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Poesía de Safo de Lesbos

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A continuación tienes la transcripción (revisada y algo modificada) de los poemas de Safo de Lesbos, de la mano de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), los hermanos Canga-Argüelles (José Antonio de Canga-Argüelles y Cifuentes-Prada [1771-1842] y su hermano Bernabé [c. 1770-1812]) y José Antonio Conde (1766-1820); más información.

Odas

I

¡Oh, tú, en cien tronos Afrodita reina,
hija de Zeus, inmortal, dolosa:
no me acongojes con pesar y tedio
ruégote, Cipria!

Antes, acude como en otros días,
mi voz oyendo y mi encendido ruego;
por mí dejaste la del padre Jove
alta morada.

El áureo carro que veloces llevan
lindos gorriones, sacudiendo el ala,
al negro suelo, desde el éter puro
raudo bajaba.

Y tú, oh, dichosa, en tu inmortal semblante
te sonreías. «¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?»,
me preguntabas.

«¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
mísera Safo?

»Que, si te huye, tornará a tus brazos
y más propicio ofrecerate dones
y, cuando esquives el ardiente beso,
querrá besarte».

Ven, pues, oh, diosa, y mis anhelos cumple;
liberta al alma de su dura pena,
cual protectora, en la batalla lidia
siempre a mi lado.

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II

Igual parece a los eternos dioses
quien logra verse frente a ti sentado:
¡feliz si goza tu palabra suave,
suave tu risa!

A mí en el pecho el corazón se oprime
solo en mirarte: ni la voz acierta
de mi garganta a prorrumpir, y, rota,
calla la lengua.

Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
presto discurre: los inciertos ojos
vagan sin rumbo; los oídos hacen
ronco zumbido.

Cúbrome toda de sudor helado:
pálida quedo cual marchita yerba,
y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,
muerta parezco.

III

Ven, cara Venus, poderosa en Chipre:
propicia ven y, favorable entre estos
huéspedes caros, huéspedes, ¡oh, diosa!,
míos y tuyos,

ven a libar el agradable néctar
y a derramar en los dorados vasos
vino mezclado con pequeñas rosas
plácidamente.

IV

Mísera Safo, tú yacerás muerta,
y tu memoria morirá contigo;
ni ya tu frente ceñirá del Pierio
rosa cogida.

Irás al Orco, de la luz privada;
ni nadie ya te mirará, mezquina,
desque te lleve a los oscuros manes
rápido vuelo.

V

Si a las hermosas, apacibles flores
tal vez monarca Jove dar quisiera,
para este cargo la encendida rosa
fuera elegida.

Ella es el dije de la madre tierra;
ella es la gloria de las plantas todas;
como a sus ojos ámanla, y la quieren
ramas y flores.

Honra los prados su luciente grana
y, de hermosura sin igual ceñida,
a los placeres amorosamente
llama las almas.

De verdes hojas coronada, ostenta
toda su pompa y vanidad suave,
y en su oloroso y delicado cáliz
Céfiro ríe.

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Cantilenas

I

La luna luminosa
huyó con las pléyadas;
la noche silenciosa
ya llega a la mitad;
la hora pasó, y en vela,
sola en mi lecho, en tanto
suelto la rienda al llanto
sin esperar piedad.

II

Amor, que el pecho mío
continamente agita,
es dulce y es impío,
y es, más que una avecita,
volátil y ligero.
¡Ay!, de su dardo fiero,
¿quién consiguió victoria?
Renueva, amada mía,
renueva la memoria
de cuando Atis ardía,
tu dulce amor odiaba
y a Andrómeda estimaba.

III

Desciende, Venus bella,
y en las doradas copas,
con el süave néctar,
mezcla purpúreas rosas,
y a mis dulces amigos,
que tu deidad adoran,
con divinal bebida
inspira y alboroza.

IV

Será tal vez hallada
simplecilla labriega,
si dulce amor hiriola
con su dorada flecha,
Amor, el rapazuelo
de Venus Citerea,
que con su blanda mano
doma las bravas fieras,
y la joven hermosa,
nacida en la floresta,
siendo de amor tocada,
ya suaviza y templa
las rústicas costumbres,
la esquivez de la selva,
plegando sus vestidos
con gracia y gentileza.

V

De los verdes manzanos
en las frondosas cimas,
con estruendoso ruido
las aguas se deslizan,
las puras frescas aguas
que el peñasco destila:
el delicioso estruendo
de las hojas movidas
del apacible viento
süave sueño inspira,
y con Venus hermosa
soñaba que dormía;
mas de las altas ramas,
del viento sacudida,
una roja manzana
de mi sueño me priva.

VI

Al Olimpo volara
si alitas yo tuviera,
cual cándida paloma,
y a Pafia la risueña
mis cuïtas contara,
mis amorosas quejas,
y de allí a las alturas
de los montes viniera,
y enlazaran mis brazos
la causa de mi pena:
que el amor dulce amargo
con fiera violencia
mi corazón impele,
le arrebata y le lleva,
cual viento impetuoso
arranca por las selvas
en los excelsos montes
a las encinas gruesas.

VII

La graciosa doncella
en apartada estanza
pasa su edad florida
de delicias privada;
sus cuidadosos padres
dicen: «Amor la espanta,
allí vive contenta,
que no quiere de Pafia
las suaves caricias»;
mas, ¡ay!, niña cuitada,
que ya siente tu pecho
las amorosas llamas,
triste, cerrada y sola,
niña y enamorada.

VIII

Morirás, bella joven;
ni servirá ser bella,
ni quedará memoria
de ti sobre la tierra,
porque las frescas rosas
no has gozado de Pieria:
y así desconocida
irás a las cavernas
del horroroso Dite,
ni será quien te vea
cuando en las vanas sombras
des fugitivas vueltas.

IX

Alzad, alzad la casa,
artífices, que viene
el esposo gallardo,
que a Marte se parece:
al menos muy más alto,
muy más robusto y fuerte
que los más esforzados
que la ciudad contiene.
Todos de una vez toman
y de sus asas tienen
la gran carquesia copa,
y libación ofrecen,
felicidad, delicias,
eternos, justos bienes,
al esposo desean,
y el dulce vino beben.
De todas las doncellas,
tu venturosa suerte
la más linda te ha dado,
ni hallarse otra tal puede:
la dulce joven bella,
por quien tú tantas veces
tiernos suspiros dabas,
hoy a tus brazos viene;
no envidies a los dioses,
si tu ventura entiendes.

X

Amor bulle en mi pecho
y sin cesar voltea
mi corazón amante
y acá y allá le lleva;
mis miembros desenlaza
su poderosa diestra,
y en viéndome rendido
ya me desprecia y vuela;
tiene sus lindas alas
cual ave, mas es fiera
y dulce y apacible
y de indomable fuerza.
Atis, de tu abandono
al crudo Amor te queja,
que en los ojos me abrasa
de Andrómeda la bella.

XI

Esperio, luz hermosa
de Venus la rosada,
que los tiernos deseos
y enamoradas ansias
benigna satisfaces,
tú conduces a casa
el delicioso fruto
que las almas encanta,
el manchado rebaño
de las ligeras cabras,
y con su dulce madre
la niña que las guarda.

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Epigramas

I

El mísero Menisco ha dedicado
a Pelagón un remo y una nasa
en monumento de la vida escasa
de todo pescador infortunado.

II

Yace aquí la ceniza recogida
de Timas infeliz, que al negro y feo
tálamo de Perséfone admitida
se vio antes de cumplir el himeneo.
Sus mejores amigas se han raído
del todo la brillante cabellera,
movidas de su suerte lastimera.

Fragmentos

I

Yo te conjuro, por la amistad nuestra,
que escojas otra de más pocos años,
pues yo, que mucho con la edad te excedo,
nada te sirvo.

II

¡Cándida Venus!, dulce madre mía,
el tierno amor del adorado joven
toda me vence, y en mis dulces ansias
dejó la tela.

III

Yerno feliz, ya coronó himeneo
de tus deseos el ardor sublime,
y la doncella que quisiste tanto
ya la posees.

IV

Pónteme al frente, amigo,
y, tierno y amoroso,
despliega, ¡ay me!, despliega
la gracia de tus ojos.

V

Con la süave Venus,
en delicioso lecho,
dormí entre frescas rosas,
dormí amorosos sueños.

VI

Contigo, noche amable,
vienen todas las cosas:
viene el vino agradable,
las cabras presurosas
también vienen gozosas.
Y la tierna doncella
torna a su madre bella.

VII

Amo el brillante lujo,
amo las cosas bellas,
y el esplendor y el fasto
mi corazón desea.

VIII

Muy más süave canta
que la süave lira,
y su esplendor hermoso
muy más que el oro brilla
toda su faz amable,
y en ella parecía
bello color melado
con varïadas pintas.

IX

No lo sabes, amigo;
no soy como pensabas,
ni en mi pecho se oculta
ardiente fiera saña:
soy blanda y apacible,
de la risueña Pafia
anhelo las delicias,
y el tierno amor me agrada:
es el sol de mi vida,
y dulcemente al alma
inspiró sus placeres
y dulce amargas ansias.

X

Los bellos Amorcillos
pavorosos huían,
las sus pintadas alas
lánguidas y caídas,
y de sus tiernas manos
arcos y flechas tiran.

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XI

Desde el Olimpo baja
el Amor a la tierra
con su purpúrea banda,
que el leve viento ondea.

XII

Süave dulce musa,
la de trono dorado,
que al divino poeta
dictaste dulce canto,
que de la ínclita aldea
de Teyos el anciano
cantó suavemente
armonioso y vario
las jóvenes hermosas
del delicioso campo.

XIII

En un florido valle
una graciosa niña
al alba rociada
bellas flores cogía;
mas era la muchacha
más que las flores linda.

XIV

Parécesme pequeña
y delicada niña,
que de Venus ignoras
el juego y dulce risa;
muy más que Nais bella,
tan agraciada y linda;
tu color, cual Pirene,
que ni asea ni pinta
su natural belleza
con su mano divina.

XV

Delante de tu amado
muestra toda tu gracia,
y de tus bellos ojos
la suave mirada;
tu dulce ardiente fuego
los corazones pasa
de los tiernos amantes,
y los rinde y encanta.

XVI

No es justo: la tristeza
lejos, lejos se vaya.
¿Para qué las tristuras
en la apacible estanza
de las canoras musas,
que alegres himnos cantan?
Inútiles tristezas
ni convienen ni agradan.

XVII

Cerca del claro arroyo,
en la ribera amena,
un garbanzal dorado
cubre la arada tierra.

XVIII

¡Ay, ay! Partenia mía,
¿dó te vas y me dejas?
A ti jamás ya vuelvo;
no, no me esperes, ¡ea!

XIX

Gracioso Amor que sirves
a la risueña Pafia,
con bello cinto de oro
y con purpúrea banda,
y tus sienes coronas
de flores variadas.

XX

Pon dóricas coronas
a tus amables trenzas,
cogiendo tiernos ramos
de eneldo y rosas frescas;
que a los dioses agrada
que las flores más bellas
las víctimas coronen
de sus sacras ofrendas.

XXI

La taza rebosaba
de süave ambrosía,
Mercurio toma el vaso
de divinal bebida,
y a los celestes dioses
dulcemente servía.

XXII

Las lucientes estrellas,
cabe la bella luna
de plateados rayos,
su clara luz ocultan,
cuando su faz descubre,
y muy más llena ilustra
de los alzados montes
las profundas honduras.

XXIII

Esperio, que conduces
cuanto la blanca Aurora
con sus doradas luces
en las campiñas dora.

XXIV

Tú la estación florida,
canora Filomela,
anuncias a los hombres
en la frondosa selva.

XXV

Con sus calzados de oto
sale la Aurora bella,
las atezadas sombras
al hondo mar ahuyenta.

XXVI

Cantar ahora quiero
estos tiernos cantares
a mis dulces amigas
para templar mis males.

XXVII

Descended, dulces musas;
venid, suaves Gracias,
las de rosados brazos,
vos, Pierias bien trenzadas:
ea, divina lira,
tus dulces voces alza.


Noticias bibliográficas

Nació esta célebre poetisa en Ereso o en Mitilene, isla de Lesbos, hacia el año 620 a. C., y murió hacia el 565. Grande fue en la Antigüedad griega la fama de Safo, y por demás incompletos los detalles biográficos que de ella se conocen; en cambio, su nombre va unido a multitud de fábulas y leyendas.

Sábese que era contemporánea y algo más joven que el poeta Alceo, quien pretendiola por esposa. Aristóteles, en su Retórica, no solo habla de la pasión que Safo inspiró a Alceo, sino que cita los versos de este a la poetisa. Sábese también que Safo desdeñó a Alceo como esposo, pero se unió a él en la patriótica lucha empeñada contra el tirano de Lesbos, Pítaco. O por haber tomado parte en la conspiración que estalló hacia el año de 596 a. C., o por escribir algunos versos desagradables al tirano, fue desterrada de Lesbos, a la vez que los principales conspiradores, y refugiose en Sicilia.

Relatan este suceso los mármoles de Paros, y, aunque la fecha aparece borrada, debió ocurrir entre 604 y 592 a. C., porque se sabe que la conspiración en que intervino Alceo realizose positivamente en 596.

Algunas de las poesías de Safo atestiguan que volvió a Lesbos hacia el año de 570, permaneciendo en su patria durante el resto de su vida.

Cuenta Heródoto que tuvo Safo un hermano llamado Caraxo, hijo como ella de Escamandrónime, ciudadano de Mitilene; que este Caraxo emancipó, pagando por ello gruesa suma, a la cortesana Ródope, y que Safo en una poesía censuró con dureza a su hermano tan insensata acción. El hecho ocurrió en el año 570.

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Suponiendo que tuviera veinticinco de edad al ser desterrada de Lesbos, contaría unos cincuenta al criticar acremente la conducta de su hermano, y no atienden a estas fechas los críticos que toman la dura reprensión a Caraxo como argumento en contra de lo que las leyendas dicen sobre desordenadas costumbres de Safo. No fue cortesana la célebre poetisa, pero, aun siéndolo en su juventud, pudo dar buenos consejos en la madura edad.

Por Heródoto sabemos el nombre del padre de Safo y el de su hermano Caraxo. Además tuvo otros dos: Larico, a quien dedicó versos, y Erigio, citado por los escoliastas de las comedias griegas, que también nombran a su madre, Cleis.

Se ha creído que tuvo Safo una hija, llamada Cleis como su madre, y fúndase la creencia en unos versos que se le atribuyen, y dicen: «Tengo una bella niña, mi amable Cleis, cuya hermosura iguala a los crisantemos, y que no trocara por toda la Lidia».

Cita estos versos el gramático Hefestión, pero no al autor, y, aunque fueran de Safo, no podría asegurarse si aludía a una hija o a cualquiera de las muchas jóvenes que la acompañaban de continuo y a quienes elogiaba en parecidas frases.

También se le atribuyó un marido, nombrado Cercolas y natural de Andros; pero el equívoco obsceno que se oculta en el extraño nombre de Cercolas demuestra que algún cómico griego inventó tal bufonada.

Estas noticias y alguna que otra indicación contenida en los fragmentos de sus composiciones es lo único positivo que de Safo se sabe; y probablemente tampoco supieron más los griegos, grandes admiradores de los versos de la célebre poetisa, cuyas composiciones clasificaban entre las obras maestras de su idioma, pues obligados se vieron a reemplazar con fábulas la verdadera biografía de Safo.

Esta versión fabulosa de la vida de la poetisa es la más popular, y se debe principalmente a las invenciones de los cómicos griegos de los siglos V y IV a. C.

Dice la fábula que, locamente enamorada Safo del bello Faón, barquero de Mitilene, y no correspondida, corrió tras él por mares y tierras, siguiéndole a Sicilia, hasta que la desesperación de ver a una rival preferida le hizo volver a Lesbos y arrojarse al mar desde lo alto del promontorio de Leucades.

Debe advertirse que, siendo esta aventura asunto apropiado para una tragedia, solo la aprovecharon los poetas cómicos. Ameipsias, Anfis, Antífanes, Dífile, Efipo, Timocles, hicieron comedias de Safo, y el poeta cómico Platón, de Faón. Todas estas comedias han desaparecido, pero se sabe que los hechos atribuidos a Safo eran objeto de parodias y bufonadas.

Heródoto, tan minucioso hasta en los más pequeños detalles, daría seguramente noticia del fin trágico de Safo, si esta leyenda fuera en su época de público dominio. Para Otfrierd Müller, tiene todos los caracteres de un mito.

Cierto es —dice el historiador de la literatura griega— que habla Safo con frecuencia en sus poesías de un joven a quien de todo corazón amaba, a pesar de que la tratase con marcada indiferencia; pero en ninguno de los versos que de Safo quedan se nombra al joven Faón, ni se dice que públicamente buscara su cariño. Añádase a esto que algunas descripciones de la maravillosa belleza de Faón y del amor que inspiró a la diosa Afrodita están evidentemente tomadas de la historia de Adonis y reproducen con completa exactitud los caracteres de este mito.

Hesíodo habla de un Faetón, hijo de Aurora y de Céfala, que Afrodita robó siendo niño y dedicó a guardián y sacerdote del santuario de sus templos. Indudablemente la fábula de Adonis, llevada de Chipre a Grecia, ha sido base de esta tradición, y cabe deducir que los griegos dieron a este favorito de Afrodita el nombre de Faetón o Faón, convirtiéndole al fin, merced a falsas interpretaciones, en el amante de Safo.

Acaso en alguna de sus muchas poesías a Adonis cantó Safo al bello Faón con ardimiento tal que permitiera interpretar los versos cual dirigidos al propio amante.

Lo del salto de Leucades era una leyenda anterior a Safo, y que además de la fábula de Leucateo tuvo por heroína a cierta Calicé, cantada por Estesícoro. Calicé era una bella joven, enamorada de otro Faón, desdeñoso de su cariño, que puso fin a sus penas arrojándose al mar.

Fuera en honor de Leucateo o en el de Calicé, instituyose una ceremonia expiatoria en el promontorio de Leucades, y, gracias a una confusión frecuente en las fábulas griegas, todo esto se fue agrupando en el curso de los siglos al nombre y fama de Safo.

Más difícil es averiguar la certeza de lo que en la Antigüedad se aseguraba tocante a las malas costumbres de Safo y a la especial depravación de las lesbianas, de que con insistencia se la acusa. Son principal fundamento de la acusación los versos de la poetisa. Los fragmentos más importantes que a nosotros han llegado son la oda a Afrodita y la composición que tan perfectamente imitó Catulo en el mismo ritmo de los versos griegos:

Ille mi par esse diis videtur…

Ambas poesías, impregnadas de ardiente amor, están dirigidas a mujeres. En otras muchas composiciones, de las que solo conocemos algunos versos citados por los gramáticos griegos, casi siempre se dirige a mujeres, y emplea al hablarlas un tono apasionado que causa extrañeza.

Conocidos son los nombres de todas sus jóvenes amigas y la gracia particular de cada una de ellas, gracia que a la poetisa gusta describir de un rasgo: son la milesiana Anactoria, Gongila de Colofón, Eunice de Salamina, Girina, Atis, Mnasidice; censura a esta última por su carácter sombrío, siendo tan linda y más graciosa que la delicada Girina.

Explica Müller el sentido de tales versos recordando la íntima amistad que unía a casadas y doncellas, afiliadas en cofradías o asociaciones, no solo en Lesbos, sino en toda Eolia. Tales asociaciones, donde se cultivaba la poesía y la música, formábanse de ordinario alrededor de una mujer de madura edad y probado talento, pudiendo ser este el papel de Safo junto a sus jóvenes compañeras. Reconoce Müller, sin embargo, que la mayoría de sus versos reflejan mejor la pasión amorosa que la maternal solicitud. Puede verse, sin embargo, en otros fragmentos que la afición de Safo a las mujeres no era exclusiva, pues no son pocos los apasionados versos que a los jóvenes dedica.

Mortificaba a la crítica moderna encontrar reunidos en una sola persona tanto talento poético y tan depravadas costumbres, y arregló las cosas en el próximo pasado siglo, inventando una Safo cortesana, completamente distinta de la poetisa. Ya habían apelado a este subterfugio Ateneo y Elien, atribuyendo a una Safo, célebre cortesana de Ereso, el amor al bello Faón, el salto de Leucades y el vicio contrario a la naturaleza de que se acusa a las lesbianas.

Visconti renovó esta tesis apoyándola con el descubrimiento de una medalla de Safo acuñada en Ereso; pero los mismos versos de la poetisa han podido dar muy bien motivo a la calumnia o a la murmuración, y es lo cierto que toda la Antigüedad, así los poetas cómicos griegos como los poetas latinos, Catulo, Horacio, Ovidio —que hizo una de sus Heroidas con las aventuras de Safo—, Cicerón —que habla de su estatua, una obra maestra de Silanión robada por Verres—, solo han conocido una Safo. La medalla de Ereso prueba tan solo que dos ciudades se disputaban el honor de su nacimiento.

Conocemos los fragmentos de sus poesías por Aristóteles, Plutarco, Ateneo, Estobeo, Hefestión, Longino y Dionisio de Halicarnaso. Las dos composiciones que parecen completas, la oda a una mujer amada, que imitó Catulo, y la oda a Afrodita, las han conservado la primera Longino, que la cita en su Tratado de lo sublime, y la segunda Dionisio de Halicarnaso. Ambas están escritas en versos llamados sáficos porque Safo enriqueció la poesía griega con uno de los metros líricos más armoniosos, metro que Horacio trasladó con éxito admirable a la poesía latina. También inventó el verso eólico, una especie de armonía para el canto, y un instrumento de música llamado pectis, cuya forma y uso nos son desconocidos.

Además de los poemas sáficos, compuso epitalamios o himeneos. Su estimación así de los atractivos de los hombres como de los encantos de las mujeres le daban especiales condiciones para cultivar este género de poesías, que, a juzgar por los fragmentos que restan, tenían exquisita gracia y reflejan a la vez la ingenuidad de las costumbres de la época y el ardiente corazón de la poetisa. El himeneo de Catulo Vesper adest, iuvenes, consurgite es seguramente una imitación del himeneo sáfico, hecha en el mismo metro.

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También compuso Safo himnos a los dioses, a quienes invocaba para que se dignasen bajar de las moradas celestiales a la tierra; pero apenas se tienen noticias del especial carácter de estas composiciones.

En general, las poesías de Safo no se dividen en varias clases, y los antiguos críticos las clasificaban en libros, con arreglo al metro, conteniendo el primero las odas o estrofas sáficas, el segundo los poemas en versos alcaicos, etc. De esta suerte, los epitalamios, por ejemplo, estaban dispersos en los diferentes libros.

Hay en la historia de Solón, contemporáneo de la poetisa, un hecho que demuestra cuán grande fue su fama y con cuánta rapidez se extendió por toda Grecia. Oyendo el sabio recitar a un sobrino suyo un canto de Safo, dijo: «No quisiera morir sin saber de memoria ese canto».

La Antigüedad atestigua con perfecta unanimidad que por la gracia y el encanto no tuvieron rival las poesías de Safo.

La versión castellana de las dos primeras odas que a continuación publicamos es de D. Marcelino Menéndez y Pelayo; la de las demás odas, de los hermanos Canga-Argüelles; y la de las cantilenas, epigramas y fragmentos, de los señores Canga-Argüelles y de D. José Antonio Conde.


📚 Fuentes y aclaraciones

Estas traducciones, de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), los hermanos Canga-Argüelles (1771-1842 y c. 1770-1812) y José Antonio Conde (1766-1820), fueron publicadas originariamente en 1884 o antes. Tanto los poemas de Safo en griego como estas traducciones de Menéndez Pelayo, los hermanos Canga-Argüelles y José Antonio Conde se encuentran en dominio público porque todos murieron hace más de 80 años.

Mi versión para AcademiaLatin.com está basada en la publicación de 1884 de la Biblioteca clásica de Luis Navarro, concretamente en este escaneado disponible en Google Books. Más allá de transcribir, he modernizado algo la ortografía y la puntuación.

La imagen destacada es Safo, de Amanda Brewster Sewell (1839-1926).


📝 Licencia

Esta transcripción la he hecho yo mismo para publicarla en AcademiaLatin.com. El texto original se encuentra en dominio público, por lo que lo lógico es que la mera transcripción esté en dominio público.

Sin embargo, además de la transcripción y publicación del texto en dominio público, hay también cierto trabajo de edición (corrección, modernización de ortografía y puntuación, etc.) por mi parte, por lo que, si no es molestia, agradecería que el material se usara con licencia Creative Commons BY: sin ninguna restricción, pero con atribución a AcademiaLatin.com y, si es posible, un enlace a la página de la que se ha tomado el texto.

Puntualización: las grabaciones (vídeos de YouTube, audios en Spotify, etc.) que yo pueda tener publicadas a partir del texto no son de dominio público, sino que las publico con una especie de licencia Creative Commons BY-NC-SA; en resumen: puedes embeberlos (insertarlos) en tu web/plataforma, pero no puedes descargarlos para resubirlos.

Si estos materiales te son de utilidad, considera un mecenazgo 🤏 sumamente asequible. Esto me ayuda a seguir publicando contenidos de temáticas como las siguientes:

«Poesía de Safo de Lesbos» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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