A continuación tienes una de las partes de la Conjuración de Catilina de Salustio (trad. Gabriel de Borbón).
1
Justa cosa es que los hombres que desean aventajarse a los demás vivientes procuren con el mayor empeño no pasar la vida en silencio como las bestias, a quienes Naturaleza crio inclinadas a la tierra y siervas de su vientre. Nuestro vigor y facultades consisten todas en el ánimo y el cuerpo: de este usamos más para el servicio, de aquel nos valemos para el mando; en lo uno somos iguales a los dioses, en lo otro a los brutos.
Por esto me parece más acertado solicitar gloria por medio del ingenio que de las fuerzas corporales y, puesto que la vida que vivimos es tan breve, eternizar cuanto sea posible nuestro nombre: porque la gloria que producen las riquezas y hermosura es frágil y caduca; la virtud, ilustre y duradera.
No obstante esto, hubo larga y porfiada disputa entre los hombres sobre si el ejercicio de la guerra se adelantaba más con las fuerzas del cuerpo o con el vigor del ánimo: porque para cualquiera empresa se necesita de consejo; resuelta una vez, de pronta ejecución. Y así el ánimo y el cuerpo, no pudiendo obrar por sí solos, mutuamente se necesitan y socorren.
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2
En lo antiguo, los reyes (que este fue el nombre que se dio en el mundo a los primeros que mandaron) ejercitaban ya el ánimo, ya el cuerpo, según el genio de cada uno; aun entonces pasaban los hombres la vida sin codicia: todos estaban contentos con su suerte. Pero después que Ciro en Asia, y en Grecia los lacedemonios y atenienses comenzaron a sojuzgar los pueblos y naciones, a guerrear por solo el antojo del mando y a medir su gloria por la grandeza de su imperio, entonces mostró la experiencia y los sucesos que el nervio de la guerra es el ingenio. Y a la verdad si los reyes y generales hiciesen tanto uso de él en tiempo de paz como en la guerra, con más tenor e igualdad irían las cosas humanas, ni lo veríamos todo tan trocado y confundido: porque el mando fácilmente se conserva por las virtudes mismas con que al principio se alcanzó.
Pero luego que ocupa el lugar del trabajo la desidia, y el capricho y soberbia el de la moderación y equidad, múdase juntamente con las costumbres la fortuna, y así pasa siempre el imperio del malo y no merecedor a los mejores y más dignos. La tierra, los mares, y cuanto encierra el mundo está sujeto a la humana industria; pero con todo hay muchos que, entregados a la gula y al sueño, pasan su vida, como peregrinando, sin enseñanza ni cultura; a los cuales, trocado el orden de la naturaleza, el cuerpo sirve solo para el deleite, el alma les es de carga y embarazo.
Para mí no es menos despreciable vida de estos que la muerte, porque ni de una ni de otra queda memoria; y me parece que solo vive y goza de la vida el que ocupado honestamente procura granjearse fama por medio de alguna hazaña ilustre o virtud excelente. Pero como hay tantos caminos, Naturaleza guía a cada uno por el suyo.
3
Noble cosa es hacer bien a la república; pero ni el bien hablar carece de su mérito. En paz y en guerra hay campo para hacerse un ciudadano ilustre, y así no solo se celebran muchos que hicieron cosas grandes, sino también que las escribieron de otros. Y a la verdad, aunque nunca sea tan digno de gloria el que escribe como el que hace las cosas, me parece sin embargo muy difícil escribir bien una historia: ya porque para esto es menester que las palabras igualen a los hechos, ya porque hay muchos que, si el escritor reprehende algún vicio, lo atribuyen a mala voluntad o envidia; y cuando habla del valor grande y de la gloria de los buenos, creen sin violencia lo que les parece que ellos pueden fácilmente hacer; pero si pasa de allí, lo tienen por mentira o por exageración.
Yo, pues, en mis principios, siendo mozuelo, me trasladé, como otros muchos, del estudio a los negocios públicos, donde hallé mil cosas que me repugnaban, porque en lugar de la modestia, de la frugalidad y desinterés, reinaban allí la desvergüenza, la profusión y la avaricia. Y aunque mi ánimo, no acostumbrado a malas mañas, rehusaba todo esto, mi tierna edad, cercada de tantos vicios, se dejó corromper y apoderar de la ambición, de suerte que, repugnándome las malas costumbres de los otros, no me atormentaba menos que a ellos la envidia y la ansia de adquirir honor y fama.
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4
Ya pues que descansé de muchos trabajos y peligros que había pasado y que me resolví a vivir el resto de mi vida lejos de la república, no fue mi ánimo desaprovechar este buen tiempo, entregado a la ociosidad y a la desidia, ni ocuparme tampoco en el cultivo del campo, o en la caza, dedicado a oficios serviles; sino antes bien, vuelto a mi primer estudio de que la ambición me había distraído, determiné escribir la historia del pueblo romano, no seguidamente, sino eligiendo esta o aquella parte, según me pareciese más digna de contarse; tanto más, que yo nada esperaba ni temía, y que me hallaba del todo libre de partido.
Así que brevemente y con la puntualidad posible contaré la conjuración de Catilina, cuyo hecho me parece uno de los más memorables por lo extraordinario de la maldad y del peligro a que expuso a la república. Pero antes de hablar en ello conviene decir algo de las costumbres de este hombre.
5
Lucio Catilina fue de linaje ilustre, y dotado de grandes fuerzas y talento, pero de inclinación mala y depravada. Desde mancebo fue amigo de pendencias, muertes, robos y discordias civiles, y en esto pasó su juventud. Soportaba cuanto no es creíble el hambre, la falta de sueño, el frío y demás incomodidades del cuerpo; en cuanto al ánimo, era osado, engañoso, vario, capaz de fingir y de disimular cualquiera cosa, codicioso de lo ajeno, pródigo de lo suyo, vehemente en sus pasiones, harto afluente en el decir, pero poco cuerdo. Su corazón vasto le llevaba siempre a cosas extraordinarias, desmedidas, increíbles.
Desde la tiranía de Lucio Sila se había altamente encaprichado en apoderarse de la república, sin detenerse ni reparar en nada, con tal que consiguiese su intento. Inquietaban cada día más y más su ánimo feroz la pobreza y el remordimiento de su conciencia, males ambos que había él aumentado con las perversas artes que se dijeron antes.
Brindábanle además de esto las costumbres estragadas de Roma, combatida a un mismo tiempo de dos grandes y entre sí opuestos vicios: el lujo y la avaricia. La cosa nos guía por sí misma (pues nos acuerda el tiempo las costumbres de Roma) a tomarla desde su principio y tratar brevemente de las leyes y gobierno de nuestros mayores en paz y en guerra; del modo con que administraron la república; cuánto la engrandecieron, y cómo, poco a poco degenerando, de muy frugal y virtuosa, ha venido a ser la más perversa y estragada.
«Proemio: actitud personal y elección del tema (1-5)» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com