemente desde América. Los colonos se defendieron valientemente contra los ataques de los bárbaros y los hubieran rechazado de haber recibido refuerzos de Islandia y de Europa. Pero los escandinavos de Dinamarca y Noruega estaban absorbidos en aquella época por luchas intestinas y guerras europeas, y apenas conservaban relaciones comerciales con Islandia.
«Las grandes expediciones: el descubrimiento de América» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com