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«Del perfecto capitán general», de Onosandro Platónico

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A continuación tienes la transcripción (revisada y algo modificada) del Strategikós de Onosandro (u Onasandro, u Onesandro, a veces apodado Platónico), de la mano de Tomás de Rebolledo (siglos XVI-XVII); más información.

La doctrina de andar a caballo, de cazar, pescar, industriar y de cultivar los campos, juzgo que se debe escribir a aquellos que se inclinan y gustan de tales cosas, mas la consideración del oficio del capitán general pienso, oh, Quinto Veranio, que convenga más a los romanos que a otra gente, y en particular a los que en cargos públicos preceden a los demás, como son el orden senatorio, y asimismo a los que por decreto de César Augusto y por el verdadero conocimiento que tienen de tal oficio, y por la singular experiencia de muchas y grandes cosas, y por la dignidad y merecimiento de sus predecesores, han llegado al supremo honor del consulado y a ser ilustres capitanes, y aunque creo que a los tales se deba dedicar semejante obra más por referir en ella sus hechos heroicos que por darles doctrina, de lo que tienen muy sabido en materia de gobernar ejércitos.

Me he movido a escribir esta materia porque muchos, cuanto más ignorantes son de ella y menos experimentados, haciendo mal juicio de las cosas ajenas, temerariamente las menosprecian y reprenden así como los inteligentes y bien enseñados con el perfecto conocimiento de las cosas mirando con buenos ojos las acciones de otros, las han alabado y ensalzado, por lo cual, aunque sé que lo que escribo a muchos parecerán cosas viejas y sabidas, no dejaré por eso de llevar la materia al fin: antes, con mayor deseo perseveraré dando preceptos útiles no solo de formar perfectos capitanes, mas de maestros de milicia. Fuera de lo dicho, me juzgaré venturoso si en mi escritura pareciere apto de significar con palabras lo que los romanos, por medio de su valor e industria obraron, por lo cual, pareciéndome que este mi trabajo será alabado y aprobado de semejantes personas, me atreveré a decir que en esta obra hay consejos de capitanes ilustres aun en el tiempo felicísimo de paz, y se podrá ver y descernir de dónde ha procedido y puede proceder en todas las ocasiones vencer con suma gloria o quedar míseramente vencidos; y finalmente, para que de dichos documentos quede esclarecida aquella singular virtud romana de donde ellos han salido, pues ningún rey ni nación, por diligentes que en la disciplina militar hayan sido, se han podido igualar con ella, pues de ella ha procedido tanta grandeza y estabilidad a su imperio, ni puedo imaginar ni fundar en otra razón la extensión de los confines de Italia hasta las más remotas partes del orbe, si no en las obras ilustres, en hechos de armas gobernadas por consejo y prudencia de tan gloriosa industria como la romana.

Y aunque debemos siempre desear tener la fortuna próspera, pero no de manera que, teniéndola por señora de todo, nos olvidemos de administrar y gobernar las cosas con prudencia, pues es cierto que ni toda la desdicha a la fortuna ni toda la felicidad a nuestro buen modo atribuir se debe, y, así como es cosa sin razón, o del todo librar de culpa al mal gobernador de las cosas públicas con excusa de su adversa fortuna, así también lo es atribuir la gloria de las empresas a la prudencia sola del capitán.

Y pues los hombres son naturalmente inclinados a dar fe a las cosas que los escritores refieren haberse obrado y experimentado, por grandes y dificultosas que sean, teniendo al contrario por falsas las que no se han reducido a acto práctico, por fáciles y hacederas que sean; por tanto, digo que todo lo que pienso decir lo he sacado de los hechos heroicos de aquellos padres y príncipes del nombre romano, cuya virtud excelente tiene hasta el día de hoy el principado sin contradicción alguna, y en este pequeño tratado no se comprenderá cosa hecha apresurada, tímida ni imprudente: antes, fueron de tan sabio consejo en el arte militar, tan especulativos en cuanto emprendieron, que, con haber combatido con naciones cuyas armas les eran ignotas, con todo eso, las sobrepujaron y vencieron.

De esta fuente, pues, de los hechos valerosos romanos he sacado este mi libro, y no lo he copiado de algún autor, porque verdaderamente es mayor alabanza de un escritor saber recopilar obras heroicas, aunque ajenas, que copiar escritos de otros, por bien ordenados que sean.

Qué partes ha de tener el capitán general

No son del todo necesarias en el capitán la nobleza del linaje ni los bienes de fortuna, si bien, de estas, la una lo sea en la elección de los sacerdotes, y la otra, en los presidentes de juegos y fiestas públicas; pero sonle necesarias la templanza, continencia, sobriedad, escasez y simplicidad del victo, ser paciente en los trabajos, de ingenio pronto, lejos de toda avaricia, de media edad, que tenga hijos, sea elocuente y de buena fama y opinión.

Digo que sea templado para que, tratando cosas de momento, no se deje llevar de superfluas comodidades que suelen entorpecer el ánimo.

Sea continente, para no dejarse llevar de la ira y apetito desenfrenado en las ocasiones que de necesidad conviene disimulación, y el que no tuviere esta parte no podrá fácilmente abstenerse de semejante juicio.

Sea sobrio, para que con más comodidad pueda estar vigilante en las cosas y ocurrencias de mucha importancia, porque, en el tiempo de la noche y del reposo con la quietud del ánimo, los consejos de los capitanes más perfectamente se pueden discernir y determinar.

Sea parco y simple en el victo, porque la vianda llena de delicadezas y la mucha diligencia y cuidado en las comidas corrompen el ánimo de tal manera que el tiempo que se debería gastar en los negocios lo gastan en esto vanamente.

Debe ser pronto de ingenio y, como dice Homero, volante, a fin que con el pensamiento discurra velozmente en todas las cosas y con el ánimo haga juicio y casi adivine y anteuea lo que pudiere suceder, porque pueden sobrevenir accidentes no antevistos ni esperados, y el capitán general que no tuviere estas partes será forzado a tomar consejo aceleradamente y sin ninguna prevención, y cometer temerariamete a la discreción de la fortuna la salud de las cosas.

No sea avaro ni codicioso, y de este vicio principalmente se debe guardar, porque, si no se abstuviere de él y de recibir presentes, aunque sea gallardo de ánimo y persona, serán bastantes estos vicios para oponerse a las armas y al ejército, y quitarle la victoria de las manos.

He dicho que importa que el capitán general no sea ni muy viejo ni muy mozo, porque el uno puede ser obstinado a no dar crédito a cosas convenientes, y el otro, flojo y vano en obrar, por lo que el uno ni el otro serán aptos al manejo de cosas tan arduas, y así debe ser de media edad, en que reinan las fuerzas del cuerpo y la prudencia del ánimo, y si alguno aprobare para semejante oficio la gallardía y las fuerzas del cuerpo sin la prudencia del ánimo, y símilmente el ingenio sin las fuerzas, tenga por cierto que lo errará, porque, así como el cuerpo aquí, en falta la prudencia, es de poco valor en el aconsejar, también el ánimo a quien faltan las fuerzas, y los ministros no podrán cómodamente ni con utilidad hacer empresa alguna, mas aquel que es dotado de ambas cosas podrá con facilidad conseguirlas, y como amado de todos libremente, y con verdadera afición de ánimo, prontamente lo obedecen dando entera fe a sus palabras, y en cualquier peligro que se meta, los unos en competencia de los otros acuden a ayudarle.

Habemos juzgado que se deba elegir al que tuviere hijos, mas no por esto se debe excluir a quien no los tiene (y más si fuese fuerte y prudente), porque, si los hijos fueren de tierna edad, obligan de todo punto el ánimo del padre y, como rehenes dados a la patria, han fuerza de infundir en él una maravillosa fe y casi una aguda espuela que le pica el ánimo contra los enemigos; y si son de edad, con las armas, con la fidelidad, con el consejo, con la solicitud acompañándole en los trabajos y en el gobierno y fielmente sirviéndole en las cosas secretas, pueden agregar a la república grandísimas utilidades.

Sea elocuente, con gracia en el hablar, porque de esto en las ocasiones de la guerra se puede seguir mucha utilidad y, habiéndose de ordenar los escuadrones para la batalla con acomodado parlamento, fácilmente persuadirá a cada uno a despreciar todo peligro y atender a la gloriosa empresa; no el son de la trompeta tanto podrá encender los ánimos a tomar las armas y combatir valerosamente cuanto el convenible y, según el tiempo, acomodado parlamento del capitán conmoviéndoles a grandes hechos por codicia de la virtud y deseo de la gloria, y, si fuere necesario de consolar los ánimos afligidos por alguna mala voz o desconfianza, sus palabras serán como medicina, que aligerarán la gravedad de los accidentes que conciben.

Y juzgo que en la elección del capitán se debe hacer mucho caso de la reputación y nobleza de sus pasados, pero, donde no sea, no por eso se debe reputar por indigno de este cargo al que no lo fuere; y como en los caballos queremos experimentar la fortaleza y bondad, y no aquello que parece exteriormente, así soy de opinión que se ha de hacer juicio de la nobleza de los hombres, y parece extraña cosa no considerar muy atentamente quién y cuáles han de ser aquellos a quien se ha de cometer la defensa y conservación de la república. También es cosa del todo inicua, y que en ningún modo por ley y orden de guerra es conveniente deliberar, que aquellos que en las empresas y ocasiones se han habido con valor no se les den premios y honores por no ser nacidos de padres nobilísimos, y juzgar después que solo le haya de elegir por capitán general al que tiene origen de valerosos y nobles progenitores, y no a los en quien resplandece su propia virtud, pues nadie puede dudar que la virtud presente debe ser antepuesta a la pasada. Y de estos se puede esperar que saldrán excelentes capitanes sin que les divierta y desvanezca la jactancia de estirpe famosa e ilustre, deseando con su propio valor dar luz a la oscuridad de su linaje, y al fin con ánimo quieto y pronto se disponen a todo peligro. Verdad es que suelen retener su hacienda con menos liberalidad, mas, como no pueden valerse de la fama y de la gloria de sus padres como de cosa hereditaria, la reparten, procurando por este medio agregar se mayor reputación.

Sea, pues, la conclusión que, lo primero de todo, el capitán ha de ser valeroso, venturoso, menos preciador de las riquezas.

En segundo lugar, noble de gran linaje y rico, y de cualquiera manera benigno cuando convenga, riguroso en su lugar y siempre solícito, y diligente. Y no por esto se debe refutar el pobre, aunque no sea nacido de ilustres progenitores, si es estimado por su propia virtud.

Después que se haya eligido y tomado posesión de su cargo, sea apacible y benigno a todos cuantos militaren debajo de su mano, pero esto no lo ha de mostrar de manera que venga a ser despreciado, ni tampoco sea tan altivo y duro que mueva a que le tengan odio, que de ambas cosas se podrán seguir gravísimos daños.

De las condiciones de los demás oficiales

Debe con grande cuidado el capitán general elegir los decuriones, centuriones y en orden los demás oficiales del ejército según la ocasión y la gente lo pidiere, procurando que los escogidos sean de tales partes que su virtud sea claramente conocida y que corran parejas el ánimo con la gallardía y fidelidad a la patria, y en esta elección no importa que se escojan los nobles y ricos, porque no se ha de elegir solamente uno o dos, que entre pocos y bien doctrinados sería fácil la elección.

Pero, haciéndose esta con buen orden y provechosamente, los más ricos y nobles son muy importantes y de mucho provecho a la república, mayormente cuando se ofrece tal empresa que, en hacerla, es menester presteza, porque los tales pueden con más comodidad dar algún soccorro a los soldados y gastar liberalmente, que la liberalidad de los príncipes y oficiales, aunque sea pequeña, cuando se da en ocasión adquiere grandísima voluntad en los soldados y da seguridad y firmeza en las empresas, y cada uno esperará alcanzar puestos mayores, procediendo con valor en las ocasiones cuando conoce que en las cosas pequeñas la liberalidad del capitán nace de la propia benignidad de su ánimo.

De los consejeros

Ultra de lo dicho, es necesario que el capitán general tenga cerca de su persona algunos muy capaces inteligentes del ejercicio militar con quien aconsejarse, pero esto ha de ser con tal moderación que ni el capitán general se fíe del todo de sus consejos, ni menos de su solo parecer, pues lo uno y lo otro le puede engañar; pero sea o procure ser tan entendido y experimentado que el parecer de sus consejeros no le sirva más que de motivo para sacar en limpio la verdad de la resolución que desea saber, porque verdaderamente el que muy confiado de sí mismo emprende las ocasiones, sin tomar consejo, cae en errores, de que no tiene excusa, y el que mucho se fía solamente de consejo se hace esclavo y, si alcanzare la victoria, carecerá de gloria.

Que la guerra no se debe mover sin justas causas

Si es cosa cierta que Dios, como suma justicia y bondad, no ayuda ni favorece injustas empresas, y, por lo contrario, aunque la guerra sea especie de crueldad, con todo eso, para castigo de pecados y sin razones, está aprobada por derecho divino, en el cual caso la razón y justicia de la empresa mueve los ánimos de los soldados a pelear valerosamente y observar tus órdenes, creyendo que no de tu propria voluntad y deseo de venganza, o hacer injuria a otro, mas incitado y provocado, tomas las armas, si sí pensasen lo contrario, podrán entrar en sospecha que la guerra es injusta y que Dios les puede castigar; y esta opinión les puede tener con temor, de manera que conviene justificarla a boca o por medio de embajadores para que, o pidiendo las cosas justas, o negando las injustas, parezca que eres provocado a tomar las armas, poniendo por testigo a Dios y a los hombres que no las tomas, ni haces la guerra por desprecio, ni temerariamente.

Porque no solo en la fábrica de las casas y otros edificios conviene poner firmes fundamentos, a fin que por la flaqueza de los cimientos no se caiga el edificio, mas con la razón, solicitud, y advertencia se han de fundar y establecer los principios de la guerra, y después sacar en campaña la gente y mover el ejército, imitando al experto capitán de la nave, el cual, primero que sale del puerto para entrar en el mar, la provee y guarnece de todas las cosas que le pertenecen, y, cuanto le es posible, la arma y adorna, y después se mete al viaje, porque es cosa peligrosa haber hecho demostraciones y movimientos de guerra conduciendo gente por tierra y por mar, y, después de la prevención, parar o en el medio del curso volver la proa y vituperosamente retirarse, o poner temerariamente a peligro el estado de todas las cosas, y serás de todos tenido en poco y de poco valor, quedando sujeto a todo género de injuria.

Y aun otra cosa peor, que es dejar ofendido al enemigo para tomar venganza contra quien emprendió contra él la guerra, más por la mala intención con que la emprendió que no por el daño que hizo con esa.


continuará…


Al ilustrísimo y excelentísimo señor don García de Toledo Osorio

Habiéndome criado en casa del señor don Antonio de Zúñiga, cuyo secretario fui catorce años en el cargo de capitán general de los reynos, de Portugal tuve ocasión de comunicar y discurrir en los hechos de los famosos capitanes que en aquel tiempo militaron, y de leer autores antiguos y modernos, que escribieron de milicia, y hallando a mi juicio y al de muchos doctos en esta profesión que sin contradicción ninguna la virtud y disciplina militar de los romanos tuvo el principado, y que Onosandro Platónico fundado en ella fue el que más acertada, aunque sucintamente, escribió las calidades que debe tener un capitán general de un ejército la conducción y gobierno de él, así por tierras de amigos como de enemigos, la instrucción de las batallas, y escuadrones, sitios y expugnaciones de ciudades y castillos y su defensa, hasta fenecer con felicidad una jornada no habiendo entendido que hasta ahora se haya leído en nuestra lengua castellana, me resolvía traducirle en ella, y, habiéndole de dedicar, dicho se está que a ninguno más dignamente que a V. E. por muchas razones.

Lo primero, por la de su nacimiento, tan esclarecido que a poco trecho de su generosa ascendencia está ligada la sangre de V. E. con la de todos los reyes de Europa, y, por ser esto tan notorio a todo el mundo, quedaría yo muy corto en discurrir en esta materia.

Lo segundo, por el ejercicio de lo que el libro trata, pues todos sus progenitores hasta la persona de V. E. sucesivamente al paso de su grandeza han ejercitado cargos de capitanes generales, conservando y agregando a la monarquía de España, reinos y provincias, y parece que quiso Dios fundar mayorazgo en la casa de V. E. de este cargo con grandes ventajas, y particularmente en este tiempo, en el cual hemos visto actualmente al señor D. Pedro de Toledo, su padre, V. E. y el señor D. Fadrique de Toledo, su hermano, capitanes generales con tan glorioso nombre y tan manifiesto valor y mérito de sus propias personas que dignamente corresponde al de sus pasados, y no se hallará con facilidad en las historias antiguas y modernas que haya sucedido lo mismo.

Lo tercero, por mis particulares obligaciones a las muchas honras y mercedes que V. E. por su grandeza se ha servido de hacerme.

Suplico a V. E. le ampare, y favorezca recibiéndole en su protección, pues con ella Onosandro tendrá la estimación que merece, y su tranductor, por bien gastado el tiempo que ha puesto en dar a luz el texto de quien han tomado todos los que han escrito de milicia. También me ha parecido juntar a este tratado lo que pertenece al oficio de maestre de campo general (aunque hay poca diferenicia), por ser preceptos dados y ordenado por tan gran capitán como lo fue el excelentísimo señor D. Fernando de Toledo, duque de Alba, de gloriosa memoria. Y a V. E. beso los pies.

De Nápoles, a 15 de septiembre, 1635.

De V. E. su más obligado servidor,
Tomás de Rebolledo


Al lector

Si en las artes que se hacen con el ánimo quieto es necesaria la doctrina, cuánto más lo debe ser en la milicia, donde ningún punto se puede mover sin contraste, ya de los enemigos, ya de hambre, ya de calor y frío, necesidad y temor, cosas que al ánimo más valiente alteran cada una de por sí, cuanto más todas juntas, esto lo podrá considerar el que tuviere conocimiento de ello, y diré que las reglas de Onosandro Platónico, aunque sucintas, comprenden mucho, y, conociendo yo que los españoles, confiándose de la fortaleza de ánimo y recia complexión de que les ha dotado naturaleza, se dan menos que otras naciones al estudio militar, y que las que de ellos han sido vencidas siempre que han venido a las manos presumen con el artificio no solo repararse, pero aun herir y ofender, y, movido del deseo, que un buen vasallo debe tener a su rey y señor natural, y el amor entrañable que tengo a mi nación, me resolví a hacer esta traducción con esperanza que de ella se sacara algún fruto, y, aunque la prevención antes de la calumnia denota error, no dejaré por eso de responder a las objeciones que un ingenio más puro que el mío en obra tan difícil pudiera con mucha razón temer, no tanto por excusarme cuanto por declarar cuál haya sido mi intento en la forma de proceder en esta traducción, y así digo que el intérprete no es obligado a responder voz por voz en aquella lengua que traduce, sino no mudar fielmente el sentido del sentido, y, habiendo yo observado esto usando la ley común, todavía siendo este autor tan antiguo cerrado y oscuro en su decir que, si le hubiera seguido punto por punto, la traducción habría quedado más confusa que no está en su original, me ha sido fuerza desviarme un poco en algunas partes, no divirtiéndome del sentido del texto, y en cuanto a la declaración de algunos nombres de armas, máquinas e instrumentos de guerra, por ser los más de ellos desusados, incógnitos y sin moderna apelación, la mayor parte he dejado en los propios nombres y he puesto los que más me parecen que les corresponden en la margen, y, aunque en esta mi traducción se hayan de hallar más cosas en que la perfección se deba desear más que envidiar. Si de Homero se dice, siendo aquel raro y excelente varón, haberse dormido en algunas cosas en su misma invención, no se maravillará el discreto lector que el traductor se haya ofuscado en tanta antigüedad de cosas diversidad de costumbres, reglas y religiones, donde sería necesario ser más adivino que intérprete, por lo cual, y por las causas que me movieron, se me deben perdonar los errores que juzgares he hecho.


📚 Fuentes y aclaraciones

Esta traducción, de Tomás de Rebolledo (siglos XVI-XVII), fue publicada en 1635. Tanto la obra de Onosandro en griego como esta traducción de Tomás de Rebolledo se encuentran en dominio público porque ambos murieron hace más de 80 años.

Mi versión para AcademiaLatin.com está basada en esta versión escaneada de la edición de 1635; también está disponible esta versión en la Biblioteca Digital Hispánica (de la Biblioteca Nacional de España).

La imagen destacada es El combate de Diomedes, de Jacques-Louis David (1748-1825).


📝 Licencia

Esta transcripción la he hecho yo mismo para publicarla en AcademiaLatin.com. El texto original se encuentra en dominio público, por lo que lo lógico es que la mera transcripción esté en dominio público.

Sin embargo, además de la transcripción y publicación del texto en dominio público, hay también cierto trabajo de edición (corrección, modernización de ortografía y puntuación, etc.) por mi parte, por lo que, si no es molestia, agradecería que el material se usara con licencia Creative Commons BY: sin ninguna restricción, pero con atribución a AcademiaLatin.com y, si es posible, un enlace a la página de la que se ha tomado el texto.

Puntualización: las grabaciones (vídeos de YouTube, audios en Spotify, etc.) que yo pueda tener publicadas a partir del texto no son de dominio público, sino que las publico con una especie de licencia Creative Commons BY-NC-SA; en resumen: puedes embeberlos (insertarlos) en tu web/plataforma, pero no puedes descargarlos para resubirlos.

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««Del perfecto capitán general», de Onosandro Platónico» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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