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Pítica XII

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A continuación tienes una de las odas de Píndaro, traducidas en verso (1883) por Ignacio Montes de Oca y Obregón (1840-1921).

A Midas de Agrigento, flautista

¡Oh, la más bella que al mortal hospeda
ciudad ilustre! Tú, de Proserpina
sede divina, de brillar amante,
oye mi ruego.

Tú, cuya frente se alza en las riberas
del Agrigento, ricas en ganado,
Sobre collado que gigante muro
fuente circunda:

esta que a Midas en el pitio circo
de hombres y dioses el favor hoy dona,
verde corona, recibir propicia
dígnate, reina.

Y abre los brazos al varón insigne
que a los flautistas vencedor supera,
que Grecia entera a conquistar envía
délfico lauro,

en aquel arte, creación de Palas,
cuando la diosa remedar el llanto,
con flébil canto, de las tres audaces
górgonas quiso:

triste lamento, que en variadas notas
las feas bocas de hórridas serpientes
sobre sus frentes (cabellera horrible)
hondo exhalaron,

y el ronco pecho de las almas ninfas;
el día infausto que a la hermana bella
cruel degüella del audaz Perseo
la ínclita mano.

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¡Ay! ¡Cuánto duelo su fatal venganza,
a ti, Serifo, que la mar rodea,
ruda acarrea, y al que tú sostienes
bárbaro pueblo!

Cae la cabeza de Medusa hermosa,
y ante sus yertos, húmedos despojos,
los claros ojos de las divas hijas
ciega, de Forcis.

De Polidectes al nupcial banquete
el rojo cráneo, cual feroz trofeo,
lleva Perseo; y en amargo luto
trueca la fiesta,

y de su madre los pesados hierros
piadoso rompe; y el forzado enlace
justo deshace de Danae el hijo,
¡prole divina!

Cuenta la fama que de lluvia de oro
nació sin padre: protegiole Palas,
bajo sus alas consumando el héroe
grandes proezas.

Libre de riesgos viéndolo la virgen,
para su nuevo músico instrumento
vario concento de estridentes notas
dulce compone;

y con la flauta, los agudos ayes
que la garganta vierte de Euriala
mágica iguala. ¡Salve, oh, de Minerva
útil invento!

A los mortales dándolo la diosa
nombre le impuso, que el recuerdo vivo
guarde festivo, de las cien cabezas
de áspides fieros;

y hoy a los juegos y a la lid sangrienta
llama a los pueblos el concento blando,
tenue pasando por el bronce que une
débiles cañas.

Cañas, de danzas plácidos testigos,
y que en el bosque del Cefiso ameno,
cabe Orcomeno (de la Gracias villa)
crecen lozanas.

¿Quién las espaldas, si a la dicha aspira,
a los trabajos volverá cobarde?
Dios en la tarde calmará las penas
que hora lo abruman.

No cede el hado; mas apenas deja
a los mortales la última esperanza,
nueva bonanza los perdidos bienes
fácil resarce.

«Pítica XII» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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