Esta es una de las partes de las poesías de Catulo traducidas por Germán Salinas (1847-1918).

LXIX. A Rufo
No te sorprenda, Rufo, que ninguna mujer quiera acostarse contigo, y que no humilles la altivez de ninguna con regalos de lindos vestidos o deslumbrantes piedras preciosas.
Te causa mucho daño el rumor, cada día más acentuado, de que tus sobacos apestan, cual si viviese en ellos un macho cabrío. Por eso todas te rechazan, y no sin motivo: porque el cabrón es bestia indigna de profanar el lecho de una joven hermosa.
Así, o cúrate de ese olor pestilente que ofende las narices, o acabe de admirarte por qué huyen de ti las mujeres.
LXX. Inconstancia del amor femenil
Jura mi amada que no querrá a nadie como a mí, y que el mismo Júpiter implorará en balde sus favores; lo jura, mas lo que una mujer dice a su amante debe escribirse en el viento o en las ondas fugitivas.
LXXI. A Virrón
Si algún hombre apesta, Virrón, con el olor insufrible de sus sobacos, o padece en castigo de sus excesos la molesta gota, el rival que te suplanta en los brazos de tu amada, caso digno de admiración, heredó de ti entrambos males; y cuantas veces se reclina en su seno, te vengas de los dos: a ella la aflige con su pestilencia, y él se pone a morir con la gota.
LXXII. A Lesbia
Decías, Lesbia, en otro tiempo que solo amabas a tu Catulo, y que por él renunciarías los favores de Júpiter.
Entonces yo te amé, no con el amor vulgar que se profesa a una querida, sino como el padre ama a sus hijos y yernos.
Ahora ya te conozco y, aunque la llama de mi pasión sea más violenta, estimo en menos tu valor y tus prendas. ¿Preguntas que cómo puede ser eso? Muy sencillamente: la injuria que me has inferido me obliga a amarte más y a estimarte mucho menos.
LXXIII. Contra un ingrato
No esperes de nadie el reconocimiento de los beneficios que generoso le hayas hecho: todos son ingratos. Los favores que dispensamos no se aprecian en nada, y aun suelen traernos daños y pesadumbres.
Tal me sucede a mí, perseguido con odio bárbaro y rencoroso por aquel que me consideró un día el mejor y el único de sus amigos.
LXXIV. Contra Gelio
Gelio oyó decir que su tío reprobaba con dureza las palabras y acciones licenciosas de la juventud, y, para que no le sucediese lo que a todos, sedujo a su misma tía y convirtió a su esposo en otro Harpócrates.
Consiguió su propósito, pues ahora, aunque deshonre a su propio tío, este no chistará palabra.
LXXV. A Lesbia
Ninguna mujer pudo creerse con razón tan amada como lo has sido por mí, ¡oh, Lesbia! Jamás la religión de los tratados mereció tan escrupuloso respeto como mis juramentos amorosos.
Y ahora, Lesbia mía, ¿adónde me arroja tu culpa? ¿En qué desventura me hunde mi fidelidad? Ya no podría quererte como antes, aunque te convirtieras en una mujer honradísima, ¡ay!, ni dejar de amarte, aunque te entregases a todas las disoluciones.
continuará…
«Poesías 69-116: epigramas» es un contenido de Paco Álvarez publicado en ACADEMIALATIN.com