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Introducción a Homero y sus obras

A continuación tienes la introducción sobre Homero y sus obras de Luis Segalá y Estalella (1873-1938), tal y como se encuentra en la publicación de 1927 Obras completas de Homero. He modernizado o modificado alguna cosa. No se incluyen las notas al pie.

¿Existió Homero?

La antigüedad creía que hacia el siglo X a. C. existió un aedo o poeta-cantor llamado Homero, y nos ha dejado ocho biografías suyas, que contienen interesantísimos datos, más que de su personalidad, del nacimiento y desarrollo de la poesía épica.

Según la primera de estas biografías, atribuida falsamente a Heródoto, Melanopo, oriundo de Atenas, se casó en Cime o Cumas (en la Eolia) con la hija de Omires, y de este matrimonio nació Cretéis, la madre de Homero. Murió Melanopo, y Cretéis, enviada por su tutor Cleanacte de Argos a Esmirna, dio a luz en la ribera del Meles un niño que por esta razón se llamó Melesígenes. Luego Cretéis se casó con Femio, y, aleccionado Melesígenes por tan hábil maestro, mostró sus disposiciones por la poesía y adquirió gran fama entre los extranjeros que acudían a Esmirna. A la muerte de Femio, Melesígenes le sucede en la escuela, pero, invitado por un comerciante de Léucade llamado Mentes, le acompaña en sus viajes por mar hasta que, al llegar de Tirrenia e Iberia a Ítaca, se siente afectado de una oftalmía, deja la embarcación y se queda en casa de Méntor, hijo de Álcimo. Allí conoce las tradiciones relativas a Odiseo y concibe el plan de la Odisea. Vuelve Mentes de Léucade, y Melesígenes se va con él, recorre las costas del Peloponeso y, al llegar a Colofón, pierde enteramente la vista. No pudiendo sacar ya ningún fruto de los viajes, dirígese a Esmirna y desde entonces vive consagrado exclusivamente a la poesía. Pasa luego a Neontico, donde es hospedado por Tiquio, y recita la Tebaida y los himnos para ganarse la vida. De allí va a Cime y, habiéndosele recibido con gran entusiasmo, pide ser mantenido a costa de la ciudad, prometiendo en cambio componer versos en honor de ella; reúnense los senadores y, como uno de ellos dijera que se agotaría el tesoro público si daban acogimiento a todos los ciegos (ὁμήρους), se lo niegan, y Melesígenes, a quien desde entonces se llama Homero (Ὅμηρος), encamínase a la Fócide y al salir de Cime profiere esta imprecación: «No aparezca jamás en este país ningún poeta ilustre que pueda celebrarlo». En la Fócide el maestro de escucla Testórida se apodera de sus poemas, entre ellos la Pequeña Ilíada y la Foceida, y se traslada a Quíos para recitarlos como propios; pero él le sigue, salta en tierra junto a Boliso y, presentado por el cabrero Glauco a su amo, que le confía la instrucción de sus hijos, escribe los Cércopes, la Batracomiomaquia, la Psaromaquia, la Cabra siete veces trasquilada, el Canto del mirlo y otros poemas, los cuales le granjean gran fama y obligan a Testórida a marcharse por haberse descubierto su impostura. Homero abre entonces una escuela, se casa, tiene dos hijas y compone la Ilíada y la Odisea, en que figuran Mentes, Méntor y Tiquio; y, habiendo alcanzado gran celebridad, quiere trasladarse a Atenas, pero desembarca en Samos, donde escribe El horno y la Canción de mendigo; pónese nuevamente en camino al llegar la primavera, muere durante el viaje, es enterrado en la isla de Íos, y sus compañeros le erigen una sencilla tumba. Termina la biografía diciendo que Homero era eolio y nació el año 622 antes de la expedición de Jerjes, o sea, 168 años después de la toma de Troya (1102 a. C.).

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Se considera como probable, de acuerdo con esta biografía, que Homero fuera natural de Esmirna, donde existía la familia de los homéridas entre los eolios; y que pasara gran parte de su vida en Quíos, entre los jonios. En la Tesalia debieron de aparecer los cantos más antiguos, los aedos eolios llevarían las leyendas de su raza al Asia Menor, y en la Jonia se desarrollaría y perfeccionaría la obra comenzada por los cantores de la Pieria. Las dos obras más importantes atribuidas a Homero, es a saber, la Ilíada y la Odisea, repletas de leyendas eólicas, y que, sin embargo, aparecen como una obra jónica, juntaron las tradiciones argivas y jónicas con las tesalias y de esta manera llegaron a ser los primeros poemas nacionales verdaderamente panhelénicos o, como dice un autor, el libro de oro de toda la Grecia.

La familia de los homéridas primero, y los rapsodos o recitadores más tarde, llevaron los poemas homéricos a las ciudades del Asia Menor; a las islas de Rodas, Cos, Samos, Lesbos, Creta y Chipre; a las ciudades continentales de Argos, Sición, Esparta y Atenas; y hasta a diversas poblaciones extranjeras, como Siracusa y Marsella.

Hacia el siglo VI a. C., los poemas homéricos eran venerados por los griegos como la síntesis de la sabiduría divina y humana, hasta tal punto que se pudo decir en tiempo de Platón que Homero había sido el maestro de toda la Grecia. Los mismos artistas se inspiraron en sus obras: el arca de Cipselo, el trono de Apolo amicleo en Esparta, la Lesque de Delfos, pintada por Polignoto, etc., estaban adornados, según Pausanias, con escenas e inscripciones tomadas de los poemas homéricos.

Como estos poemas se recitaban en las fiestas públicas de Atenas, Solón dispuso que la recitación se hiciera siguiendo el orden del asunto; y Pisístrato ordenó las rapsodias de Homero de la manera que hoy las tenemos, haciendo escribir el repertorio de cada rapsodo, comparando las copias de la Ilíada y de la Odisea que había recogido en Atenas, Argos y Esparta, y fijando definitivamente el texto, de suerte que desde fines del siglo VI hubo en Atenas un ejemplar oficial de los poemas homéricos que eran recitados por lo menos una vez al año en las Panateneas. Tales fueron, pues, los primeros diascevastas u ordenadores.

El estudio crítico de las obras de Homero comienza hacia el siglo V a. C. con los que Platón llamó homéridas y Aristóteles los antiguos homéricos.

Los alejandrinos revisan los poemas homéricos para darnos un texto depurado y correcto. Aparece en el siglo III la diortosis de Antímaco de Colofón y en el II los trabajos de Zenódoto de Éfeso; se publican luego las recensiones de Riano, Filemón, Sosígenes y Aristófanes; se dan a luz las ediciones de Argos, Quíos, Creta, Chipre, Sínope y Marsella, que, a semejanza de la de Atenas, fueron textos oficiales; y se forma por Aristarco, aceptando lo que se leía en todos los manuscritos, y, cuando estos discrepaban, lo que aparecía en el mayor número, un texto único que ha venido a constituir la lección más aceptada. Zenódoto de Éfeso, Aristófanes y Aristarco indicaron con signos especiales los pasajes interpolados por otros poetas, los versos defectuosos, las repeticiones y las frases alteradas; fijaron la puntuación, etc.; en una palabra, hicieron cuantas observaciones podía sugerir una critica que, como ha dicho Lehrs, se basaba en las leyes de una ciencia perfecta tal como era dable que existiese en aquella época. El mismo Horacio alaba la sagacidad de Aristarco; y, en efecto, la diortosis del crítico alejandrino es un verdadero modelo, y de ella procede nuestra vulgata actual, bastante depurada aunque no nos dé exactamente la forma primitiva de dichos poemas.

Mientras la escuela de Alejandría publicaba sus trabajos gramaticales y críticos, aparecía en Pérgamo otra escuela cuyo corifeo, Crates de Malos, sostuvo en sus Διορθικά que Homero quiso enseñar la moral y se valió de la forma poética como más atrayente y sugestiva.

Del estudio comparativo que los críticos de Alejandría hicieron de los poemas homéricos surgió la primera duda sobre si la Ilíada y la Odisea se debían a un solo genio. Ya el pseudo-Longino notó la diferencia entre ambos y llegó a la conclusión de que la Ilíada debió de haber sido fruto de la juventud de Homero, y la Odisea, producto de su vejez. Luego, basándose en ciertas contradicciones y diferencias que hoy nos parecen de poca monta (como son: que en la Ilíada la isla de Creta tiene cien ciudades, y en la Odisea, noventa; que los héroes griegos de la Ilíada no comen pescado, y los de la Odisea, sí; que el mensajero de Zeus es Hermes en la Odisea, e Iris, en la Ilíada; que la mujer de Hefesto es Caris, o sea una de las Gracias, en la Ilíada, y Afrodita, en la Odisea, etc.), Xenón y Helánico afirmaron que la Ilíada y la Odisea se debían a dos poetas diferentes, motivo por el cual fueron llamados corizontes, es decir, separadores.

Nadie, sin embargo, dudaba de que Homero hubiera existido y fuese el autor de la Ilíada, de tal manera que en el siglo XVII Fenelón pudo decir en su obra acerca de la existencia de Dios: «¿Quién creerá que la Ilíada, este poema tan perfecto, no haya sido compuesto por el genio de un gran poeta…?». Pero en 1725 el escéptico italiano Juan B. Vico, en el libro III de sus Principi di Scienza nuova, que tituló Della discoverta del vero Omero, sostuvo que Homero era la voz de la Grecia, el eco de los tiempos heroicos, es decir, una pura abstracción. Francisco Hédelin, abate de Aubignac, en sus Conjectures académiques ou Dissertation sur l’Iliade, del año 1669, aceptó esta teoría afirmando que la Ilíada y la Odisea no merecen la reputación de que gozan, pues no son más que una serie de rapsodias mal unidas entre sí.

La obra póstuma de Hédelin, publicada en París en 1715, pasó casi inadvertida; pero en 1795 Federico Augusto Wolf la utilizó para componer sus Prolegomena ad Homerum, sive de Operum homericarum prisca et genuina Forma variisque Mutationibus, diciendo que el arte de componer era desconocido en la época a que se atribuyen las epopeyas homéricas, que el público de aquel tiempo no era capaz de entender una obra tan perfecta y que la escritura no estaba suficientemente generalizada para poderla transmitir, por lo cual opinaba que las obras homéricas habían sido unos cantos sueltos hasta que, en el siglo VI, Pisístrato los recogió y publicó.

Los Prolegómena de Wolf no hallaron en un principio ni grandes adversarios ni entusiastas partidarios. Ruhnken, a quien Wolf dedicó su obra, dice que mientras la lee está de acuerdo con el autor y que cuando deja el libro su asentimiento se desvanece. Goethe admitió en un principio las suposiciones de Wolf y acabó por ser su adversario. Schiller fue siempre contrario a tales ideas. Mas luego, ya en el siglo XIX, eminentes críticos alemanes como Lachmann, Koechly, Kirchhoff, Meyer, etc., inventan teorías generalmente derivadas de la de Wolf y hasta llegan a suponer que el mismo nombre de Homero no significa más que ‘compilador de cantos dispersos’, y varios eruditos franceses, como Benjamin Constant, Guignaut y Egger, se adhieren también a las teorías wolfianas. Otros, como los franceses Burnouf y Croiset y el inglés Grote, admiten un núcleo primitivo, cuya unidad se basa en la sucesión de los acontecimientos, núcleo que fue considerablemente ampliado con la adición de otros cantos hasta constituir los actuales poemas.

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Con el siglo XX comienza una reacción no solo a favor de la existencia de Homero, sino también de que compuso la Ilíada y la Odisea, aunque ambos poemas hayan sido objeto de varias interpolaciones. Autores tan prestigiosos como Monro, Blass, Lang, Perrot, Van Gennep, Rothe, Mackail, Van Leeuwen, Shewan, Stürmer, Beltzner, Drerup, Reinach, Von Wilamowitz, Loercher y Bérard, rompen lanzas por la existencia de Homero, aduciendo sólidos argumentos basados en los descubrimientos arqueológicos, en el estudio de la literatura comparada y en la técnica de las mismas obras homéricas.

No parece, pues, que pueda dudarse de que Homero fue un aedo que utilizó las leyendas de la guerra troyana para darnos una visión de la Grecia heroica durante la conquista del Asia Menor y durante el período de paz que la siguió. Para ello debió de inspirarse en otras poesías más antiguas, siendo probable —como afirma Finsler— que las trasladara a su obra replasmándolas debidamente, y así se ha reconocido en la escena del engaño de Zeus por Hera parte de un epitalamio compuesto en honor de la divinal pareja, y en los cuatro primeros cantos de la Odisea un poema —la Telemaquia— refundido en el poema actual.

¿Qué obras compuso Homero y dónde se inspiro para escribirlas?

Se han atribuido a Homero la Ilíada, la Odisea, la Batracomiomaquia, treinta y tres himnos o preludios a la recitación de poesías épicas, diecisiete composiciones de corta extensión y distinta procedencia agrupadas bajo el nombre de epigramas y el Margites, llamado así del nombre del protagonista y considerado por Aristóteles como origen remoto de la comedia. Y aun se ha dicho que Homero había compuesto otras obras, como el poema de los Cércopes, el Canto del Mirlo, la Cabra siete veces trasquilada, la Psaromaquia, los Poemas cíclicos y en general toda la poesía épico-heroica aparecida en Grecia hasta el siglo VI antes de la era cristiana.

De estas obras que solo tienen de común el lenguaje, mezcla de los dialectos eólico y jónico antiguo, y la forma métrica, que consiste en una sucesión de hexámetros (salvo el Margites, en el cual parece que los hexámetros alternaban con los versos yámbicos), las únicas que pueden atribuirse a Homero son la Ilíada y la Odisea, basadas en sendos episodios de la leyenda troyana.

Y como nuestras versiones no las publicamos para los doctos, sino para popularizar las grandes concepciones helénicas, con sus bellezas y sublimidades, y ponerlas al alcance de los que no pueden disfrutar la dicha inefable de leerlas en el texto original, vamos a dar una brevísima relación de la leyenda troyana con el fin de que el lector pueda situar la acción de ambos poemas entre los hechos que la precedieron y siguieron.

La leyenda troyana

Zeus, padre de los dioses y de los hombres, se enamoró de Tetis, hija de Nereo; pero, habiendo sabido por Prometeo que el hijo que tuviera la diosa sería más fuerte que su padre, la casó con Peleo, que era un simple mortal.

El día en que se celebraron las bodas, indignada la Discordia porque no la habían invitado como a las demás deidades, se asomó a la sala donde se celebraba el festín nupcial y tiró una manzana que llevaba escritas las palabras para la más hermosa y que fue a caer al pie del triclinio donde estaban recostadas las diosas Hera, Afrodita y Atenea.

Las tres fueron a cogerla, y Zeus, no queriendo decidir la cuestión suscitada entre su hermana y esposa Hera y sus hijas Atenea y Afrodita, mandó que las diosas se presentaran a Paris (a quien Homero llama también Alejandro), y que este adjudicase la manzana a la más hermosa.

Paris, después de contemplar y oír a las tres diosas, dio la manzana a Afrodita; y como esta le había prometido que, si la declaraba vencedora, le entregaría la mujer más bella del mundo, efectuose un viaje de Paris a Esparta, donde se hallaba Helena, hija de Zeus y de Leda y esposa de Menelao; y, con la intervención de Afrodita, Helena se enamoró de Paris, y este se la llevó en su nave.

Helena había tenido en su mocedad muchos pretendientes, los cuales se habían juramentado para defender al que ella escogiese por esposo. Después del rapto, Menelao pidió a los troyanos que le devolvieran a Helena y las riquezas que con ella se habían llevado, pero nada pudo alcanzar; y entonces exigió que cumpliesen su juramento los antiguos pretendientes (que eran reyes y príncipes de Grecia), y, en efecto, casi todos se presentaron con tropas para dirigirse a Troya al mando de Agamenón, hermano de Menelao y rey de Micenas.

Reuniéronse los caudillos con sus respectivos ejércitos en el puerto de Áulide y allí se dieron a la mar; pero una tempestad los hizo volver al punto de partida y, como no soplaran vientos favorables, consultaron al adivino Calcante, quien les dijo que Ártemis estaba enojada con ellos, que para aplacarla debían inmolarle una princesa de sangre real y que, pasados diez años, tomarían la ciudad de Troya. Agamenón accedió a ofrecer en sacrificio su propia hija Ifigenia, a quien mandó llamar con la excusa de que iba a casarla con Aquiles.

Llegados por fin los griegos a Troya, comenzaron los combates, y, como la Tierra se quejara a Zeus de que estos no producían bastantes víctimas para debilitar a la humanidad, que se había hecho demasiado fuerte y poderosa, el padre de los dioses y de los hombres suscitó rivalidades entre Agamenón y Aquiles con motivo de haberle quitado aquel a este su esclava Briseida. Aquiles se abstuvo de combatir y los griegos fueron vencidos por los troyanos, que llegaron a incendiarles una de las naves; Patroclo se puso al frente de los mirmidones, soldados de Aquiles, y rechazó al enemigo, pero fue muerto por Apolo, Euforbo y Héctor; y Aquiles, para vengar a Patroclo, volvió a pelear y mató a Héctor.

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Muerto Héctor, llegaron a Troya las amazonas y, habiéndose ofrecido a Príamo como aliadas, mataron a muchos griegos, pero pronto fueron vencidas y su reina Pentesilea murió a manos de Aquiles. Al contemplar el héroe el rostro de Pentesilea, se arrepintió de haberla matado, pues hubiera podido ser digna esposa suya; Tersites se burló de este amor póstumo y fue muerto por Aquiles; y Odiseo se llevó a Aquiles a la isla de Lesbos y allí lo purificó del homicidio.

Acudió luego en auxilio de Troya Memnón, hijo de la Aurora, con sus etíopes, el cual mató a Antíloco y fue muerto por Aquiles.

Poco después Paris mató a Aquiles, cuyos restos fueron transportados por Tetis a la isla de Leuce; se disputaron las armas del héroe Ayante y Odiseo; y, habiéndolas adjudicado los griegos a este último, Ayante se suicidó.

Odiseo se apoderó de Héleno, hijo de Príamo, y supo por él que los griegos no podrían tomar Troya si no se apoderaban de las flechas de Heracles que tenía Filoctetes, a quien aquellos, al marchar a Troya, abandonaron en la isla de Lemnos por el hedor que exhalaba una herida que se había causado con una de las mencionadas flechas. En su virtud, Odiseo y Neoptólemo, hijo de Aquiles, fueron a Lemnos y condujeron a Filoctetes al campamento griego. Más tarde Odiseo y Diomedes entraron en Troya y se llevaron el Paladión.

Viendo que Troya aún no se rendía, Odiseo, por inspiración de Atenea, mandó construir de madera un enorme caballo en cuyo interior se escondieron los principales caudillos griegos a las órdenes de aquel; y el ejército se embarcó, simulando una retirada, para detenerse en Ténedos y esperar que fuese llamado.

Una vez quedó el caballo de madera solo en la playa, los troyanos fueron a contemplarlo y, engañados por un griego llamado Sinón, que fingió haberse escapado de los suyos porque lo querían inmolar, disputaban sobre si convendría introducirlo en la ciudad. Laocoonte les exhortó a examinar lo que el caballo llevaba dentro, pero enseguida salieron del mar dos monstruosas serpientes que se enroscaron en torno de aquel y de sus dos hijos y acabaron con ellos.

Entonces los troyanos introdujeron el caballo en la ciudad y se entregaron a grandes regocijos para celebrar la retirada de los griegos; mas, ya avanzada la noche, cuando los habitantes dormían, Odiseo y los héroes escondidos en el caballo hicieron una señal a los griegos, que al punto regresaron de Ténedos; abriéronse las puertas de la ciudad y fue tomada Troya, muriendo muchos varones, entre ellos el rey Príamo y su nieto Astianacte, y, siendo repartidas las mujeres como cautivas a los vencedores, y estos cometieron tantas crueldades, que Atenea resolvió castigarlos en su vuelta a la patria y al efecto suscitó una gran contienda entre los Atridas, pues Agamenón deseaba aplacar con sagradas hecatombes a la diosa y Menelao consideraba preferible marcharse enseguida.

Con esto empieza la segunda parte de la leyenda troyana, relativa a lo que les ocurrió a los distintos héroes desde que partieron de Troya para sus respectivos países. Agamenón volvió a Micenas, donde fue asesinado por Clitemnestra y su amante Egisto.

Menelao, que había partido antes, se juntó en Lesbos con Diomedes y Néstor, fue llevado a Egipto por una tempestad, y finalmente regresó a Esparta; pero desde allí se dirigió a Micenas, adonde llegó poco después de haber vengado Orestes la muerte de Agamenón matando a Clitemnestra y a Egisto.

Repatriáronse también, con la sola excepción de Ayante Oileo, que murió en las rocas Giras, Diomedes, Néstor, Calcante, Leonteo, Polipetes, Neoptólemo, Odiseo, etc.

Este último, después de salir de Troya, corrió durante diez años maravillosas aventuras y, al llegar a Ítaca, halló a su mujer Penélope asediada por muchos pretendientes, a quienes mató, lo cual fue causa de una breve lucha entre el rey y los deudos de los muertos, que Atenea cortó restableciendo la paz.

Odiseo siguió reinando en Ítaca, pero, al cabo de algún tiempo, se fue a Tesprocia y se casó con su reina Calídice, de la cual tuvo un hijo llamado Polipetes, que heredó el trono de su madre; muerta Calídice, Odiseo volvió a Ítaca y allí permaneció hasta que Telégono, hijo de Odiseo y de Circe, que iba en busca de su padre, taló la isla, y, habiendo salido Odiseo a defenderla, Telégono lo mató sin conocerle. Por fin Telégono se llevó el cadáver de su padre, y con Telémaco y Penélope se presentó a su madre Circe: esta los hizo inmortales y Telégono se casó con Penélope, y Telémaco, con Circe.

Como Homero no se propuso componer una historia de la guerra de Troya, solo tomó dos episodios de la leyenda troyana, tan rica y tan poética y tan conocida de todos sus oyentes: para la Ilíada, la ira de Aquiles, motivada por su riña con Agamenón, que le decide a abstenerse de combatir por los griegos hasta que, muerto Patroclo, quiere vengarle, vuelve a la lucha y mata a Héctor; y para la Odisea, la vuelta de Odiseo desde Troya a Ítaca, donde castiga a los pretendientes de su esposa Penélope.

El gran éxito que alcanzaron las poesías homéricas hizo que varios aedos se propusieran cantar otras partes de la leyenda, a saber: el origen y los primeros años de la guerra de Troya, lo que realizó Estasino con su Cipríada: la continuación de la guerra desde la muerte de Héctor hasta la toma de la ciudad, lo que llevaron al cabo Arctino con la Etiopida y la Destrucción de Troya, y Lesques con la Pequeña Ilíada; el regreso de todos los héroes a sus patrias, exceptuando a Odiseo, que tal fue el asunto de los Regresos de Agías; y finalmente la vida de Odiseo desde el entierro de los pretendientes hasta la muerte del héroe a manos de su hijo Telégono, que constituía la materia de la Telegonía de Eugamón.

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Estos poemas y los de Homero formaban el llamado ciclo troyano, dispuestos por el siguiente orden: Cipríada, Ilíada, Etiopida, Destrucción de Troya, Pequeña Ilíada, Regresos, Odisea y Telegonía. A ellos se juntaron más tarde los del ciclo tebano, a saber: la Edipodía, la Destrucción de Tebas y los Epigones, y aún otros, como la Titanomaquia, la Danaida y la Toma de Ecalia, y así se formó el ciclo épico, que comprendía desde la unión del Cielo con la Tierra hasta la muerte de Odiseo.

Desgraciadamente se han perdido los poemas que se juntaron a la Ilíada y a la Odisea para formar el ciclo, no quedando de ellos más que breves fragmentos cuya traducción damos a continuación de las obras atribuidas a Homero; pero conocemos su respectivo asunto por el análisis que hizo Proclo en el siglo II d. C. y que extractó Focio en su Biblioteca, por el resumen que de los hechos relativos a la toma de Troya hace Virgilio en el canto II de la Eneida, por el poema de la época romana La continuación de Homero, de Quinto o Cointo de Esmirna, y por otro del siglo XII, compuesto de tres partes: Lo anterior a Homero, Lo de Homero y La continuación de Homero, de Tzetzés.

Continuará…

«Introducción a Homero y sus obras» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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