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Libro segundo de la «Anábasis de Alejandro Magno», de Arriano

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Esta es una de las partes de la Anábasis de Alejandro Magno de Arriano, de la mano de Federico Baráibar y Zumárraga (1851-1918). Si vas a usar estos materiales, echa un vistazo a la licencia 📝.

Capítulo I

Movimientos de la escuadra persa — Toma de Quíos por Memnón — Capitulación de Mitilene

Entretanto, Memnón, a quien Darío había dado el mando de toda la escuadra (1) y del litoral, pensando llevar la guerra a Grecia y Macedonia, se apoderó por traición de la isla de Quíos. Navegando con rumbo a Lesbos, dejó a Mitilene, cuyos habitantes no quisieron entregársele, y sometió las demás ciudades de la isla; conseguido lo cual, volvió sobre Mitilene y la cerró de mar a mar con una doble empalizada flanqueada por cinco fuertes que le permitían bloquearla desde tierra sin ninguna dificultad.

No contento con esto, ocupó el puerto con una parte de su armada y situó la otra al pie del Sigrio, promontorio de Lesbos por donde pasan las naves de carga procedentes de Quíos, Geresto y Malea, con orden de alejarlos e impedir de este modo que llegasen por mar auxilios a los mitilenenses. Pero en esto, una enfermedad le llevó al sepulcro, con grave daño de los intereses de Darío.

Autofradates y Farnabaces, hijo de Artabaces y sobrino de Darío, a quienes Memnón, moribundo, había entregado su mando hasta que el gran rey dispusiera sobre el particular, continuaron apretando el cerco, al extremo de que los mitilenenses, cerrados por tierra y asediados en el mar por la numerosa flota, enviaron a Farnabaces una embajada para estipular la paz bajo las condiciones siguientes: retirada de los soldados extranjeros enviados en su auxilio por Alejandro; derribo de las columnas erigidas por los mitilenenses, con una inscripción conmemorativa de su confederación con aquel monarca; nueva alianza con Darío, conforme a lo convenido en la paz de Antálcidas (2); regreso de los desterrados de Mitilene y entrega a los mismos de la mitad de los bienes que poseían a su expulsión.

Aceptadas estas capitulaciones, Farnabaces y Autofradates entraron juntos en la ciudad, pusieron en ella guarnición al mando del rodio Licomedes, nombraron tirano de la misma a Diógenes, uno de los desterrados, y exigieron una cantidad de dinero a los mitilenenses, arrancando una parte de los ricos e imponiendo la otra al común.

Notas

(1) Según Diodoro Sículo, 17, 9, se componía de trescientas naves.

(2) Pactada en 357 a. C.

Capítulo II

Nuevos movimientos marítimos — Toma de Ténedos por Datames — Captura de ocho navíos persas

Farnabaces navegó enseguida hacia Licia con los mercenarios extranjeros, y Autofradates se dirigió a las otras islas. En tanto, Darío envió a Timondas, hijo de Méntor, con la misión de hacerse cargo de los extranjeros y de traerlos al rey, confiriendo a Farnabaces la autoridad ejercida por Memnón; Farnabaces le envió sus tropas y pasó por mar a reunirse a la flota de Autofradates.

Una vez juntos, destacaron a las Cícladas diez trirremnes mandados por el persa Datames, y ellos, con las cien restantes, izaron velas hacia Ténedos. Llegados a esta isla, anclaron en el puerto llamado Boreal, mandaron a los tenedenses derribar los monumentos de su alianza con Alejandro y los griegos, y hacer la paz con Darío en las condiciones de la estipulada con Antálcidas.

Los tenedenses, aunque, a decir verdad, estaban más inclinados a Alejandro y los griegos, en la situación presente creyeron único medio de salvarse la sumisión a los persas, pues Hegéloco, a quien Alejandro había encomendado la nueva reunión de fuerzas navales, aún no había allegado las bastantes para confiar en un pronto socorro. Así pudo Farnabaces, más por miedo que por afección, hacerse dueño de la isla.

Mientras tanto, Proteas, hijo de Andronico, había recogido, por orden de Antípatro, varias naves largas de la Eubea y el Peloponeso con objeto de tener alguna defensa para Grecia y las islas, si, como se anunciaba, intentaban los bárbaros una invasión; y habiendo sabido que Datames se había estacionado en Sifno con sus diez galeras, se trasladó de noche con las quince que tenía a Calcis, junto al Euripo; y como arribase al amanecer a la isla de Citno, permaneció en ella todo aquel día para conocer detalladamente la situación y condiciones de las naves enemigas y causar más terror a sus tripulantes fenicios acometiéndolas de noche.

Perfectamente enterado de sus posiciones en Sifno, zarpó antes del alba y al punto de amanecer cayó tan improvisamente sobre Datames y los suyos que les cogió ocho trirremes con toda la tripulación. Datames, con los dos restantes, escapó furtivamente a la primera acometida de Proteas y se reunió al grueso de la escuadra.

Capítulo III

Llegada de Alejandro a Gordio — Historia del nudo gordiano

Cuando Alejandro llegó a Gordium subió a la ciudadela, en cuyo recinto estaba el palacio de Gordio y de su hijo Midas, deseoso de ver el carro de aquel y el nudo que sujetaba su yugo. Sobre esto tenían mucho que hablar los pueblos circunvecinos.

Gordio —decían— era un hombre pobre de la antigua Frigia, cuya fortuna consistía en un pequeño campo y dos yugadas de bueyes, destinada una a labrar la tierra y la otra a tirar del carro. Hallándose un día arando, se posó sobre el yugo un águila y permaneció en él hasta que desunció. Atónito con semejante prodigio, fue a comunicarlo a los adivinos telmisenses, que pasaban por peritísimos intérpretes de augurios, y desde su nacimiento tenían como vinculado en ellos, en sus hijos y mujeres el don de la profecía. Cerca ya de la aldea donde vivían, encontrose con una doncella que iba a por agua y le contó lo ocurrido, la cual, que por suerte era de la raza de adivinos, le mandó volverse y ofrecer un sacrificio a Zeus rey en el punto mismo en que se le había manifestado el prodigio. Suplicole Gordio que le acompañase y le enseñase el modo y forma de verificarlo. Hizo la ceremonia según las instrucciones de la joven y después se casó con ella, naciendo de esta unión un hijo llamado Midas.

Era este ya un gallardo y arrojado mozo cuando vinieron a turbar el sosiego de los frigios intestinas discordias, las cuales habían de ser apaciguadas, según respuesta de un oráculo, cuando se viese llegar sobre un carro el destinado al trono. Aún estaban deliberando sobre esta contestación cuando llegose a la asamblea, en compañía de sus padres, Midas montado sobre un carro; interpretose en favor suyo el vaticinio; creyósele el pacificador anunciado por el dios, y en su consecuencia fue nombrado rey; apaciguó enseguida la sedición y colgó en acción de gracias, en el templo de Zeus Basileo, el paterno carro sobre el cual se había parado el ave mensajera.

El que desatase la lazada con que estaba sujeto el yugo al referido carro decían también que habría de conseguir el dominio del Asia. El nudo estaba hecho de corteza de cornejo, y tan primorosamente que era imposible ver dónde empezaban los cabos y dónde concluían.

Alejandro, no hallando medio de desatarlo, y no queriendo tampoco dejarlo sin soltar, no fuera que este fracaso produjera alguna impresión desfavorable en la multitud, lo cortó con la espada, declarando que ya estaba desatado; pero Aristobulo afirma que lo que hizo fue separar el yugo de la lanza, quitando una clavija de madera que la atravesaba por medio, y a la cual estaba atado el nudo. No puedo asegurar cuál de estas versiones sea la verdadera, pero sí que Alejandro y su comitiva se apartaron del carro, dando por cumplida la profecía que se refería a él, confirmando esto mismo suficientemente los rayos y truenos que en aquella noche estallaron, por todo lo cual ofreció al día siguiente un sacrificio a los dioses en acción de gracias por los prodigios manifestados y desatamiento del nudo.

«Libro segundo de la «Anábasis de Alejandro Magno», de Arriano» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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