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Reflexión sobre César y Catón, y ejecución de muchos conjurados (53-55)

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A continuación tienes una de las partes de la Conjuración de Catilina de Salustio (trad. Gabriel de Borbón).

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Sentado Catón, los consulares todos y gran parte del Senado, aplauden su dictamen, poniendo su valor en las nubes; otros se reprenden entre sí su falta de resolución; Catón es tenido por hombre ilustre y grande, y el decreto del Senado sale según su parecer.

Pero yo, habiendo leído y oído mucho de los heroicos hechos del pueblo romano, así en paz como en las guerras que hizo por mar y tierra, tuve acaso la curiosidad de inquirir qué fue lo que principalmente pudo haber sostenido en Roma el peso de tan grandes negocios, porque veía que el pueblo romano había combatido contra grandes legiones de enemigos, por lo regular con un puño de gente; que había hecho guerra a reyes poderosos con ejércitos pequeños; que había asimismo experimentado varios reveses de fortuna, y que era inferior a los griegos en elocuencia, y a los galos, en crédito de guerreros. Y después de mucha reflexión y examen, venía a concluir que todo se debía al gran valor de pocos ciudadanos, y que por ellos venció la pobreza a las riquezas, y el corto número a grandes muchedumbres.

Pero después que la ciudad se estragó con el lujo y la desidia, sobrellevaba aún la república con su grandeza los vicios de sus generales y magistrados, sin haber dado a luz en muchos años, como madre ya infecunda, varón alguno de señalada virtud. No obstante esto, hubo en mi tiempo dos, que ciertamente lo fueron, aunque de costumbres diferentes: Marco Catón y Gayo César; y pues nos los presenta la ocasión, no quiero dejarla pasar sin decir, lo mejor que sepa, el genio y calidad de uno y otro.

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Fueron, pues, estos casi iguales en nacimiento, edad y elocuencia; iguales en grandeza de ánimo y en gloria, pero cada uno por su rumbo. César era reputado grande por su liberalidad y beneficios; Catón, por la integridad de su vida. A aquel hizo ilustre su piedad y mansedumbre; a este respetable su severidad. César se granjeó fama dando, socorriendo y perdonando; Catón, sin dar a nadie nada. Uno era el asilo de los miserables; otro, la ruina de los malos. De aquel se alababa la afabilidad; de este, la constancia.

En suma, César tenía por máxima trabajar, desvelarse, atender a los negocios de sus amigos, descuidando de los suyos; no negar cosa que fuese razonable; para sí apetecía dilatado mando, ejército y guerra nueva en que campease su valor.

Catón ponía su mira en la moderación, en el decoro, y especialmente en la entereza de ánimo, Y así no aspiraba a ser más rico ni a tener más séquito que otros, sino a exceder al esforzado en valor, al modesto en honestidad, al virtuoso en integridad de costumbres; quería, en fin, más ser bueno que parecerlo, con lo que, cuanto menos pretendía gloria, tanto se la conciliaba mayor.

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Abrazado, como he dicho, por el Senado el parecer de Catón, el cónsul, creyendo que lo mejor sería ganar la noche, que se iba ya acercando, no fuera que en ella ocurriese alguna novedad, manda que los triunviros de las causas capitales prevengan lo necesario para la ejecución del castigo; y apostadas las guardias en los sitios convenientes, conduce a Léntulo a la cárcel, y los pretores ejecutan lo mismo con los otros.

Hay en ella (conforme empezamos a subir, a mano izquierda) un lugar llamado Tuliano, metido como doce pies debajo de tierra, cercado por todos lados de pared, y con su bóveda de piedra encima. Su aspecto es horrible y espantoso por no habitarse y por su oscuridad y mal olor.

Metido allí Léntulo, los verdugos, según la orden que tenían, le dieron garrote; y de esta suerte aquel varón patricio, de la ilustrísima familia de los Cornelios, que había obtenido el consulado, tuvo un fin correspondiente a sus costumbres y a sus obras. Lo mismo se ejecutó con Cetego, Estatilio, Gabinio y Cepario.

«Reflexión sobre César y Catón, y ejecución de muchos conjurados (53-55)» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com


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