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La saga de Fridtjof

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A continuación tienes uno de los capítulos de Los vikingos, de Alfonso Nadal.

A un lado de la ensenada de Song vivía con dos hermanos de leche, llamados Bjorn y Asmund, y una gran compañía de guerreros, el joven y poderoso Fridtjof, considerado muy hábil en las artes y el consejo, sin par en los juegos de los atletas, amable y de dulce carácter.

Gobernaba parte del territorio de Song por los reyes Helge y Halfdan, que eran de su edad y a quienes aventajaba en fuerza, en juicio y en toda clase de bienes. Lo que más apreciaba de toda su riqueza era una barca, célebre entre todas las de Noruega, que tenía por nombre Ellida. Quince marineros podían remar a cada banda y estaba sólidamente construida y aparejada para largas aventuras. También tenía en gran aprecio un anillo de oro tan maravillosamente labrado que en toda Noruega no había otro que pudiera comparársele.

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Helge y Halfdan, hijos y sucesores del rey Bele, veían con recelo aumentar cada día la fortuna de Fridtjof. Tenían su corte al otro lado de la ensenada, en Surstrand, pero la mantenían con muy poco esplendor, porque eran pobres y poco inclinados a las fiestas. Vivía con ellos una hermana, llamada Ingeborg, de extraordinaria belleza, a quien tenían un cariño ilimitado.

—Por desgracia —se decían, Ingeborg mira con buenos ojos a Fridtjof. La hija del rey Bele ama al hijo de un vasallo. Cierto que no le quiere por sus despreciables riquezas. Sin duda la ha seducido por la astucia y por sus discursos llenos de mentiras.

Un día Fridtjof entró en la corte de los reyes, los saludó con respeto y dijo:

—Señores, amo a vuestra hermana Ingeborg la bella y vengo a pedírosla para casarme con ella.

Los dos hermanos contestaron con ironía:

—¿Está bien que un hombre de juicio quiera casarse con la hija de un rey, olvidando que no es de linaje de príncipes? No podemos creer que Ingeborg acepte casarse contigo.

—Entonces —replicó Fridtjof—, mi visita ha terminado. Pero os advierto que desde ahora no habrá para vosotros ni ayuda ni socorro en casa de Fridtjof.

Y he aquí que había un rey llamado Ring, que poseía el territorio de Ringerike y no pensaba más que en extender su reino y aumentar sus bienes por la violencia. Y un día reunió su Consejo y habló así:

—He sabido que los hijos del rey Bele han roto su amistad con Fridtjof, el hombre más valiente y temido de estos tiempos. Tonto sería quien no se aprovechara de esta falta. He decidido, pues, mandarles un mensaje con estas condiciones: o me rinden homenaje y me pagan tributo o me tendrán por enemigo.

Al recibir la embajada de Ring, Helge y Halfdan convocaron a sus adictos, pero, una vez reunidos estos, comprendieron su debilidad y echaron de menos a Fridtjof, acusándose mutuamente de haberlo ofendido. Por fin le mandaron un hombre de espíritu prudente, Hilding, en cuyo hogar se había educado Fridtjof.

Pero este contestó con evasivas, y, cuando Hilding volvió a dar cuenta del fracaso de su misión, los reyes le preguntaron:

—¿Y qué haremos de Ingeborg durante nuestra ausencia? ¿Cómo engañaremos la audacia y la malicia de Fridtjof?

Hilding les dio este consejo:

—Conducidla a Baldershage con sus doncellas. Allí estará protegida de todo aquel que tema y respete a los dioses.

Baldershage era un lugar sagrado, sobre la ensenada, delante de Framnes. Allí se levantaban bellos palacios entre campos cultivados donde crecían las flores y las plantas aromáticas. Allí se honraba a los dioses del Norte, cuyas estatuas de madera poblaban los templos. Jamás había de ser turbada la paz en aquel lugar santo: estaba allí prohibido matar aun a la más dañina alimaña, y hombres y mujeres no podían vivir bajo el mismo techo sin cometer sacrilegio.

Después de llevar allí a Ingeborg con ocho damas de su compañía, los dos hermanos se dirigieron hacia el sur para entrar en combate con el rey Ring.

Apenas Fridtjof supo su partida, tomó sus mejores vestidos, se puso al brazo el anillo de oro, y en compañía de sus dos hermanos de leche, Bjorn y Asmund, y de seis hombres, fue a la orilla del mar y mandó lanzar al agua su barca Ellida, donde se embarcaron todos.

Atravesaron la ensenada y llegaron al lugar sagrado. Ingeborg habitaba un recinto tapizado de seda escarlata, adornado de alfombras preciosas, y al ver a Fridtjof exclamó con voz temblorosa:

—¿Te has vuelto loco, Fridtjof? ¿Cómo has podido venir contra la voluntad de mis hermanos y sin temor a la presencia de los dioses?

—Querida Ingeborg —contestó Fridtjof—, el amor que te tengo está por encima de la cólera de los dioses.

Al oír esto, todo temor abandonó a Ingeborg y una alegre confianza se apoderó de su alma.

—Bienvenidos seáis tú y tus amigos. Siéntate a mi lado; te llenaré el cuerno de hidromel y te serviré con mis manos propicias en fuentes de plata. Feliz sea tu permanencia en Baldershage.

Cuando llegó para los hombres la hora de volver a Framnes, Ingeborg dijo a Fridtjof:

—Amigo, el anillo más hermoso del mundo luce en tu brazo; ¿no estaría mejor en el de una mujer?

—Querida Ingeborg, te pertenece si me prometes no separarte nunca de él y enviármelo el día que dejes de serme fiel. Cambiemos, pues, nuestros anillos y nuestra promesa en prenda de constancia y de amor.

Y así lo hicieron. Fridtjof dio a Ingeborg el hermoso anillo, y él recibió uno de los que adornaban el brazo de la doncella.

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Cuando Helge y Halfdan encontraron el ejército de Ring, numeroso y bien armado, reconocieron su impotencia y se desanimaron. Mandaron, pues, a decir al rey que estaban dispuestos a un acuerdo.

—Consiento —dijo Ring—, si me aceptan como soberano y me dan por mujer, con la dote conveniente, a su hermana Ingeborg. Solo a este precio les otorgaré la paz y no disminuiré ni su honor ni su tierra.

Tal fue el pacto convenido, y los reyes Helge y Halfdan regresaron a sus Estados para buscar a su hermana.

Grande fue su furor cuando se enteraron de lo que Fridtjof había hecho.

—¿Cómo han podido los dioses soportar tales ultrajes? Por nuestra parte no permaneceremos insensibles. Pero Fridtjof ha reunido sus hombres y él es más fuerte que nosotros. Hemos de vengarnos con la astucia más que con la violencia.

Y confiaron a Hilding este mensaje para Fridtjof:

—Los reyes Helge y Halfdan han sabido tu perfidia y la ofensa hecha a los dioses, mas no se dejarán arrastrar por su resentimiento: condenan la guerra y no quieren derramar sangre. Pero en justa compensación te mandan que navegues hasta las islas Orcadas, al oeste, para reclamar el tributo que deben y que no han pagado desde la muerte del rey Bele, ya que van a casar a su hermana Ingeborg con el rey Ring.

Fridtjof contestó a este mensaje:

—Yo también deseo que la paz reine entre nosotros, y no pienso romperla, aunque no espere de los dos reyes ni amor ni fidelidad. Me comprometo a navegar a las islas Orcadas si ellos me prometen que, durante mi ausencia, quedarán protegidos y asegurados mis propiedades, mis gentes y mis bienes en todos los casos.

Se lo prometieron con juramento, y Fritdtjof eligió diecisiete compañeros, equipó su nave para un largo viaje y, una mañana, como soplara un viento propicio, se embarcó en la ensenada de Song y se alejó hacia la inmensidad. Enseguida, Helge y Halfdan invadieron el territorio de Fridtjof, dieron Framnes a la llamas, destruyeron las casas, devastaron los prados y las labranzas, y solo guardaron lo que podían llevarse. Luego llamaron a dos brujas, Heid y Hamglaana, cuyas manos llenaron de oro.

—Fridtjof navega hacia el oeste a bordo de su Ellida. Son dieciocho marineros valientes y hábiles en atravesar los mares. Provocad con vuestras artes un huracán que ninguna nave pueda resistir.

Sentadas en altos taburetes, las brujas arrojaron a un brasero de cobre las hierbas inflamadas, de las que salía un vapor sofocante, y, desatándose los cabellos, haciendo girar sus feroces ojos y retorciendo sus miembros, comenzaron sus hechizos entre gritos agudos y gemidos ahogados.

Fridtjof navegaba hacia el oeste, con Bjorn, Asmund y sus marineros. Ya habían perdido de vista las costas de Noruega cuando descubrió grandes nubes y olfateó el viento de la tempestad. En un momento se levantaron enormes olas, que Ellida atravesaba sin detener un momento su carrera.

De pronto, una segunda tempestad más violenta los envolvió, una tromba de agua, seguida de una tempestad de nieve. Las olas se ocultaban bajo una sombra espesa, y un remolino zarandeó la nave de tal modo que los marineros ya no se veían de un lado a otro. El agua entraba por todas partes. Cuatro hombres cayeron al mar y desaparecieron entre la espuma.

—Esperemos —dijo Fridtjof— seguirlos a casa de Ran, la sombría diosa de los abismos. Preparémonos al menos a bajar a su reino como dignos y ricos guerreros. Que cada uno de nosotros lleve un poco de oro encima, para que sea recibido como huésped de calidad.

Se quitó del brazo el anillo que le había dado Ingeborg y, rompiéndolo, repartió los pedazos entre sus compañeros:

—Amigos, he roto el anillo rojo, el anillo que llevó en otros tiempos Bele, el noble rey; he destruido mi promesa de amor. Pero al menos, cuando entremos en el abismo donde están los dioses del mar, seremos dignamente acogidos, porque el oro, en mano del invitado, es señal de una gran alma y de un alto origen.

Bjorn exclamó:

—Si hemos de visitar a Ran, estoy dispuesto. Pero aún me queda esperanza. Me parece que Ellida ya no avanza tan penosamente, y, a no ser por esta oscuridad que nos envuelve, sin duda veríamos algún pronóstico tranquilizador. Fridtjof, amigo, sube al palo y mira atentamente en torno.

A pesar de la ráfaga de nieve y frío que helaba, Fridtjof subió al palo y, cuando volvió a bajar, explicó las extrañas visiones que había tenido:

—He descubierto un escualo de una grandeza increíble que nos envuelve con triple anillo. Pienso que estamos a poca distancia de la tierra y que el monstruo nos quiere alejar de ella. Amigos, el rey Helge no deja de atacarnos por magia y hechicería; es él quien nos pone asechanzas y nos manda estas desgracias. Sobre el lomo del escualo se sientan dos mujeres horribles, viejas y descarnadas. Obra de ellas es este mal tiempo; sus encantos nos tienen cautivos. Probaré a ver quién puede más, si yo con mi fortuna o ellas con su hechicería. Remad en dirección a ellas y dadme el arpón más sólido.

Ellida, la buena nave, dio un brinco hacia adelante y parecía volar sobre el mar enfurecido, mientras Fridtjof, empuñando el arpón, corría hacia proa. Con el arma hirió a una de las brujas, mientras Ellida se lanzaba sobre la otra, dándole con la quilla en pleno pecho. Las dos malas mujeres fueron tragadas por las olas y enseguida se sumergió el escualo, desapareciendo de vista.

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Inmediatamente cesó la tormenta, las nubes se volvieron al horizonte; una claridad suave se esparció por el mar; se abrió la cortina de lluvia y de nieblas que ocultaba a la tierra, y las islas Orcadas mostraron sus costas y sus cimas coronadas de nieve.

Cuando Ellida arribó a la costa, los marineros estaban tan cansados por el extraordinario esfuerzo que a ninguno le quedaba fuerza para ganar tierra. Solo los tres hermanos se mantenían aún derechos. Sobre sus hombros, Asmund llevó un hombre a la costa; Bjorn llevó dos; pero Fridtjof trasladó ocho hombres.

A la primavera siguiente, Fridtjof entró en la ensenada de Song con el oro del tributo de las islas Orcadas, y no halló en su territorio más que ruinas y muros ennegrecidos.

Por la gente que escapó a la matanza supo que Helge y Halfdan habían devastado sus tierras mientras él navegaba con gran peligro por mar para servirlos. Preguntó dónde estaban los reyes y le contestaron que en Baldershage, porque era la época de las plegarias y sacrificios a los dioses.

Allí se dirigió con sus hombres, decidido a vengar la afrenta. En el puerto de Baldershage estaba amarrada la flota que llevó a los reyes y la corte, y, al echar pie a tierra, Fridtjof dijo a sus fieles:

—Coged vuestras hachas y destrozad el fondo de todas estas barcas, grandes y pequeñas, porque tal vez de eso dependerá nuestra vida.

Y acompañado de Bjorn se encaminó a la ciudad, dirigiéndose resuelto a casa de los reyes. En vano trató Bjorn de retenerlo. Fridtjof le replicó en tono de dureza:

—Quédate afuera. Entraré solo a ver a los reyes traidores. Pero si esta noche no vuelvo, Bjorn, hermano mío, toma una antorcha y prende fuego a los techos de Baldershage. Ese es tu deber.

—Nunca has hablado mejor, amigo —le contestó Bjorn.

Fridtjof entró en la sala donde estaban los dos reyes bebiendo y sacrificando a las divinidades. El héroe avanzó llevando en la mano el saco que contenía el tributo de las islas Orcadas y, cuando estuvo delante de Helge, le dijo:

—Rey, heme aquí de regreso, y, como estarás impaciente por recibir el dinero que me mandaste a buscar a las Orcadas, ahí lo tienes.

Y esto diciendo, arrojó el saco a la cara del rey con tal fuerza que Helge cayó del trono y los dientes le saltaron de la boca.

Todos los presentes permanecieron atónitos y silenciosos.

Entonces Fridtjof cogió un tizón y, blandiéndolo sobre su cabeza, lo arrojó al techo, siendo pronto la casa presa de las llamas.

Luego, viendo que Helge llevaba en el brazo el anillo que él había entregado a Ingeborg, se lo arrebató violentamente.

Al recobrar el rey Helge el conocimiento, se enfureció y excitó a sus hombres contra Fridtjot:

—Este vasallo ha de morir y ha de perder todos sus bienes, puesto que no ha respetado ni a los dioses ni a nuestra persona.

Pero cuando los guerreros embarcaron en persecución del héroe, entró el agua en las naves y hubieron de volver a tierra a toda prisa, mientras por la ensenada se alejaba la barca de Fridtjof. El rey Helge tendió el arco para arrojar una flecha ligera que iba lejos, pero tiró tanto que el arco se rompió y la flecha cayó a sus pies.

—¿Qué haremos mañana, hermano? —preguntó Bjorn—. Baldershage es pasto de las llamas, y desde ahora estarás proscrito.

—Iré lejos de aquí, a combatir con otros pueblos, a otras tierras. Amigos, el mundo está lleno de aventuras; en todas partes, al oeste y al sur, hay islas prósperas, ciudades florecientes, donde se detiene con gloria y provecho la nave del vikingo.

Durante varios estíos, Fridtjof navegaba de costa en costa, de isla en isla; en cada expedición acrecentaba su fama y aumentaba su tesoro. Los héroes desterrados, los guerreros sin jefe, todos los que buscaban la fortuna de las armas y amaban las audaces empresas, acudían a él a porfía, y en todo el norte se respetaba y honraba el nombre de Fridtjof el Fuerte.

—Amigo —dijo un día Fridtjof a Bjorn, su hermano—, estoy cansado de tanto viajar de una tierra a otra. Mi corazón se entristece al pensar en Noruega; no puedo olvidar sus bosques oscuros, sus tranquilas ensenadas, donde se refugian las aves del mar. Voy a separarme de vosotros. Iré a la corte del rey Ring. Mi mayor deseo es la muerte del marido que posee a Ingeborg, la bella Ingeborg, que me pertenece.

Sus amigos lo condujeron a la costa y caminó hacia Opland, donde vivía el rey Ring.

Una mañana llegó al castillo y, encorvado, envuelto en un manto harapiento y oculto el rostro en la capucha, entró en la sala y se sentó en un banco alejado del lugar en que estaban el rey y la reina.

Pero Ring lo vio y dijo a Ingeborg:

—Acaba de entrar un anciano que, a pesar de ir encorvado, me parece más alto y más bizarro que todos los hombres.

Y el rey envió un paje al extranjero mandándole que dijese de dónde venía, cómo se llamaba y dónde había dormido la pasada noche.

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Fridtjof contestó al paje:

—Di al rey que me llamo Ladrón, que esta noche estuve en casa del Lobo, y que vengo del país de la Nostalgia.

Agradóle al rey la contestación y, a pesar de las protestas de Ingeborg, mandó llamarlo a su lado y le dijo:

—De todo lo que has dicho, saco en claro que te llamas Ladrón. Probablemente has dormido esta noche en el bosque, porque no conozco ningún campesino que se llame Lobo. Si vienes del país de la Nostalgia, tal vez te hayas educado en el país de la Serenidad. Abre tu manto, hombre, y siéntate a mi lado.

La reina se irritó:

—Señor, ¿perdéis el juicio? ¿Cuándo se ha visto que se sienten en nuestro banco los mendigos?

—Hay que hacer mi voluntad.

Fridtjof se aligeró del manto y apareció vestido con una túnica azul, luciendo en el brazo su hermoso anillo, y en su talle, un cinturón de plata maciza del que pendía una bolsa llena de oro; un tahalí de cuero muy bien trabajado sostenía la espada, y un casco de piel cubría su cabeza y dejaba su rostro en sombra. Ring le contempló, complacido.

—Tu manto no armoniza con tu vestido. Quiero que la reina te regale otro de mejor calidad.

—Haré lo que mandáis, señor —dijo la reina—, pero este extranjero no me da más que inquietudes.

Tomó un manto de escarlata y, al ponerlo sobre los hombros de Fridtjof, se fijó en el anillo que llevaba en el brazo, y entonces palideció intensamente, para ponerse luego encendida como la grana; pero ni una palabra salió de sus labios.

El rey obsequió a Fridtjof y le dijo alegremente:

—Posees un anillo de maravillosa hermosura.

—Es una herencia de mi padre.

—¡Bah! Apostaría a que no es tu único tesoro, porque nunca he hallado un vagabundo que lleve así la espada y hable como tú. Te lo digo como bien entendido, aunque sea viejo y tenga mala vista.

Todo el invierno permaneció en casa del rey Ring, tratado con agasajos y cortesía y abrumado de cumplimientos y halagos. Solo la reina huía de él.

Un día el rey lo condujo al bosque, y hablando, hablando, se internaron hasta muy lejos y se desorientaron. El rey se sintió fatigado y se tumbó al pie de una encina.

—Amigo, no podré dar un paso más si no duermo un poco.

—Señor —advirtió Fridtjof—, es una temeridad para un rey dormir fuera de su palacio, sin sus fieles y sus guardias.

—No importa —replicó Ring—; no puedo andar más.

Se volvió de lado y cerró los ojos.

Fridtjof se sentó a su lado en el musgo. En su interior se libraba un gran combate: odio y respeto, cólera y amistad se disputaban su decisión, y un gran dolor atormentaba su alma. Por fin desenvainó la espada, pero a la vista de su hoja dominó la virtud, y lanzó el arma entre los matorrales. Poco después despertó Ring, sonrió a Fridtjof y, llamándolo por su nombre, le dijo:

—Fridtjof, durante mi sueño, muchos pensamientos han pasado por tu cabeza. Nunca he dudado de que dominarían tus buenos sentimientos. Quiero ahora honrarte según te mereces. Has de saber que te reconocí apenas entraste en la sala disfrazado y encorvado como un viejo.

—¿Qué más podríais hacer por mí, señor? —contestó Fridtjof, tan confuso como maravillado—. Me habéis recibido y tratado como a un jefe ilustre. Ha llegado para mí el momento de dejaros y volver adonde me esperan mis hombres, los queridos compañeros de mis luchas y mis penas.

Volvieron al castillo, y aquella noche, ante todos los cortesanos, el rey proclamó los títulos y el talento de Fridtjof el Fuerte.

Al día siguiente, Fridtjof entró en la cámara del rey, entregó a Ingeborg el hermoso anillo que en otro tiempo le pidiera ella en garantía de su amor, y se despidió. Pero el rey Ring le dijo suspirando:

—No te vayas así, Fridtjof, a quien quiero entre todos los hombres, a quien nadie puede vencer en la batalla. Te recompensaré como no esperas. Tuyos serán mis tierras, mis bienes y mi mujer.

—Mientras vivas, no aceptaré nada.

—Amigo Fridtjof, no te ofrecería todo esto si no supiera que mis días están contados. Cuando muera y repose en el túmulo de piedras, tomarás por mujer a Ingeborg, tu bien amada; mis hijos serán los tuyos, y reinarás en el país. Pero desde ahora tendrás el nombre de rey.

Poco tiempo después murió el rey Ring y hubo duelo en todo el país, y, cuando lo hubieron sepultado bajo el túmulo de piedras, se celebraron las bodas de Fridtjof y de Ingeborg.

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Los hermanos de la reina se mostraron descontentos al saber lo ocurrido, y, llenos de envidia, decidieron atacarle. Al saberlo, Fridtjof dijo a su esposa:

—Amada Ingeborg, tus hermanos me quieren matar a causa de nuestro matrimonio. Ábreme el corazón y dime qué quieres y qué temes.

Ella contestó dulcemente:

—Señor, solo temo una cosa: perderte para siempre.

Los reyes quedaron derrotados en la batalla, como estaba descontado cuando Fridtjof combatía. Helge cayó derribado por un golpe mortal, y Halfdan se rindió a discreción. El vencedor tomó sus tierras y el título de rey de Song.

Y aquí termina la saga de Fridtjof el Fuerte.

«La saga de Fridtjof» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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