Epigramas
I. A los neotiquenses
Compadeced a quien ni recibe hospitalario acogimiento ni tiene casa, vosotros que habitáis la excelsa ciudad de Hera, la ninfa de amables ojos, en las últimas estribaciones del Sedena de poblada cima, y bebéis la divina agua del Hermo, río rojizo de hermosa corriente, a quien engendró el inmortal Zeus.
II. Estando para regresar a Cime
Llévenme enseguida mis pies a la ciudad de hombres venerables, cuyo ánimo es benévolo y cuya prudencia es eximia.
III. A Midas
Soy una virgen de bronce y yazgo sobre el sepulcro de Midas. Mientras agua mane, los altos árboles reverdezcan, y salga el sol y alumbre, y haga lo propio la brillante luna, y los ríos se llenen, y el mar bañe la costa; permaneciendo en este mismo sitio, sobre su llorada tumba, anunciaré a los caminantes que aquí está sepultado Midas.
IV. A los cimeos
¡De qué hado permitió Zeus que fuese yo la presa cuando me criaba, todavía niño, en las rodillas de una madre veneranda; a quien amurallaron en otro tiempo por la voluntad de Zeus que lleva la égida —los pueblos de Fricón, jinetes de veloces caballos, belicosos, que se dedicaban a las obras de Ares con el ardor del impetuoso fuego: a la eolia Esmirna, situada junto al mar, azotada por el ponto, a través de la cual fluye la límpida agua del sagrado Meles!
Partiendo de allí, proponíanse las preclaras doncellas hijas de Zeus celebrar la divina tierra y la ciudad de los hombres; pero estos, a causa de su insensatez, desdeñaron la sagrada voz, la fama del canto. Alguno de ellos, apesarado, pensará nuevamente que tramó mi desgracia para su oprobio. Sufriré la fortuna que la divinidad me asignó cuando nací, soportando con ánimo paciente el incumplimiento de lo que deseaba; pero mis miembros no me incitan a permanecer en las sagradas calles de Cime, y mi gran ánimo me impele a trasladarme a un pueblo de otro país, aunque me encuentre débil.
V. Al Testórida
Oh, Testórida, aunque las cosas oscuras para los mortales son en gran número, nada les resulta a los hombres tan difícil de conocer como su propia mente.
VI. A Poseidón
¡Óyeme, vigorosísimo Poseidón, batidor de la tierra, que en el espacioso y divino Helicón ejerces tu imperio! Concede próspero viento y feliz vuelta a los marineros que son pilotos y capitanes de esta nave. Concédeme también que, al llegar al pie del escarpado Mimante, encuentre hombres venerables y justos y pueda vengarme del varón que, engañando mi mente, ha ofendido a Zeus y a la hospitalaria mesa.
VII. A la ciudad de Eritrea
¡Veneranda tierra, munífica, dadora de la dulce riqueza! ¡Cuán fértil eres para algunos hombres, y cuán estéril y áspera para aquellos contra quienes te irritas!
VIII. A los marineros
Marineros que atravesáis el ponto, semejantes a la odiosa Ate, llevando una vida que en lo mala rivaliza con la de los tímidos mergos: reverenciad la majestad de Zeus hospitalario, que impera en lo alto, pues la venganza de Zeus hospitalario es terrible para quien le ofende.
IX. A los mismos
A vosotros, oh, forasteros, os ha sorprendido un viento contrario; pero recibidme todavía ahora y os será posible la navegación.
X. A un pino
Cualquier otro árbol, oh, pino, produce mejor fruto que tú en las cumbres del ventoso Ida, de muchos valles. Allí los terrestres hombres hallarán el hierro de Ares cuando los varones cebrenios lo ocupen.
ΧΙ. A Glauco, el cabrero
¡Glauco, guardián de los rebaños! Te pondré en la mente esta advertencia: ante todo da de comer al perro junto a la puerta del patio, pues es quien primero oye al hombre que se acerca y a la fiera que entra en el cercado.
XII. A una sacerdotisa de Samos
Oye mi súplica, sustentador de los jóvenes: concédeme que esta mujer rechace el amor y el lecho de los mancebos y se deleite con los ancianos de sienes canosas, cuyas fuerzas se han debilitado, pero cuyo ánimo apetece todavía.
XIII. A la casa de los cofratricios
Los hijos son la corona del hombre, y las torres, la de la ciudad; los caballos constituyen el adorno de la llanura, y las naves, el del mar; las riquezas acrecientan la casa; y los venerandos reyes, sentados en el ágora, son el ornamento de los ciudadanos que los contemplan, pues todavía es más venerable, a nuestro ver, la casa con el hogar encendido en un día de invierno, cuando nieva el Cronión.
XIV. El horno o el vaso de arcilla
Si me lo recompensáis, cantaré, oh, alfareros. Ven acá, Atenea, y con tu mano protege este horno, para que tomen color los vasos y los barreños todos y se cuezan hermosamente, y alcancen elevado precio al ser vendidos en gran cantidad así en la plaza como en las calles, y les procuren a los alfareros buena ganancia y también a mí para cantar en su honor.
Pero si, entregándoos a la impudencia, forjáis mentiras, convocaré enseguida contra el horno a sus destructores: a Síntribe, a Esmárago, a Ásbeto, a Sabactes y a Omódamo, el que más daño causará a vuestra arte. ¡Destruye el pórtico y la casa, pegándoles fuego! ¡Tambaléese todo el horno, mientras los alfareros profieran grandes gemidos! ¡Cruja el horno como las mandíbulas de un caballo y desmenuce todos los cacharros! Ven acá, hija del Sol, Circe conocedora de muchos venenos: ¡échales tus crueles venenos y hazlos perecer a ellos y sus obras! Ven acá, Quirón, y trae muchos centauros, así los que se escaparon de las manos de Heracles como los que perecieron: golpea de la peor manera estas cosas, derrúmbese el horno y vean aquellos, sollozando, sus malas acciones; yo me alegraré al contemplar el arte de esos genios malos. Y a quien se inclinare sobre el horno, séale quemado el rostro por el fuego, para que todos aprendan a obrar rectamente.
XV. Canción de mendigo
Hemos llegado a la casa de un hombre muy poderoso, el cual puede mucho y refunfuña en grande, siendo siempre feliz.
Abríos espontáneamente, oh, puertas. Entrará abundante riqueza, y, con la riqueza, la floreciente alegría y la buena paz. Cuantas vasijas hay, estén todas colmadas; y la hinchada masa deslícese siempre por la artesa. Ahora una torta de cebada y sésamo, de aspecto agradable […]
La mujer de vuestro hijo llegará en su carruaje: los mulos de vigorosos pies la traerán a esta casa. Teja en persona la tela, sentada en asiento de ámbar.
Vendré a ti, vendré cada año, como la golondrina.
Estoy en el vestíbulo con los pies desnudos, pero trae pronto […]
Si me dieres algo…; y si no, no nos quedaremos, que no hemos venido aquí para habitar con vosotros.
XVI. A los pescadores
Homero.— Varones, pescadores de Arcadia, ¿tenemos algo?
Pescadores.— Cuanto cogimos, lo dejamos; cuanto no cogimos, eso llevamos.
Homero.— Procedéis de la sangre de padres como vosotros, que ni eran ricos en campos ni apacentaban numerosos rebaños.
XVII.— En el sepulcro de Homero
Aquí la tierra cubre una sagrada cabeza, al cantor de los héroes, al divino Homero.
Fragmentos
Del Margites
(atribuido a Homero o a Pigres, hermano de la reina Artemisia)
Sabía muchas cosas, pero todas las sabía mal.
Platón, Alcibíades, II, 147
Los dioses no le hicieron cavador, ni labrador, ni hábil en ninguna otra cosa: carecía de toda arte.
Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, 7 — Clemente Alejandrino, Strómata, I, 4, 1
Vino a Colofón un anciano y divino aedo, servidor de las Musas y de Apolo, el que hiere de lejos, || teniendo en sus manos la melodiosa lira (1).
Atilio Fortunaciano, p. 286 Keil (Gram. Lat., vol. VI)
Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo, una grande.
Zenobio, v. 68 (Leutsch Paroem. gr. I. 147).
De la Cipriada
(atribuida a Homero o a Estasino de Chipre)
Hubo un tiempo en que innumerables tribus de hombres, vagando por la tierra […], la anchura de la tierra de profundo seno. Zeus, al notarlo, se apiadó y decidió en su prudente espíritu aligerar de hombres la tierra que todo lo nutre, excitando la gran contienda de la guerra ilíaca para que el peso de los hombres disminuyera por medio de la muerte; y los héroes matábanse en Troya los unos a los otros: cumplíase la voluntad de Zeus.
Escolios a Homero, Ilíada, 1, 4 y 5
Llevaba en su cuerpo vestido que las Gracias y las Horas hicieron y tiñeron —como los que llevan las Horas— en flores primaverales: en el azafrán; en el jacinto; en la florida violeta; en la bella, suave, nectárea flor de la rosa; y en divinos cálices, en las flores del narciso que hermosamente destila gotas de rocío: vestidos semejantes a los perfumados que a todas horas viste Afrodita.
Ateneo, Banquete de los sabios, XV, p. 682 D
[…] y Afrodita, amante de la risa con sus sirvientas […], habiendo trenzado fragantes coronas, pusiéronse flores de la tierra en la cabeza las diosas de luciente diadema, ninfas y Gracias, y juntamente con ellas la áurea Afrodita, cantando hermosamente por el monte Ida, abundoso en fuentes. Ateneo, Banquete de los sabios, XV, p. 682 F
Castor (es) mortal, le ha sido destinado el fin de la muerte; pero Polideuces, retoño de Ares, es inmortal.
Clemente Alejandrino, Protrepticon, II, 30
[…] (Leda) parió la tercera a Helena, causa de admiración para los mortales. Y a ella (a Leda) la había dado a luz Némesis, después que se hubo unido amorosamente con Zeus, cediendo a la dura necesidad. Huía, pues, Némesis, y no quería unirse amorosamente con el padre Zeus Cronión, por tener su espíritu abatido por la vergüenza y el pudor; huía por tierra y por la estéril oscura agua del mar, y Zeus la perseguía y deseaba en su corazón alcanzarla. Y ella unas veces tomaba la forma de pez, dentro de las olas del estruendoso mar, y conmovía el gran ponto; otras, vagaba por el río Océano y por los confines de la tierra; otras, andaba por el fertilísimo continente; y sin cesar se iba transformando en cuantas terribles fieras cría el continente, con el propósito de huir de aquel. Ateneo, Banquete de los sabios, VIII, p. 334 B
Al punto Linceo, confiando en sus veloces pies, se encaminó al Taigeto. Y habiendo subido a la cumbre, recorrió con los ojos toda la isla de Pélope Tantálida, y el glorioso héroe los vio pronto con su aguda vista dentro de la hueca encina, a ambos, a Cástor, domador de caballos, y a Polideuces, premiado en los juegos; y deteniéndose cerca de ellos, hirió […] Escolios a Píndaro, Nemea, X, 114
Los dioses, oh, Menelao, inventaron el óptimo vino para desvanecerles las inquietudes a los mortales hombres.
Ateneo, Banquete de los sabios, II, p. 35 C
No creía que (mi) corazón valeroso se irritara contra Aquiles, así, muy estupendamente; porque era muy amigo mío […] Les Papyrus Grecs du Musee du Louvre. París, 1866, papiro II, col. II, v. 27 (versos atribuidos a la Cipríada por Letronne)
De Zeus, el que hizo y el que produjo todas estas cosas, no quieres hablar, pues donde hay temor hay también pudor.
Platón, Eutifrón, 12 A — Escolios a Sófocles, Áyax, 1074.
Habiendo quedado encinta, pariole las gorgonas, monstruos crueles, que en el océano de profundos remolinos habitaban Sarpedón, isla pedregosa.
Herodiano Alejandrino, De la palabra monosílaba, c. 9
¡Necio aquel que, matando al padre, deja los hijos!
Clemente Alejandrino, Strómata, VI, ii, 19, 1
«Epigramas y fragmentos atribuidos a Homero» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com